martes, 23 de agosto de 2016

Brasil celebra el final de los juegos olímpicos y mira al futuro con cautela

Por SIMON ROMERO y ANDREW JACOBS 22 de agosto de 2016

La ceremonia de clausura de las olimpiadas en el Estadio de Maracaná se centró en la diversidad de la cultura brasileña y la riqueza de su herencia musical. CreditChang W. Lee/The New York Times


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RÍO DE JANEIRO — El domingo por la noche el cielo se abrió sobre el Maracaná, el estadio donde se celebró la ceremonia de clausura de los juegos olímpicos con un espectáculo dedicado a los gigantes de la música brasileña y al arte de piedra de quienes habitaron originalmente el territorio hace miles de años.

Fue como si la naturaleza llorara el final de este extravagante espectáculo deportivo que ha durado 17 días.

Aún así, la lluvia que cayó sobre la ceremonia no afectó al espíritu de los artistas que homenajearon a talentos creativos o personalidades como el prolífico compositor Heitor Villa-Lobos, al paisajista Roberto Burle Marx o Niède Guidon, el arqueólogo cuyos descubrimientos en las cavernas remotas del noroeste de Brasil cuestionan algunas creencias sobre los habitantes de América.

La ceremonia también tuvo espacio para celebrar la diversidad y el talento musical de Brasil, el país más grande de América Latina y destacó a As Ganhadeiras de Itapuã, antiguas lavanderas que han rescatado canciones afrobrasileñas en el noroeste del país, y a Arnaldo Antunes, poeta y cantante que una vez llevó la voz de Titãs, una de las bandas de rock más importantes de São Paulo.

La ceremonia carnavalesca (en la que participaron bailarines frevo —que hacen girar sombrillas—, hubo una actuación de la leyenda de la samba, Martinho da Villa, y sonaron las canciones de Carmen Miranda) se convirtió en un final folklórico y optimista para unas olimpiadas que se habían visto rodeadas por perspectivas negativas y protestas en las calles.Continue reading the main storyGalería de fotos



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Clausura de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro
Clausura de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro

CreditJames Hill para The New York Times

Pese al miedo generalizado de que la ciudad no iba a estar preparada para el evento, o que la delincuencia y la desorganización convertirían los juegos en una vergüenza para el país, para muchos brasileños las olimpiadas fueron un éxito, una distracción necesaria de la mala situación económica y de los problemas políticos que viven.

Como dijo Naidê Gouvêa Lira, de 45 años, un analista logístico, “sabemos que Río no es un lugar fácil para vivir, pero es de brazos abiertos y tenemos que felicitarnos por la acogida y el buen humor en la organización de una fiesta de tal belleza”.

La efervescencia fue aún mayor el sábado por la victoria de la selección de fútbol de Brasil sobre Alemania, una de las siete medallas de oro del país en los juegos. Esta además tuvo un significado mayor, pues ayudó a aliviar el escozor de su humillante derrota en la final del mundial de 2014 frente los alemanes.

Sobre todo, los brasileños parecen satisfechos con su modesta lista de medallas, que ha dejado al país entre los 14 primeros de la clasificación, su mejor resultado de la historia. Muchos todavía celebran el primer oro olímpico en judo para Rafaela Silva de 24 años, nacida en una zona pobre de la ciudad.

“Verla ganar nos elevó el espíritu”, dijo Fabio Costa dos Santos, un carpintero desempleado de 47 años que comparte origen con Silva: Ciudad de Dios, una favela al oeste de Río.

Los juegos han estado lejos de ser perfectos. Incluso después de que las autoridades desplegaran 85.000 miembros de las fuerzas de seguridad para combatir el crimen, el ministro de Educación de Portugal fue asaltado a punta de navaja. Un autobús en el que se desplazaban periodistas fue apedreado.

Fuera de la burbuja olímpica, los intercambios de fuego entre la policía y pandillas en Complexo do Alemão, un conjunto de favelas, sirvió como recordatorio de la violencia salvaje y la desigualdad que azotan a una ciudad que las autoridades prometieron sería la más segura del mundo durante los juegos.

Un oficial de policía enviado a Río para los juegos fue asesinado cuando el vehículo en el que se desplazaba fue atacado en una favela donde proliferan las pandillas. El asesinato de ese agente, Hélio Vieira Andrade, del estado de Roraima, en el Amazonas, cuestionó momentáneamente las prioridades del país durante las olimpiadas. “No hubo siquiera una lágrima de recuerdo para el agente en ese océano que supusieron los juegos”, dijo Fernando Gabeira, político y escritor, al señalar el contraste existente entre su muerte y las emociones desatadas por las competiciones deportivas.


Los atascos frecuentes en el sistema de transporte generaron frustración entre los visitantes de la ciudad, quienes debían recorrer largas distancias entre eventos a través de una ciudad colapsada. Hubo quejas por la cantidad de asientos vacíos que se vieron durante la ceremonia de clausura. Muchas entradas no se vendieron debido a su elevado precio, inalcanzable para la clase trabajadora.

Los organizadores parecieron tropezar en varios frentes, al menos al principio de los juegos. Largas colas en los controles de seguridad y escasez de alimentos en algunas sedes provocaron quejas de los espectadores. Un misterioso color verde en las piscinas de los clavados y el waterpolo avergonzaron a la organización.Continue reading the main storyPhoto
Atletas de diferentes países portan sus banderas durante la ceremonia de clausura de las olimpiadas.CreditChang W. Lee/The New York Times

El país, en su conjunto, tiene opiniones mixtas sobre si la celebración mereció el esfuerzo y el gasto. Un 62 por ciento piensa que los juegos han perjudicado al país, en comparación con el 30 por ciento que considera que han traído beneficios, según una encuesta realizada por la encuestadora brasileña Ibope.

Pero el 57 por ciento de los brasileños cree que los juegos han mejorado la imagen del país en el mundo. La encuesta, que se hizo entre el 11 y el 15 de agosto con 2002 entrevistas, tiene un margen de error de dos puntos.

Esa ambivalencia en la evaluación genera una paradoja: “Un evento descartable que al final funcionó”, en palabras de José Roberto de Toledo, columnista del diario O Estado de S. Paulo.

Aún así, gran parte de los miedos fueron infundados. El zika, ese virus transmitido por mosquitos que llevó a algunos atletas a quedarse en casa, se olvidó a medida que los juegos se celebraban.

Hubo temor a un atentado terrorista.

Y aunque el Estado no cumplió su promesa de limpiar las aguas contaminadas de la Bahía de Guanabara, las competiciones marinas se celebraron sin que ninguna embarcación chocara contra un sofá flotando en el mar.

Anderson Gurgel, investigador de eventos deportivos en la Universidad Presbiteriana Mackenzie de São Paulo, dijo que en general los organizadores había estado a la altura.

“Todos los eventos de este tipo tienen problemas, la cuestión es cómo resolverlos”, dijo. “Los brasileños necesitaban convencerse de que las cosas no siempre marchan mal, que no siempre todo se verá envuelto en el caos”.

Los juegos de Río también serán recordados por un episodio del que no fueron responsables: las mentiras del nadador estadounidense Ryan Lochte. El atleta afirmó que él y algunos de sus compañeros de equipo había sido detenidos y asaltados a mano armada por hombres que se identificaron como agentes de policía. El sábado, Lochte trató de pasar la página y admitió que había exagerado los detalles del incidente. “Dejé a mi equipo en mal lugar”, dijo a NBC News. “He aprendido la lección”.

Aun así, la victoria del equipo de fútbol de Brasil sobre Alemania hizo que muchos olvidaran el episodio de los nadadores. Globo, la cadena de televisión más importante de Brasil, se centró en la medalla de oro de fútbol y dedicó la mayor parte de su programa de noticias de la noche al triunfo.

Pero incluso en medio de las celebraciones, la polarización política de Brasil se puso de manifiesto.

Cuando Globo enfocó sus cámaras en quienes celebraban en el centro de Río de Janeiro, la multitud interrumpió la transmisión al gritó de “Globo golpista!”, revelando incluso en ese momento la división política que aún existe. (Globo es vista por muchos como uno de los principales apoyos al proceso de destitución de la presidenta suspendida, Dilma Rousseff).

De hecho, el efecto fantástico de los juegos será puesto a prueba en las próximas semanas, ya que los brasileños volverán a una dura realidad plagada de desempleo creciente, corrupción y un intenso drama político en Brasilia.

El alivio será breve: en los próximos días, el Senado de Brasil comenzará el juicio contra Rousseff, acusada de manipular ilegalmente el presupuesto federal. Michel Temer, el presidente interino, no asistió al espectáculo de clausura después del coro de abucheos que lo recibió durante la ceremonia de apertura.

Para los habitantes de Río, la intoxicación de las últimas dos semanas dará paso a una serie de retos: el alcantarillado deficiente, el aumento de la pobreza y un gobierno en quiebra que no puede pagar los salarios de los funcionarios a tiempo. El alcalde de Río, Eduardo Paes, fue abucheado cuando apareció en el escenario durante la clausura mientras el público aplaudía al primer ministro de Japón, Shinzo Abe, que asistió —vestido de SuperMario— para marcar el cambio de sede de la organización de los próximos juegos, que serán en 2020 en Tokio.


Lo más preocupante para muchos es lo que sucederá cuando los miles de soldados y policías que se desplegaron por Río durante los juegos se despidan de la ciudad. Una inyección de efectivo en el último momento sirvió para pagar el costo del operativo de seguridad pero un miembro de un sindicato de policías ya advirtió que las huelgas vendrán si no se pagan los salarios de la policía local.

Como muchos otros, Elizabeth Rezende, de 61 años, trabajadora doméstica, se prepara para el regreso a la vida diaria. “Los juegos han sido buenos para la ciudad, pero ahora que han terminado, la gente como nosotros regresará a su infierno, encerrados en las casas mientras los delincuentes andan a sus anchas”.

Nytimes.com

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