Un premio Nobel de Biología sostuvo que el rechazo a los transgénicos viene “de países que nunca conocieron el hambre”. Surgen posiciones encontradas en la mirada de los especialistas santafesinos inquiridos.
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El biólogo Bivenkatraman Ramakrishnan nació en India y reside en los Estados Unidos. En 2009 fue Premio Nobel de Química y es presidente de la Royal Society, la academia científica más antigua del mundo, por la que pasaron Einstein, Newton y Darwin. Entrevistado por el Diario El País de España, lanzó una frase polémica que divide aguas: “La resistencia a los transgénicos proviene de gente que no ha conocido el hambre”.
Y en la misma línea, y consigo mismo como ejemplo, explicó: “No pasa nada, hasta donde yo sé. Soy muy feliz comiendo maíz transgénico. Para alguien como yo, que ha crecido en India, estas resistencias se ven como una cosa de gente que nunca ha conocido el hambre. Le dicen a los países pobres: sigue con hambre. Este tipo de objeciones son un lujo, porque los que las tienen saben que hay mucha comida en Europa y no les importa”. Y concluye: “Los alimentos modificados genéticamente pueden marcar la diferencia: adaptados a la sequía o con más nutrientes en un cultivo, como el arroz dorado, en el que se introducen precursores de la vitamina A y puede ayudar a prevenir la ceguera infantil”.
Frente a los debates generados en distintas partes del mundo, Diario UNO de Santa Fe consultó a Mariana Maglianese, licenciada en Saneamiento Ambiental de la Universidad Nacional del Litoral (UNL); y a Marcelo Mare, ingeniero agrónomo y vocal del Colegio de Ingenieros Agrónomos de Santa Fe de la Primera Circunscripción.
En primer lugar, Maglianese fijó una posición contraria a lo sustancial del planteo del hindú: “Las explicaciones que da este científico no son claras y lo hace ex profeso. Cuando asegura que durante siglos se han estado haciendo modificaciones genéticas, las mismas tienen la base en la hibridación, que tiene que ver con lo aleatorio, es decir, que se cruzan las especies. No a través de la manipulación de genes, sino a nivel macro, cosa que es esperable en la naturaleza, sin generar mutaciones, sino modificaciones genéticas”.
—¿Y qué diferencia hay?
—La evolución de las especies en la naturaleza tiene miles de años, las mutaciones naturales son esporádicas y efecto de presiones que sufre una determinada especie en condiciones naturales. Por el contrario, cuando se introducen cambios en los genes –por ejemplo de un alimento extrayendo parte de su código genético reemplazándola por otros genes que, generalmente, hacen que ese alimento sea mejor cotizado que el “natural”–, no se miden las consecuencias sobre el resto del universo. Ya sea sobre las especies que compiten con esa especie modificada, como con las cadenas tróficas que conforman su ecosistema. Y ni qué hablar de lo que implica la introducción en nuestro cuerpo de un alimento que tiene una estructura que jamás habíamos incorporado.
“No soluciona la hambruna”
Maglianese sostuvo luego que la cuestión de los transgénicos es de interés económico y no es una respuesta al hambre en el mundo. “Cuando este investigador dice: «Te enfocas en un gen y sabés exactamente lo que estás haciendo», es muy soberbio. Porque también se sabía lo que se estaba haciendo cuando se distribuyó (se hizo negocio) con el glifosato para «terminar con los problemas de maleza que competían con los cultivos que iban a terminar con el hambre del mundo». Sin embargo, luego del uso masivo de este biocida, la Organización Mundial de la Salud (OMS) tuvo que admitir que es cancerígeno, después de más de 10 años que se advertía que producía daños a la salud”.
Y cuestionó con énfasis la especialista: “¿Lo mismo se va a esperar con los alimentos transgénicos? ¿Cuando ya los problemas sean irreversibles? El mismo Ramakrishnan admite que opina «hasta lo que él sabe».”
—¿Qué opina del maíz y la soja Bt que tanto se usa desde hace años en la Argentina?
—Sobre el maíz y la soja Bt es aún más clara la manera en que se produce daño. Nos envenenan a través de los alimentos transgénicos ya que el Bacillus thuringiensis( de ahí vienen la abreviatura Bt), es introducido en los genes de estos cereales; y cuando la planta crece, cada hoja, tallo, flor o semilla, tiene parte del insecticida en sus genes que se va manifestando. Esa es la razón por la cual los insectos no la comen. Es obvio que después esas semillas (maíz, soja), son consumidos directa o indirectamente (a través de animales que los alimentan con transgénicos) por los seres humanos e incorporamos el insecticida en nuestro cuerpo.
—Si el bacilo es un controlador biológico-natural, ¿por qué implicaría un riesgo?
—¡Porque es un patógeno! En este caso, el Bt es una bacteria Gram positiva. Y, en lo personal, no tengo absolutamente ninguna intención de comer algo que contenga un bacilo cuyos efectos desconozco.
El problema es la distribución
—¿Qué opina acerca de la afirmación de que “… estas resistencias se ven como una cosa de gente que nunca ha conocido el hambre…”?
—Creo que su opinión está basada en un concepto falso: que el hambre en el mundo es por la falta de producción de alimentos. Es harto sabido que en el mundo se fabrica más que el que se necesita para sacar del hambre a toda la humanidad. Inclusive un porcentaje importante de esa comida se tira al terminar el día porque no se consumió (es decir, no se vendió). Así explica perfectamente la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación).
Para Maglianese, el problema entonces está en la distribución del alimento, del mismo modo que en la distribución de la riqueza. “Hay gente con gran poder adquisitivo que compra y consume mucho más de lo que necesita; y gente con pobreza extrema que no puede alcanzar el valor de una comida diaria”, sintetizó.
“Por lo tanto –completó la especialista en medio ambiente en ese sentido–, los transgénicos no vienen a solucionar un problema de hambruna, sin a desafiar al clima, las limitaciones del tipo de territorios, la armonía de la naturaleza, para satisfacer los antojos de una parte de la población que motiva al mercado (por las grandes ganancias): a obtener tomates en invierno, naranjas en verano, duraznos en climas húmedos, hongos en zonas desérticas”.
Brasil, pudo
Por último, consultada Maglianese sobre si es posible en la Argentina pensar en un modelo de agricultura orgánica, fue enfática en sostener: “Claro que es posible pasar de un modelo de agricultura transgénica a uno de agricultura orgánica, de manera paulatina para no resentir el modelo actual; y debe existir una política económica contundente que fortalezca el nuevo modelo”.
“Brasil –ilustró–, que solo producía transgénicos (como la Argentina), al perder parte del mercado europeo que solo compra orgánico, cambió su modelo agroexportador y actualmente el 50 por ciento de su producción es orgánica; apoyado por políticas a nivel nacional que incentivan esta alternativa que actualmente deja más regalías que la transgénica. Pero debe ser una política de Estado nacional”.
“Mejorar la calidad nutricional”
Por su parte, el ingeniero agrónomo Marcelo Mare –miembro del Colegio de Ingenieros Agrónomos de Santa Fe de la Primera Circunscripción–, expresó su opinión sobre la cuestión, aunque desde un plano estrictamente personal y no institucional.
En contraste con Maglianese, para él, “Ramakrishnan impulsa en India el uso de los cultivos transgénicos, con mecanismos de regulación adecuada, por las enormes potencialidades que ofrecen. Cree que nada debe impedirle a ese país aplicar su propio modelo de OGM (Organismos Genéticamente Modificados) para ayudar a sus agricultores; y deja en claro que muchas veces se busca confundir la tecnología para generar OGM con las multinacionales y su comercialización”.
Consultado también sobre la soja y el maíz Bt, consideró que el desafío del sector agrario es incrementar la producción con menos tierra, menos agua y condiciones ambientales más adversas.
“El mejoramiento genético empleando técnicas biotecnológicas –arguyó Mare–, ha mostrado ser una buena estrategia para enfrentar el estrés en los cultivos y promete ser una herramienta para mejorar la calidad nutricional de las cosechas”
Y comentó: “Hay aprobados en el país 31 eventos biotecnológicos (seis en soja, 22 en maíz y tres en algodón) presentados por 10 empresas diferentes y que cumplen con los procedimientos administrativos en los que intervienen: Conabia/ Senasa/ Dirección de Biotecnología y Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca”.
Luego, el ingeniero agrónomo sostuvo que existen evaluaciones experimentales en: tolerancia a sequía y salinidad en alfalfa, maíz, trigo y soja; aumento en la eficiencia del uso de nitrógeno en algodón y sorgo, y mejora en la arquitectura de las plantas
“En el mundo –agregó Mare– hay investigaciones vinculadas a mejora en la eficiencia de absorción de nutrientes, biofortificación, más aminoácidos en cereales y leguminosas, más vitaminas A y E en arroz, más hierro en arroz, productos terapéuticos, vacunas”, entre otras.
Y consideró: “Estas, y seguramente muchas más, serán las líneas de investigación que permitirán alcanzar esos objetivos”.
—¿Considera como el hindú que el rechazo a los OGM “provienen de la gente que nunca ha conocido el hambre”?
—Creo que por provenir de la India tuvo que tener mucho mayor contacto con el hambre que lo que puedo tener en mi caso. La afirmación de la que se toma el título de la nota va en la misma dirección de la de Peter Beyer, creador del arroz dorado, cuando habla de los niños que siguen quedando ciegos después de una lucha de 15 años por la aprobación del arroz con provitamina A, por ahora sin resultado. En este, como en muchos casos, los países tienen varas muy distintas para medir las cosas puertas adentro que hacia afuera.
Para el patio de casa
—¿Qué opina de posiciones –quizás algo radicales– que proponen migrar a una agricultura netamente orgánica?
—No sé si las posiciones son “radicales”, ni cómo calificarlas. Veo que se hace hincapié con un herbicida cuando hay otros productos que pueden tener mayores problemas. Incluso los que usamos en los hogares y hasta en la cabeza de nuestros hijos. En el fondo de mi casa trato de llevar una producción lo más orgánica posible; pero si me falla tengo la posibilidad de ir a la vuelta y comprar lo que necesito. No puedo pensar en hacer depender la alimentación de mi barrio y mucho menos alimentar el mundo únicamente con productos orgánicos que serían “impagables”.
“También creo que falta mucho en investigación (universidades); y, seguramente más aún en difusión, para poder llevar adelante producciones con sistemas alternativos”, opinó el especialista, en diálogo con Diario UNO de Santa Fe.
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