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Panqueques, donas, dulces, Nutella; pero también frutas, verduras y cereales… todo para cumplir el objetivo.
La lucha de Amelie comenzó en 2012 y el proceso no fue fácil. Recién un año después logró ayuda en la unidad ambulatoria de un hospital. “Pasé por una fase depresiva a mitad de mi adolescencia y mi percepción de mí misma llegó a su nivel más bajo”, dice la joven originaria de Stavanger, Noruega, que ahora vive en Londres.
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“Yo sólo quería desaparecer. Mi trastorno alimenticio no tenía que ver con parecerse a una modelo. Sino que hice reglas extrañas para mí misma acerca de lo que me permitía comer, cuándo, dónde; incluso qué cuchara usar. Estas reglas me hacían pensar que yo tenía el control. Pero lo perdó y esa necesidad obsesiva llegó a controlarme en todos los sentidos”.
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Amelie se encarga de dejar bien en claro que el camino es muy complicado, pero no imposible. “No experimenté un momento mágico donde comencé a recuperarme. Fueron pequeñas cosas que me hicieron elegir la recuperación”, contó. La joven se niega a decir cuál fue su peso más bajo para evitar que el dato actúe como disparador de la enfermedad en otras personas.
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