Por ALYSON KRUEGER 22 de agosto de 2016
Gisel y Michael Davila con María Castillo, la madre de Gisel, en Rego Park, Queens. La pareja quiere viajar a Cuba pero María se opone. CreditBenjamin Norman para The New York Times
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La última navidad, durante una visita a Miami, Michael y Gisel Dávila —una pareja que vive en Queens, Nueva York— conversaban con la mamá de Gisel, María C. Castillo.
Era una conversación casual: hablaban de las vacaciones, el trabajo y el clima, hasta que Gisel Dávila, de 30 años, mencionó que estaban pensando en viajar un fin de semana a Cuba.
“Pero por supuesto que no”, dijo de inmediato su madre. “No pueden ir”.
“No fue nada agradable”, comentó Michael, de 33 años. “Creo que si fuera a Cuba con mi esposa, mi suegra nunca nos lo perdonaría”.
Para la mayoría de los cubanoestadounidenses de segunda generación, Cuba solo ha sido una especie de ideal mitológico: un lugar cuya cultura, idioma y comida podían recrear en el exilio, pero cuyo territorio solo podían experimentar a través de las historias que les contaban sus padres y abuelos inmigrantes.
Pero ahora, gracias a que se han restaurado las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, la isla está al alcance de todos y se ha convertido en un destino de moda; incluso empresas como Google y Chanel han organizado eventos en las calles de La Habana.
Aunque desde 2009 se ha permitido que las familias de inmigrantes puedan visitar Cuba de manera legal, ahora es más común que piensen hacerlo porque es un tema recurrente en las noticias y muchos amigos y colegas que no son de origen cubano viajan a ese destino.
No obstante, en el seno de las familias inmigrantes, pensar en la posibilidad de visitar Cuba no es algo muy normal, y en algunos casos llega a fomentar la discordia entre los miembros de distintas generaciones.
A los padres y abuelos que vivieron en carne propia la revolución comunista encabezada por Fidel Castro los sobrecoge la angustia de pensar que sus seres queridos pongan un pie en suelo cubano, donde todavía mandan los hermanos Castro.
Los jóvenes nacidos en Estados Unidos anhelan ver con sus propios ojos ese país que por tanto tiempo ha estado presente en las historias que moldean su identidad.
“Imagina lo que significa haber crecido oyendo todo el tiempo acerca de ese país, y no poder ir nunca”, dijo Dávila. “Es como si te pusieran una fruta deliciosa frente a la cara, pero no pudieras comerla”.
La pareja tiene muchos deseos de viajar, y a Michael le causa cierta molestia que tantas personas sin conexiones étnicas con Cuba hayan tenido la experiencia de visitar al país de su familia antes que él.
Pero también toman con seriedad la posición de Castillo. Al igual que muchos otros que escaparon de Cuba en los años sesenta y setenta dejando todas sus posesiones, se resiste a la idea de que sus seres queridos den legitimidad y apoyo financiero a un país que todavía se encuentra bajo el dominio de Castro.
“No entiendo por qué tiene que ir”, dijo Castillo al hablar de su hija. “Nada ha cambiado. La gente no recibe el dinero. Todo va al régimen”. Siente tanta rabia contra Fidel Castro, dice, que ni siquiera puede pronunciar su nombre.
En cuanto a la familia de Michael, sus tías, tíos y primos se oponen a que visite la isla. Hace poco cenaron platillos cubanos (lechón al horno, plátanos fritos, arroz y frijoles) y algunos dijeron que George, el hermano de Michael que tiene 37 años, es abogado y vive en Miami, era un “comunista” porque había visitado Cuba en tres ocasiones. “Fue como si me lanzaran la comida”, dijo Dávila.
“Cuando se enteraron de que quería viajar, las hermanas de mi papá preguntaron: ‘¿Pero por qué vas? Solo vas a conseguir que te arresten. Vas a darle dólares al gobierno. Los comunistas te van a lavar el cerebro’”, recordó George.Continue reading the main storyPhoto
Miranda Hernández, de 20 años, usa una aplicación de traducción para poder comunicarse con sus primos en Cuba. Miranda visitó la isla en un viaje patrocinado por CubaOne, un grupo sin fines de lucro.Creditvía CubaOne Foundation
Miranda Hernández, estudiante de 20 años de la Universidad de California, Berkeley, comentó que la angustiaba pensar cómo reaccionaría su familia si ella les dijera que piensa visitar la isla. “Cuando hablan de Cuba, parece que se refieren a Corea del Norte pero con playas bonitas”, agregó. “Toda la vida me inculcaron que no tenía nada que hacer allá”.
Pero este año decidió ir a pesar de sus objeciones. Acudió a CubaOne, una nueva organización sin fines de lucro que envía a la isla a cubanoestadounidenses entre 20 y 39 años de edad sin costo alguno.
CubaOne sigue el modelo de Birthright Israel, un grupo que ofrece viajes educativos a Israel para jóvenes judíos de entre 18 y 26 años. Según informó uno de los fundadores, Giancarlo Sopo, de 33 años, la organización ya ha recibido 1100 solicitudes para los 40 lugares que tiene disponibles este año.
Hernández participó en el viaje inaugural de CubaOne en junio. Fue a visitar el departamento del barrio Luyanó de La Habana donde creció su madre y el hospital donde nació.
También conoció a su tío abuelo, a un primo segundo y a unos primos gemelos de 16 años; le sorprendió descubrir que sus primos escuchan la misma música que los adolescentes estadounidenses (Kanye West, Chance the Rapper y Chris Brown).
Hernández disfrutó las historias de su familia cubana y compartió muchas fotografías de su familia cubanoestadounidense. “Cuando me reuní con ellos por primera vez, fue como si los conociera de toda la vida”, relató. “Fue una experiencia surreal”.Continue reading the main storyPhoto
Steven Andrew García, de 29 años, vive en Los Ángeles y visitó la antigua casa de su familia en el barrio La Víbora de La Habana. Viajó con CubaOne pero su padre no estuvo de acuerdo con esa visita.Creditvía CubaOne Foundation
Vanessa García, una escritora que ahora tiene 37 años de edad, descubrió de la peor manera que a su madre no le parecía bien que viajara a Cuba. En 2009 García compró un boleto de avión para ir a La Habana con su hermana, y más tarde le dijo a su mamá, Jackie Díaz-Sampol, que en unas semanas saldrían de viaje.
“Se puso extremadamente roja y comenzó a saltarle una vena de la cara”, contó García sobre la reacción de su madre. “Y dijo: ‘Me va a dar un ataque. Vas a matar a tu madre’. Rompí los boletos y los tiré, aunque habíamos pagado 500 dólares por cada uno y no eran reembolsables. No podía hacerle eso a mi mamá”.
Nytimes.com
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