domingo, 5 de junio de 2016

La renta básica universal es una mala estrategia contra la pobreza

Por EDUARDO PORTER 4 junio 2016


Una persona disfrazada de robot durante el Foro Económico Mundial de Davos, en enero, promueve el referendo sobre la renta básica en Suiza. CreditRex Features, vía Associated Press

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¿Por qué el gobierno no hace algo tan sencillo como darle dinero a todos?

Solo habría que determinar una cantidad razonable (la línea oficial de pobreza es de unos 25.000 dólares para una familia de cuatro; con un trabajo de tiempo completo a 15 dólares por hora el ingreso sería de unos 30.000 dólares anuales) y entregarle a cada adulto su cheque mensual.

Tanto el trabajador de salario mínimo que estira el salario para llegar a fin de mes, como la madre soltera que hace malabares entre la guardería y el trabajo: todos recibirían lo mismo.

Acabaríamos con la pobreza, de tajo.

Al ser un programa universal, no serían necesarias las engorrosas evaluaciones que se requieren para establecer si una persona es elegible. También desaparecería el estigma que por lo regular se asocia con los programas diseñados para los pobres. Desde los más vulnerables hasta los amos del universo recibirían lo mismo.

Además tendría asegurado el apoyo político. En muchas ocasiones se dice que los programas para los pobres son programas pobres. De hecho, si algún programa para combatir la pobreza pierde su financiamiento, es raro que haya consecuencias políticas, pues los pobres casi no votan. La historia es totalmente distinta cuando todos se benefician.

Aunque la idea de una renta básica universal suena extravagante, losfinlandeses y los suizos la están considerando. El 5 de junio, los ciudadanos suizos votarán en un referendo para decidir si entregan 30.000 francos al año (que equivalen a poco más de 30.000 dólares), a cada ciudadano, sin importar su patrimonio, situación laboral u otros factores.

En Estados Unidos la idea cuenta con el apoyo de intelectuales de izquierda como Andrew Stern, exdirector del sindicato Service Employees International Union. Algunos intelectuales de derecha también han logrado superar su aversión a la asistencia social del gobierno y apoyan la idea.

Charles Murray, del American Enterprise Institute, publicará este mes una versión actualizada de su plan para sustituir la asistencia social tal y como la conocemos por una renta de 10.000 dólares después de impuestos para cada estadounidense mayor de 21 años.

Quienes leyeron hace algunas semanas mi conversación con otro columnista del Times, Farhad Manjoo, saben que mi impresión es que esta idea está, cuando menos, mal planteada. Pero como la propuesta persiste, vale la pena desmenuzarla más cuidadosamente.

El primer obstáculo al que se enfrenta es la aritmética. Robert Greenstein del Center on Budget and Policy Priorities, cuya orientación ideológica es de izquierda, explica que para entregarle un cheque de 10.000 dólares a cada uno de los 300 millones de estadounidenses se requerirían más de 3 billones de dólares al año.

¿De dónde va a salir ese dinero? Esa cantidad equivale a casi todos los impuestos que recauda el gobierno federal. No hay nada en la historia de este país que indique que los estadounidenses están listos para sumar esa carga a sus impuestos actuales.

¿Qué tal si se reduce a la mitad? Esa cantidad, 5000 dólares, ni siquiera superaría la línea de pobreza y su costo equivaldría a todo el presupuesto federal salvo la porción que corresponde a seguridad social, Medicare, gastos de defensa y pago de intereses.

Para solucionar el problema de dónde sacar el dinero, los intelectuales de derecha sencillamente quieren quitarle financiamiento a todo lo demás que ofrece el gobierno, desde cupones de alimentos hasta seguridad social. Según observa Greenstein, esta medida en realidad aumentaría la pobreza. Causaría una redistribución de la riqueza hacia arriba, es decir que tomaría dinero destinado a los pobres para repartirlo entre todos.

Como me comentó Lawrence H. Summers, antiguo secretario del Tesoro y uno de los asesores económicos del presidente Obama, pagar una renta básica universal de 5000 dólares a los 250 millones de estadounidenses que no son pobres costaría unos 1,25 billones de dólares al año. “Sería difícil financiar esta cantidad sin afectar los programas de ayuda a los pobres”, afirmó.

La popularidad de la renta básica universal surgió a partir de un diagnóstico fantasioso que hizo Silicon Valley sobre los retos que enfrenta la clase trabajadora en las naciones industrializadas. Los campeones de la alta tecnología observan un declive en las tasas de empleo y ven que los sueldos permanecen estancados, por lo que concluyen que los robots están a punto de quitarnos todos los trabajos del mundo.

Esa situación podría presentarse en el futuro (en mi próxima columna hablaré sobre esta posibilidad) pero no es, para nada, la realidad en el presente. Varones en la plenitud de su vida laboral, entre los 25 y los 54 años, han abandonado la fuerza de trabajo desde la década de 1960. Sin embargo, hoy en día más de ocho de cada diez estadounidenses en la plenitud de su vida tienen trabajo.

El trabajo, como subrayó en alguna ocasión Lawrence Katz de Harvard, no es solo lo que las personas hacen para ganarse la vida. También les da estatus y organiza sus vidas. Les da la oportunidad de progresar. Un cheque no puede reemplazar esto.

La renta básica universal tiene muchas características negativas, como el hecho de que no incentiva el trabajo. Casi una cuarta parte de los hogares estadounidenses reciben un ingreso de menos de 25.000 dólares. Si mamá y papá recibieran un cheque por 10.000 dólares cada uno, no sería de extrañar que tuvieran menos ganas de trabajar.

La renta universal separa la ayuda de la necesidad. La ayuda queda fija, sin tomar en cuenta ningún otro factor. Si tomamos como referencia nuestra experiencia con las subvenciones federales llamadas block grants, lo más probable es que con el paso del tiempo sea cada vez menos generosa.

A los libertarios les parecerá más una característica que una falla, pero remplazar todos los elementos que conforman la red de seguridad de una sociedad por un cheque limitaría peligrosamente el alcance de la ayuda que ofrece el gobierno. Por ejemplo, supongamos que la elección de vecindario tiene un impacto importante en el desarrollo futuro de los niños pobres. Si reciben ayuda para mudarse a un mejor barrio tal vez lo hagan. Pero si reciben un cheque mensual, es probable que no tomen esa decisión.

Además, quienes piensan que una prestación universal tendría más seguridad política que una basada en una evaluación de elegibilidad deberían considerar el debate recurrente sobre posibles recortes a la seguridad social.

Es verdad que la red de seguridad social estadounidense necesita modificaciones, nadie lo niega. Cincuenta millones de estadounidenses viven en situación de pobreza y unos 21 millones viven por debajo de la linea de pobreza. Una mayor seguridad para la clase trabajadora en cuanto a su ingreso no solo produciría una sociedad más equitativa, sino que también aumentaría el gasto y mejoraría el crecimiento económico.

Pero en este mundo, donde el trabajo sigue siendo una importante ancla social, psicológica y económica, existen mejores herramientas de ayuda para los estadounidenses que un cheque mensual.

El empleo subsidiado es un ejemplo. El gobierno podría subsidiar trabajos muy diversos, como reparaciones en escuelas y arreglo de carreteras. “Así ofrecerían empleos y al mismo tiempo harían algo para mejorar la productividad y la vida de la gente”, aseveró Greenstein.

Quizá podríamos ampliar el earned-income tax credit, la herramienta más exitosa que existe en el país para combatir la pobreza, pues ayuda a aumentar las ganancias de los trabajadores de ingresos bajos. Se trata de un beneficio que reduce el monto de los impuestos y estipula un reembolso.

O aplicar la idea que durante años impulsó Edmund Phelps, de la Universidad de Columbia: en vez de ofrecer a los empleados un subsidio que se va reduciendo conforme aumentan sus ingresos, ¿por qué no subsidiar los sueldos de los trabajadores?.

Como dijo Summers en una reciente reunión de Brookings Institution: “La renta básica universal es una de esas ideas a las que, mientras más vueltas se le da, menos entusiasmo te provoca”.

Nytimes.com

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