Los clientes de los bancos no comprenden por completo la amenaza de que los cajeros y gerentes de sucursales bancarias con acceso instantáneo no solo a su información personal sensible sino también a su efectivo.CreditMichael Nagle para The New York Times
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NUEVA YORK — Antes, los ladrones de bancos irrumpían en las sucursales bancarias con armas y con una nota con la que le pedían el dinero al cajero que atendía detrás de la ventanilla. Hoy, los ladrones quizá sean quienes están tras el mostrador.
La preocupación por los riesgos derivados del robo de identidades digitales y los ataques informáticos lanzados por potencias extranjeras no deja de aumentar. Los clientes de los bancos no terminan de comprender las amenazas que les esperan a la vuelta de la esquina: los cajeros y gerentes de sucursales bancarias con acceso instantáneo no solo a su información personal sensible sino también a su efectivo.
Conversaciones con fiscales, funcionarios y expertos en seguridad revelan que aunque la atención suele centrarse en los fraudes bancarios que lanzan los hackers más sofisticados, es el personaje más prosaico, el cajero detrás de la ventanilla, aquel de quien más deberían de preocuparse los depositantes.
Los cajeros y sus supervisores tuvieron alguna vez un papel formal y respetado en muchas ciudades, independientemente de su tamaño. Contaban cuidadosamente los billetes, miraban detenidamente las firmas. Conocían a sus clientes. Pero los cajeros automáticos, los depósitos directos y la banca electrónica han hecho disminuir la importancia de su papel. Ahora su trabajo está mal pagado y, según algunos investigadores, a veces se confunde con el delito.
Los clientes ricos y ancianos de los bancos son quienes corren más riesgos cuando los empleados de las sucursales se meten en cuentas para transferir fondos sin autorización, emitir tarjetas de débito falsas para retirar dinero de cajeros automáticos o vender información personal a otros criminales. Las cuentas con saldos elevados y aquellas con depósitos directos de fondos públicos, como pagos de la Seguridad Social, son las más codiciadas.
“Es un problema fuera de control”, dijo Brendan Fischer, jefe de la Oficina de Crimen Cibernético y Robo de Identidad de la fiscalía de Manhattan. Además, calcula que la media de casos contra cajeros es de un caso al mes.
El año pasado, una cajera en White Plains, en el condado de Westchester, Nueva York, fue sentenciada por participar en una estructura de apropiación de identidad que hurtó 850,000 dólares de diferentes cuentas bancarias. Gracias a escuchas telefónicas se descubrió que los acusados hablaban en código sobre potenciales víctimas, refiriéndose al TD Bank como “touchdown” y JPMorgan Chase como “Yase”. Un excajero en una sucursal de Capital One en Maryland fue condenado en 2014 por acceder a siete cuentas y pasar información de clientes a otra persona que cobró cheques contra las cuentas.
Presentar cargos contra cajeros y gerentes de bajo nivel puede ser difícil, dicen los fiscales, debido a los controles laxos de seguridad de los bancos y a una regulación repleta de vacíos normativos.
Un cajero del área de Chicago pasó del Washington Mutual a LaSalle Bank y luego a Fifth Third antes de que lo atraparan. Logró retirar, junto con sus secuaces, más de 2 millones de dólares. Los criminales cambiaron los domicilios de los clientes a buzones postales que ellos controlaban, crearon licencias de conducir a nombre de los clientes para abrir tarjetas de crédito e incluso crearon empresas falsas para poder comprar terminales de tarjetas de crédito. También eran capaces de aprobar los cargos falsos que registraban.
Pese a las sumas en juego, los fiscales dicen que cometer los delitos puede ser fácil. Muchas de las herramientas que los criminales necesitan, como una impresora de tarjetas, están a un clic de distancia, disponibles por unos cientos de dólares en Internet. Y los videos que detallan la mecánica de las estafas circulan en línea en una especie de colección de “hágalo usted mismo” del bajo mundo.
Quienes trabajan como cajeros y empleados de sucursal con acceso a la información de sus cliente a golpe de teclado componen el núcleo de las estafas. El año pasado, por ejemplo, Peter Persaud, un empleado en una sucursal de Chase en Brooklyn, vendió datos de clientes a un informante. Cobraba, según la investigación de la fiscalía, 2,500 dólares por cliente. Persaud se ha declarado inocente y la investigación continua abierta.
En otros casos los cajeros son solo un instrumento necesario en manos de otros. Los sobornan para que entreguen datos personales con los que posteriormente se extrae dinero de las cuentas. Pese a su papel en la cadena de responsabilidad bancaria, no existen sistemas de verificación de antecedentes rigurosos para cajeros y empleados bancarios de bajo nivel.
Muchos bancos cierran las investigaciones por fraude una vez que el cajero investigado renuncia, lo que permite al exempleado cambiarse a otro banco.
Para que sus actividades ilícitas nos sean detectadas, los cajeros a menudo mantienen los retiros no autorizados por debajo de los 10.000 dólares, el umbral que, de superarse, activa otro nivel de revisión según las leyes bancarias. Especialmente en cuentas con saldos grandes, pueden pasar años antes de que alguien detecte a un ladrón.
Kevin Streff, socio administrativo de Secure Banking Solutions, una consultora de seguridad, dijo que los controles débiles se deben a que “los bancos siguen confiando demasiado en los individuos a los que emplean”.
nytimes.com
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