domingo, 16 de septiembre de 2012

ROSARIO: Una pareja reclama que se esclarezca el homicidio de su hijo


Lo dijo una madre sin rencor y ya sin lágrimas. A su hijo, Diego Montenegro, lo hirieron de muerte el 1º de septiembre al mediodía en Centeno y Alem, corazón del barrio La Tablada.
La Capital | 

Una pareja reclama que se esclarezca el homicidio de su hijo
"Estoy enojada con Dios". Lo dijo una madre sin rencor y ya sin lágrimas. A su hijo, Diego Montenegro, lo hirieron de muerte el 1º de septiembre al mediodía en Centeno y Alem, corazón del barrio La Tablada. El muchacho agonizó una semana en el Hospital de Emergencias mientras sus padres esperaron un milagro, despiertos de día y de noche, en la sala de espera del centro asistencial. Pero entonces llegó la muerte y Diego pasó a ser uno más en una estadística con nombres y apellidos. Su madre sigue enojada, y mucho.
Ese 1º de septiembre Diego, de 25 años y 125 kilos, estaba montado sobre su Yamaha YBR con la que trabajaba como cadete de una farmacia de San Martín y 24 de septiembre. Era un viaje más, de los que le reportaban 4 pesos por cada entrega. Hacía "dos años y medio" que lo hacía. Al llegar a Alem y Centeno "aparentemente lo apretaron dos personas y le quisieron sacar la moto o algo de plata", recordó la mujer. Entonces le aplicaron un puntazo con una chuza o algo punzante en la tetilla izquierda. El chico alcanzó a huir de esa esquina, pero no de su corazón cortado.
Un corte profundo. Eduardo Montenegro tiene 56 años y contó los últimos minutos de la vida de su hijo. Fue en la casa familiar hecha a "trabajo y lucha", en Ameghino al 400. "LLegó y me dijo que estaba herido. Tiró la moto en el pasillo y lo acomodamos en el sillón, estaba pálido. LLamamos a una empresa de emergencias y al Sies y vinieron los dos. La médica de la emergencia nos dijo que era una herida superficial y el muchacho del Sies cuando vio que lo estaban atendiendo se fue. La médica no quería llevarlo a ningún lado, casi le tuve que pedir por la camilla", recordó el hombre con dolor.
La médica no se percató, tal vez por falta de experiencia, que la herida que tenía Diego le había cortado la aorta "a lo largo" y el personal del Sies, más fogueado en esas lídes, tal vez se marchó sin pensar. "No nos quieren mostrar lo que puso la piba de la emergencia en la ficha, y mire que se lo pedimos", dijo Eduardo. "De la desesperación, para que bajara la camilla y lo llevaran, no me quiero ni acordar", remarcó el hombre.
Alicia, la madre de Diego, tiene 51 años. Ya no llora, ya lo hizo, ya se cansó. "El trabajaba de 9 a 17 en la farmacia como cadete y quería abrir un negocio con la novia. Tenían pensado poner una rotisería en Juan Manuel de Rosas y Doctor Riva. Es que ellos vivían acá en casa, en un departamentito de adelante". Un lugar mínimo.
"Mi familia es de trabajo. Desde el 75 que estamos juntos y tuvimos cuatro hijos. Edgardo, de 30; Damián, de 28; Diego, que tenía 25; y Luis, de 19. Todos estudiaron. Diego era casi perito calificador de granos, Los criamos confeccionando ropa en un taller, cosiendo para afuera y con jornadas de hasta 17 horas en los buenos tiempos", dijo la mujer con la naturalidad que le dio pelear la vida. Ahora su lucha es contra la parca, que la deje en paz, que su hijo "descanse".
Pedidos de ayuda. "Diego era un chico muy juguetón. Su sobrina de 3 años se le subía encima, era un oso", cuenta el padre, un hombre que cambió la mirada, que le cuesta volver a trabajar, que quiere creer. "No vamos a hacer justicia por mano propia. Confiamos que la policía encuentre a los asesinos y por eso hacemos marchas de protesta en el lugar en que él trabajaba. Los vecinos nos ayudan", contó. No habla demasiado, ya va por la tercera marcha y no va parar "hasta que aparezcan los culpables".
"El domingo pasado nos fuimos a la esquina de Alem y Centeno, donde lo mataron. Tocamos las puertas de las casas y los vecinos nos atendieron bien y nos consolaron, pero dicen que no vieron nada", acotó el matrimonio. Alguien les dijo que fueron dos personas jóvenes y la policía tiene pistas para seguir.
Alicia, como en un cuento, desgrana su vida: "Yo era peluquera y Eduardo cigarrero. Después hicimos cursos de corte y confección, compramos esta casa, que era un baldío, y la fuimos haciendo. Sin dormir, con lucha. Los chicos también son de mucho trabajo. Diego quería dejar la moto. Acá vivían con Karen, la novia. Cuando el murió me parece que la chica decidió no sumarse a nuestra lucha", cuenta dolida.
Para su padre, un hombre curtido, Diego era "bondadoso, sin maldad. Los chicos nacieron todos acá. En el barrio los quieren y nosotros sólo buscamos que descanse en paz, se lo prometimos en el cajón", dijo la mujer mirando a su marido y tomándole la mano. "Tenemos miedo por mi hijo más chico, por todos. No podemos empezar a trabajar, no tenemos fuerzas. Mi cabeza está en otro lado. Es un duelo largo del que es difícil volver", dijo Alicia y la ausencia de su hijo invade todo el espacio.
En un primer momento, una médica les dijo que la herida era "superficial". Tras ello, Diego Montenegro sufrió dos operaciones y agonizó siete días. Ya no habrá una autopsia que evalúe si los médicos que lo atendieron en principio lo hicieron bien. Nadie sabrá si cuidó con el celo del hombre que trabaja demasiado su preciada moto Yamaha. Si lo conocían, si los ladrones sólo querían dinero. La policía fue recién el viernes pasado a la casa de los Montenegro. Desde Tribunales nadie llamó a la familia para informarles el estado de las investigaciones. La estadística tiene nombre y apellido y los padres de Diego dicen: "Hay que esperar, ya se va a resolver"."Estoy enojada con Dios". Lo dijo una madre sin rencor y ya sin lágrimas. A su hijo, Diego Montenegro, lo hirieron de muerte el 1º de septiembre al mediodía en Centeno y Alem, corazón del barrio La Tablada. El muchacho agonizó una semana en el Hospital de Emergencias mientras sus padres esperaron un milagro, despiertos de día y de noche, en la sala de espera del centro asistencial. Pero entonces llegó la muerte y Diego pasó a ser uno más en una estadística con nombres y apellidos. Su madre sigue enojada, y mucho.
Ese 1º de septiembre Diego, de 25 años y 125 kilos, estaba montado sobre su Yamaha YBR con la que trabajaba como cadete de una farmacia de San Martín y 24 de septiembre. Era un viaje más, de los que le reportaban 4 pesos por cada entrega. Hacía "dos años y medio" que lo hacía. Al llegar a Alem y Centeno "aparentemente lo apretaron dos personas y le quisieron sacar la moto o algo de plata", recordó la mujer. Entonces le aplicaron un puntazo con una chuza o algo punzante en la tetilla izquierda. El chico alcanzó a huir de esa esquina, pero no de su corazón cortado.
Un corte profundo. Eduardo Montenegro tiene 56 años y contó los últimos minutos de la vida de su hijo. Fue en la casa familiar hecha a "trabajo y lucha", en Ameghino al 400. "LLegó y me dijo que estaba herido. Tiró la moto en el pasillo y lo acomodamos en el sillón, estaba pálido. LLamamos a una empresa de emergencias y al Sies y vinieron los dos. La médica de la emergencia nos dijo que era una herida superficial y el muchacho del Sies cuando vio que lo estaban atendiendo se fue. La médica no quería llevarlo a ningún lado, casi le tuve que pedir por la camilla", recordó el hombre con dolor.
La médica no se percató, tal vez por falta de experiencia, que la herida que tenía Diego le había cortado la aorta "a lo largo" y el personal del Sies, más fogueado en esas lídes, tal vez se marchó sin pensar. "No nos quieren mostrar lo que puso la piba de la emergencia en la ficha, y mire que se lo pedimos", dijo Eduardo. "De la desesperación, para que bajara la camilla y lo llevaran, no me quiero ni acordar", remarcó el hombre.
Alicia, la madre de Diego, tiene 51 años. Ya no llora, ya lo hizo, ya se cansó. "El trabajaba de 9 a 17 en la farmacia como cadete y quería abrir un negocio con la novia. Tenían pensado poner una rotisería en Juan Manuel de Rosas y Doctor Riva. Es que ellos vivían acá en casa, en un departamentito de adelante". Un lugar mínimo.
"Mi familia es de trabajo. Desde el 75 que estamos juntos y tuvimos cuatro hijos. Edgardo, de 30; Damián, de 28; Diego, que tenía 25; y Luis, de 19. Todos estudiaron. Diego era casi perito calificador de granos, Los criamos confeccionando ropa en un taller, cosiendo para afuera y con jornadas de hasta 17 horas en los buenos tiempos", dijo la mujer con la naturalidad que le dio pelear la vida. Ahora su lucha es contra la parca, que la deje en paz, que su hijo "descanse".
Pedidos de ayuda. "Diego era un chico muy juguetón. Su sobrina de 3 años se le subía encima, era un oso", cuenta el padre, un hombre que cambió la mirada, que le cuesta volver a trabajar, que quiere creer. "No vamos a hacer justicia por mano propia. Confiamos que la policía encuentre a los asesinos y por eso hacemos marchas de protesta en el lugar en que él trabajaba. Los vecinos nos ayudan", contó. No habla demasiado, ya va por la tercera marcha y no va parar "hasta que aparezcan los culpables".
"El domingo pasado nos fuimos a la esquina de Alem y Centeno, donde lo mataron. Tocamos las puertas de las casas y los vecinos nos atendieron bien y nos consolaron, pero dicen que no vieron nada", acotó el matrimonio. Alguien les dijo que fueron dos personas jóvenes y la policía tiene pistas para seguir.
Alicia, como en un cuento, desgrana su vida: "Yo era peluquera y Eduardo cigarrero. Después hicimos cursos de corte y confección, compramos esta casa, que era un baldío, y la fuimos haciendo. Sin dormir, con lucha. Los chicos también son de mucho trabajo. Diego quería dejar la moto. Acá vivían con Karen, la novia. Cuando el murió me parece que la chica decidió no sumarse a nuestra lucha", cuenta dolida.
Para su padre, un hombre curtido, Diego era "bondadoso, sin maldad. Los chicos nacieron todos acá. En el barrio los quieren y nosotros sólo buscamos que descanse en paz, se lo prometimos en el cajón", dijo la mujer mirando a su marido y tomándole la mano. "Tenemos miedo por mi hijo más chico, por todos. No podemos empezar a trabajar, no tenemos fuerzas. Mi cabeza está en otro lado. Es un duelo largo del que es difícil volver", dijo Alicia y la ausencia de su hijo invade todo el espacio.
En un primer momento, una médica les dijo que la herida era "superficial". Tras ello, Diego Montenegro sufrió dos operaciones y agonizó siete días. Ya no habrá una autopsia que evalúe si los médicos que lo atendieron en principio lo hicieron bien. Nadie sabrá si cuidó con el celo del hombre que trabaja demasiado su preciada moto Yamaha. Si lo conocían, si los ladrones sólo querían dinero. La policía fue recién el viernes pasado a la casa de los Montenegro. Desde Tribunales nadie llamó a la familia para informarles el estado de las investigaciones. La estadística tiene nombre y apellido y los padres de Diego dicen: "Hay que esperar, ya se va a resolver".

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