lunes, 17 de septiembre de 2012

SANTA FE: “La escuela es un lugar de formación cultural, no de terapia”


El pedagogo italiano Francesco Tonucci se refirió a la necesidad de sacar de la institución educativa las tareas de atención social. Y dijo de que se debe encarar una revolución para lograr una escuela para todos.

“La escuela es un lugar de formación cultural, no de terapia”
La semana pasada, el pedagogo italiano Francesco Tonucci estuvo en Santa Fe para brindar una charla sobre cómo definir las prioridades para poder pensar en una escuela para todos. En ese sentido, subrayó que los gobiernos deben invertir en la formación de los educadores y que deben apuntar a separar la atención de las necesidades básicas (comida, salud, asistencia social y contención) de la educación.


Frato (como firma sus dibujos) se refirió a cómo ha variado tanto la población que asiste hoy a los colegios como las necesidades educativas de la sociedad y señaló que es necesario que la escuela se adapte a esa situación y genere una nueva “revolución educativa”. Al respecto manifestó que también debe haber una reflexión sobre lo que sucede en el interior de la institución para definir por qué se están expulsando a niños y adolescentes de las aulas.


Por último, cuestionó que se busque promover la inscripción a determinadas carreras con la excusa de que son los profesionales que se requieren en el momento, en lugar de fomentar que cada persona estudie lo que lo apasione y logre destacarse en ese campo laboral.


Tonucci estuvo en la capital provincial para dar la conferencia sobre educación, recibir la distinción Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional del Litoral y reunirse con integrantes de la Red Latinoamericana del Proyecto Ciudad de los Niños. Además aprovechó para visitar un jardín de infantes municipal e interiorizarse sobre el proyecto educativo que se lleva adelante.

Nuevos estudiantes
—¿Qué es lo que se necesita hoy para crear una escuela para todos?


—Yo vengo de una escuela que era para pocos. En el sentido en que era una escuela que confiaba en una familia que ya formaba a los hijos por lo tanto sólo se debía completar esa formación. Por eso tiene lógica que la escuela ofrezca a los alumnos la historia lejana o la geografía exótica. Yo tenía dos notas de lengua, una de italiano (su lengua materna) y otra de caligrafía. Era una forma de enriquecer la educación. Pero pocos seguían en la escuela. Yo perdí a la mayoría de mis compañeros en la primaria y en la secundaria seguimos muchos menos. Los otros se iban por trabajo, pasaban del estudio al mundo laboral a los 10 años. Afortunadamente ahora ha cambiado todo. Después de las guerras ganaron las democracias y, con ellas, se ganó el derecho al estudio. Hoy podemos decir que en países como Italia, España y Argentina todos los niños acuden a la escuela y casi todos cumplen con la obligatoriedad. Pero yo pienso que la escuela hoy sigue siendo una escuela para pocos que ofrecemos a todos. Y eso produce un choque, produce un fracaso porque la mayoría de los alumnos no entiende. Llegan de una cultura que es lejana a la nuestra, a la que propone la escuela. Por lo tanto pienso que una revolución ha sido conquistar el derecho al estudio; la segunda revolución sería convertir a la escuela en una escuela para todos. En ese sentido, creo que el aspecto fundamental para lograr eso es que haya escucha, que se reciba a los alumnos y se los escuche. O sea, exactamente lo contrario a lo que normalmente se pide que es que sean los alumnos los que escuchen a los maestros, los que se adapten a lo que se les ofrece. No deberíamos escuchar más la frase típica, en el coloquio entre familias y escuelas, “lo siento mucho, señora, pero este niño no me sigue”.


En ese sentido, el pedagogo italiano remarcó que se debe analizar el problema de la deserción escolar desde la perspectiva inversa. “No son los chicos los que se van. Normalmente cuando la escuela evalúa piensa que si algo no ha ocurrido la culpa es de los alumnos o, a veces, de la familia que no ha sabido ayudarlos. Casi nunca la culpa es de la estructura escolar, de los maestros. Eso queda afuera de la evaluación y entonces se dice que son los alumnos los que se van de la escuela, «la dejan»”, sostuvo.


—Usted habló de una segunda revolución en educación, ¿quiénes deberían ser los protagonistas?


—Creo que los protagonistas verdaderos pueden ser sólo los maestros. En estos 40 años que hace que sigo la vida escolar de Italia asistí a un montón de reformas. Casi todos los gobiernos sienten la necesidad de dejar una huella en la escuela haciendo una reforma. Prácticamente ha cambiado todo, la arquitectura y las disciplinas; la única cosa que no ha cambiado es la escuela. Es decir, a pesar de todas las reformas los maestros se han quedado, más o menos, con la misma formación de antes y siguen haciendo la escuela de antes. Creo que los políticos tendrían que dedicar todas las energías y los recursos económicos y culturales a la formación de maestros. Un buen maestro no tiene más remedio que hacer una buena escuela. Al contrario, un mal maestro no hará nunca una buena escuela, a pesar de que tengamos las leyes perfectas.

Lo necesario y lo importante
—¿Cómo se logra el equilibrio entre una escuela inclusiva y un nivel académico que esté acuerdo a las exigencias, por ejemplo, de la universidad?


—Aquí entramos en otro tema muy complicado que a mí me interesa mucho, el tema de la orientación. Es decir, ¿quién indica las necesidades de una sociedad? Muchas veces salen propuestas que dicen “necesitamos ingenieros”. Por lo cual eso se le pide a la universidad, ésta le pide a la escuela y ella a las familias que dicen “no importa si a ti te gusta música, déjala, no hay trabajo. Trabajo hay para ingenieros”. Y de esa manera matamos a chicos que renuncian a hacer lo que sabrían hacer bien, con pasión, para hacer algo que no entienden. Serán pésimos ingenieros no encontrarán trabajo y serán infelices. Creo que tenemos que pensar que debería ser exactamente al revés, que la escuela tenga como su objetivo identificar las excelencias de cada uno de los alumnos para que cada uno pueda ser el mejor en lo que quiere y prefiere. Ésa, pienso, es la garantía para ser felices y también para buscar trabajo. Sólo tenemos que renunciar a la idea de anticipar, prever o preconstituir el futuro. Porque el futuro está en las manos de los niños.


—Muchas veces se le pide a la escuela que resuelva problema de salud, de alimentación, de transporte.


—Ése es otro tema del momento difícil que vive la educación. Porque hoy la escuela no está reconocida por lo que es y le piden hacer cosas que no sabe hacer pero que tampoco le competen. Es una manera de descargar responsabilidades y la escuela no puede ponerse al hombro todas esas responsabilidades porque no tiene ni capacidades ni oportunidades. De todas maneras, allí tampoco se resuelven esos problemas. Si lo que propone esta escuela en la mayoría de los casos es rechazado por los alumnos, poner allí una educación sexual, social, democrática significará que será rechazada.


—¿Entonces hay que trabajar para separar la asistencia social de lo que es la educación académica?


—Sí, creo que se deberían reconocer ámbitos distintos. La escuela es un lugar de formación cultural, no es un lugar de juego ni un lugar de terapia. En Italia tenemos una experiencia de inclusión real de niños discapacitados en las escuela que lleva más de 30 años. Allá no hay escuelas especiales, pero la terapia no se hace dentro de la clase, hay otros momentos para eso. En el aula el niño está con compañeros que son como él, sólo que él no oye, otros no conocen los binomios, otros no dibujan bien. Cada uno tiene su característica, pero no es correcto pensar que el niño sordo puede estar dentro de la clase normal dos horas y luego sale tres horas a estudiar el lenguaje de señas. Son dos necesidades distintas, probablemente ambas son correctas y necesarias, pero la escuela tiene como valor la experiencia colectiva con los compañeros. Eso da un elemento de desarrollo que ninguna terapia puede promover. Y nosotros podemos registrar efectos bastante impresionantes, es decir que los niños aprenden cosas aprovechando el grupo y el ambiente estimulante y rico.

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