miércoles, 4 de septiembre de 2013

Premiaron en Italia un libro del Papa sobre la corrupción

El Capri-San Michele le fue otorgado a Francisco por una obra que contiene durísimos conceptos acerca de este mal que se apodera de "personas e instituciones provocando la destrucción de los valores que conducen a Dios".
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Premiaron en Italia un libro del Papa sobre la corrupción

El libro, editado en Italia por Emi con el tituloGuarire dalla corruzione (Curarse de la corrupción) y con un posfacio del presidente del Senado, Pietro Grasso, recoge documentos escritos por el Sumo Pontífice hace muchos años, antes incluso de su consagración episcopal.
Este ensayo de Jorge Bergoglio fue redactado en 1991. Pero años después, en 2005, el entonces Arzobispo de Buenos Aires consideró oportuno publicarlo, para lo cual agregó un prólogo a la impresión que hizo la Editorial Claretiana, con el título Corrupción y pecado.
Tras su elección como Papa, muchos se interesaron por los escritos de Bergoglio, y este texto en particular ya fue editado en España, por el diario El Mundo, y ahora en Italia, recibiendo además el premio Capri-San Michele, considerado un punto de referencia en la cultura de ese país. El libro del Papa fue seleccionado entre otras 101 obras de autores de doce nacionalidades diferentes. Y será entregado el próximo 28 de septiembre en una ceremonia en la localidad napolitana de Anacapri.
En el texto en cuestión, con el lenguaje llano y directo que acostumbra a usar, el Papa se explaya en una diferenciación que, pronunciada años más tarde desde la silla de Pedro, impactó al mundo: "¡Pecador sí, corrupto, no!".
En el prólogo del año 2005 Bergoglio expresaba el deseo de que su trabajo fuese de utilidad para "comprender el peligro de desmoronamiento personal y social que entraña la corrupción".
Lo nuevo de la corrupción, escribía, es que "pareciera formar parte de la vida normal de una sociedad; la corrupción no es un acto, sino un estado personal y social en el que uno se acostumbra a vivir". Y hacía referencia a dos formas sutiles de corrupción espiritual: la mediocridad y la tibieza: "El corazón no quiere líos. Hay temor a que Dios se meta y nos embarque en cambios que no podamos controlar" y "se prefiere el realismo del menos a la promesa del más..."
A continuación, extractos del ensayo Corrupción y pecadoAlgunas reflexiones en torno al tema de la corrupción.
PROLOGO
Buenos Aires, 8 de diciembre de 2005
Sabemos que todos somos pecadores pero lo nuevo que se incorporó en el imaginario colectivo es que la corrupción pareciera formar parte de la vida normal de una sociedad, una dimensión denunciada pero aceptable del convivir ciudadano. (...)
"Pecador, sí". Qué lindo es poder sentir y decir esto y, en ese momento, abismarnos en la misericordia del Padre que nos ama y en todo momento nos espera. (...) ¡Pero qué difícil es que el vigor profético resquebraje un corazón corrupto! Está tan abroquelado en la satisfacción de su autosuficiencia que no permite ningún cuestionamiento. "Acumula riquezas para sí y no es rico a los ojos de Dios" (Lc 12,21). Se siente cómodo y feliz (...) y si la situación se le pone difícil conoce todas las coartadas (que) adelantó la filosofía porteña de "el que no afana es un gil". El corrupto ha construido una autoestima basada precisamente en este tipo de actitudes tramposas, camina por la vida por los atajos del ventajismo a precio de su propia dignidad y la de los demás. (...) Y lo peor es que termina creyéndoselo. (...)
 
 

Una de las características del corrupto frente a la profecía es un cierto complejo de incuestionabilidad. Ante cualquier crítica se pone mal, descalifica a la persona o institución que la hace, procura descabezar toda autoridad moral que pueda cuestionarlo, recurre al sofisma y al equilibrismo nominalista-ideológico para justificarse, desvaloriza a los demás y arremete con el insulto a quienes piensan distinto (cf Jn 9,34). (...) Persiguen imponiendo un régimen de terror a todos aquellos que los contradicen (cf Jn 9,22) (...).
CORRUPCIÓN Y PECADO
ALGUNAS REFLEXIONES EN TORNO AL TEMA DE LA CORRUPCIÓN
Buenos Aires, 1991
Hoy en día se habla bastante de corrupción, sobre todo en lo que concierne a la actividad política. (...) Y, sin embargo, toda corrupción social no es sino la consecuencia de un corazón corrupto. (..) Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones (...). "Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón" (Mt 6,21). (...)
El pecado, sobre todo si es reiterativo, conduce a la corrupción, pero no cuantitativamente (tantos pecados provocan un corrupto) sino cualitativamente, por creación de hábitos que van deteriorando y limitando la capacidad de amar (...).
Podríamos decir que el pecado se perdona, la corrupción no puede ser perdonada. Sencillamente porque en la base de toda actitud corrupta hay un cansancio de trascendencia: frente al Dios que no se cansa de perdonar, el corrupto se erige como suficiente en la expresión de su salud: se cansa de pedir perdón.
Este sería un primer rasgo característico de toda corrupción: la inmanencia. En el corrupto existe una suficiencia básica, que comienza por ser inconsciente y luego es asumida como lo más natural. (...) "Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida" (Lc 12,19). Y, de manera curiosa, se da un contrasentido: el suficiente siempre es –en el fondo- un esclavo de ese tesoro, y cuanto más esclavo, más insuficiente en la consistencia de esa suficiencia. Así se explica por qué la corrupción no puede quedar escondida: el desequilibrio entre el convencimiento de auto-bastarse y la realidad de ser-esclavo del tesoro no puede contenerse. Es un desequilibrio que sale fuera y, como sucede con toda cosa encerrada, bulle por escapar de la propia presión... y –al salir-desparrama el olor de ese encerramiento consigo mismo: da mal olor. (...)
 
El corrupto no percibe su corrupción. Sucede lo que con el mal aliento: difícilmente el que tiene mal aliento se percata de ello. Son otros quienes lo sienten y se lo deben decir. De aquí también que difícilmente el corrupto puede salir de su estado por remordimiento interno. Tiene anestesiado el buen espíritu de esa área. Generalmente el Señor lo salva con pruebas que le vienen de situaciones que le toca vivir (enfermedades, pérdidas de fortuna, de seres queridos, etc.) y son éstas las que resquebrajan el armazón corrupto y permiten la entrada de la gracia. Puede ser curado. De ahí que la corrupción, más que perdonada, debe ser curada. (...)
En la conducta del corrupto la actitud enferma resultará como destilada y, a lo más, tendrá la apariencia de debilidades o puntos flojos relativamente admisibles y justificables por la sociedad. Por ejemplo: un corrupto de ambición de poder aparecerá –a lo sumo- con ribetes de cierta veleidad o superficialidad que lo lleva a cambiar de opinión o a reacomodarse según las situaciones: entonces se dirá de él que es débil o acomodaticio o interesado... pero la llaga de su corrupción (la ambición de poder) quedará escondida. Otro caso: un corrupto de lujuria o avaricia disfrazará su corrupción con formas más aceptables socialmente, y entonces se presentará como frívolo. [El corrupto] ha sometido su vicio a un curso acelerado de buena educación; esconde su tesoro verdadero, no ocultándolo a la vista de los demás sino reelaborándolo para que sea socialmente aceptable (...).
[Para] un veleidoso, una persona que procura tener claros los límites morales y no los negocia, es un fundamentalista, un anticuado, un cerrado, una persona que no está a la altura de los tiempos. (...)
El triunfalismo es el caldo de cultivo ideal de actitudes corruptas, pues la experiencia le dice que esas actitudes dan buen resultado, y así se siente en ganador, triunfa. El corrupto se confirma y a la vez avanza en este ambiente triunfal. Todo va bien. (...)
Uno puede ser reiterativo en pecados y no estar todavía corrupto; pero –a la vez- la reiteración del pecado puede conducir a la corrupción. (...) El Beato Fabro daba una regla de oro para detectar el estado de un alma que vivía tranquilamente y en paz: proponerle algo más. Si un alma estaba cerrada a la generosidad reaccionaría mal. El alma se habitúa al mal olor de la corrupción. Sucede que en un ambiente cerrado: sólo quien viene de afuera se percata de la atmósfera enrarecida. Y cuando se quiere ayudar a una persona así, el cúmulo de resistencias es indecible. (...)
Ahí está el nudo del asunto: un proceso de dolor siempre bajonea; el haber probado derrotas conduce al corazón humano por el camino de acostumbrarse a ellas, para no extrañarse ni volver a sufrir si surge otra. (...)
El corazón no quiere líos. Hay temor a que Dios se meta y nos embarque en cambios que no podamos controlar. (...) Con esto se va gestando un fatalismo; los horizontes se van achicando a la medida de la propia desolación o de la propia quietud. Se teme a la ilusión, y se prefiere el realismo del menos a la promesa del más... (...) En este preferir el menos supuestamente realista hay ya un sutil proceso de corrupción: se llega a la mediocridad y a la tibieza (dos formas de corrupción espiritual) (...).
En la corrupción venial pasan la vida muchos hombres y mujeres, desdiciendo su consagración, acomodando su alma junto a la piscina, mirando cómo el agua se mueve y otros se curan... Ese corazón está corrupto. Por ahí uno sueña despierto y quisiera vivificar esa parte muerta del corazón: se siente la invitación del Señor... pero no, es mucho lío, mucho trabajo. Nuestra indigencia necesita esforzarse un poco para abrir un espacio a la trascendencia, pero la enfermedad de corrupción nos lo impide (...) Y el Señor no se cansa de llamar: "No temas..." ¿No temas a qué? No temas a la esperanza... la esperanza no defrauda (San Agustín).

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