martes, 18 de septiembre de 2012

"Me gustaría que la música clásica convocara como Madonna"


Así lo señaló Bruno Gelber, uno de los pianistas más prestigiosos del mundo y uno de los máximos intérpretes de autores clásicos y románticos, que hoy estará en el Teatro El Círculo de Rosario. Interpretará obras de Chopin, Beethoven y Mussorgsky.
La Capital | 

Bruno Gelber es uno de los pianistas más prestigiosos del mundo y uno de los máximos intérpretes de autores clásicos y románticos. Sin embargo, contra cualquier prevención, se mostró cercano, distendido y de buen humor durante una charla que mantuvo con La Capital. "Se los regalo, con todo gusto", dijo sobre algunos compositores contemporáneos como John Cage. Y confesó que valora la tecnología. El artista, que toca en los pianos más finos, no considera una blasfemia imaginarlo ante un teclado electrónico. "Me fascina hacer clin, clin, clin en el teléfono y hablar a Tokio. Yo soy de la época que había que pedir larga distancia", bromeó. Gelber tocará hoy, a las 21, en el teatro El Círculo (Laprida y Mendoza).
—¿Cuál es su afinidad con los compositores que va interpretar?
—De Beethoven es conocido mi amor y mi consustanciación por él. Haré una de las sonatas más extraordinarias de esa época de Beethoven. No es dramática. Es, no sé si optimista, pero llena de luz y brillante. El andante spianato y la polonesa de Chopin, como afinidad no le puedo decir porque no bailo, pero es una obra bellísima, con un comienzo muy dulce y seguido de una polonesa superbrillante. Y "Cuadros de una exposición", bueno, es una obra muy peculiar porque Mussorgsky la escribió después de una exposición de su amigo Viktor Hartmann. Describió en música los cuadros que entre paréntesis son horribles (risas). Pero a él lo inspiraron mucho y nos dejó una obra mucho más linda que los cuadros.
—Detrás de una obra hay un trabajo durísimo para el músico...
—Mire, yo le voy a explicar. Nosotros tenemos un trabajo maravilloso, que es el intelectual; otro sublime, que es el emocional, pero tenemos un trabajo hartante (ríe) que es estudiar, la parte física. Es como el atleta. Lo tremendo de lo nuestro es que tenemos una obra muy difícil hoy y después no queda, se va. Para retomar no es tan fácil. Hay que volver a estudiar, aunque no como desde el principio. Yo no soy alemán así que no soy devoto del estudio obstinado (ríe).
—¿Qué obra ya no volvería a tocar?
—No. Yo tengo hartazgo de estudiar, no de las obras. Pero no tocaría más Bach porque es un compositor que exige una férrea sensación del ritmo, y como hay que tocar siempre al principio, a veces, para mí, se hace dificultoso sostenerme de una manera tan perfecta. Lo hago, pero me cuesta.
—De compositores contemporáneos como John Cage, Phillip Glass, Pierre Boulez...
—Se los regalo, con todo gusto (risas). No opino. Seguramente tienen su valía, sino no estarían, pero a mi no me llegan. A mi me gustan los compositores que hablan de sentimientos, de cosas vividas y que las expresan, que sea clásico o romántico. Esos son los que me llegan y los que creo interpretar bien.
—En esa discusión que hay sobre "4\'33"...
—Discuta usted. Yo no... (risas)
—¿Cree que ese silencio puede ser otra forma de estimular los sentimientos o el intelecto del espectador?
—Escúcheme, hay gente que es muy feliz con las baterías falsas, y a veces ponen sólo eso en su casa para tener como fondo sonoro. A mi me desespera (risas). Sobre gustos no hay nada escrito. Depende de la formación. Yo tengo un amigo que si no tiene la computadora a mano es como si le faltara un órgano.
—¿Cuál es su relación con la tecnología? Pensar en usted tocando un teclado electrónico parece una blasfemia...
—No, yo chocho. Eso lo uso muy bien. Tengo un regio piano electrónico frente a la televisión de led espléndida y lo uso para repasar, para hacer ese trabajo que odio. Me distraigo y lo hago de una manera más placentera, viendo algo que me divierte. Yo tengo una mente muy... soy capaz de hacer tres cosas a la vez, puedo hablar, ver televisión y estudiar. Hay cosas modernas que me encantan. Me fascina hacer clin, clin, clin en el teléfono y hablar a Tokio. Yo soy de la época que había que pedir larga distancia (risas).
—¿Qué relación ve entre los jóvenes y la música clásica?
—Lo que pasa es que todo, todo, todo actualmente se dirige hacia la facilidad, y la música nuestra es divina, pero no es fácil. Es mucho más fácil hacer tacatatúm, tacatatúm, tacatatúm. Lo que se escucha todo el tiempo es fácil, pero no es ni profunda, ni interesante, ni nada. Y la gente quiere las cosas no hoy, sino ayer. Yo no estoy en contra de los jóvenes. Yo amo a la gente joven inteligente. Voy a ser muy franco, creo que si yo hubiese tenido en mi niñez 200 canales en colores, computadora, play station, no hubiera sido tan santo, no me hubiera dedicado. Es muy tentador y es muy halagador esa posibilidad de dispersión. A pesar de la vocación, porque la vocación es una especie de locura que si no se la cumple es tremendo.
—¿Qué escucha fuera de lo clásico?
—Me encanta la Negra Sosa, Falú, Ariel Ramírez, Fito Páez. El sabor nuestro me encanta. Yo he tenido la suerte de tenerla a la Negra Sosa con sus músicos en mi departamento de París, que después de comer se puso a cantar. Fue un recuerdo que atesoré y tendré dentro de mí para siempre.
—¿Hay movilidad en el público o es específico de cada estilo?
—A mí me gustaría que la música clásica convocara como lo hace Madonna, pero no sé. Desgraciadamente creo que tenemos bastante culpa nosotros porque nos hemos quedado enfundados en nuestros trajes bonitos, negros, y hoy día para un joven alguien vestido con frac es un ser de otro mundo.
—¿Cómo se va a vestir en Rosario? ¿Va a sorprender?
—No, no, no... Pero todo viene tan aderezado que es lindo antes del espectáculo... yo no protesto, cuento nada más... Yo me voy a vestir como me visto siempre, no me voy a poner nada colorinche (risas).

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