Hoy votarán por un nuevo presidente para reemplazar a Hosni Mubarak, derrocado hace 15 meses en una revuelta popular que dio paso a una turbulenta transición dirigida por el ejército y unas elecciones parlamentarias dominadas por los islamistas.
Los afiches de la campaña invadieron los negocios de El Cairo.
Después de seis décadas bajo el control
de militares, los egipcios vivirán por primera vez la experiencia de una
elección presidencial cuyo resultado parece incierto. Hoy y mañana
votarán por un nuevo presidente para reemplazar a Hosni Mubarak,
derrocado hace 15 meses en una revuelta popular que dio paso a una
turbulenta transición dirigida por el ejército y unas elecciones
parlamentarias dominadas por los islamistas.
El poder real aún no cambió de manos en Egipto. Un
consejo militar liderado por el hombre que fue ministro de Defensa de
Mubarak durante 20 años aún gobierna el país y prometió ceder su
autoridad el 1º de julio, luego de la elección definitiva de un
presidente, probablemente en un ballottage en junio.
Los sondeos de opinión aún no han sido probados. La
votación parlamentaria —que coronó primeros a los Hermanos Musulmanes y
segundos a sus rivales salafistas de línea dura— y un referendo que
aprobó abrumadoramente cambios constitucionales interinos propuestos por
el ejército tampoco sirven de guía.
Como otros Estados árabes donde la profunda
frustración por la política y la economía estalló el año pasado, Egipto
está luchando por definir su futuro.
Meses de luchas y alianzas entre el ejército, los
islamistas, los manifestantes y otros sectores han sorprendido a algunos
egipcios y desilusionado a muchos jóvenes que ayudaron a derrocar a
Mubarak.
Muchos esperan que su país algún día pueda recuperar
la primacía en el mundo árabe, que perdió efectivamente cuando el ex
presidente Anwar Sadat firmó un tratado de paz con Israel en 1979, y la
nación árabe más poblada se convirtió en eje de la política de
Washington en Medio Oriente y el mayor receptor de ayuda militar
estadounidense después de Israel.
Sin embargo, el abrumador y urgente desafío para el
nuevo presidente será reavivar una economía convulsionada por meses de
malestar e incertidumbre, y remediar la pobreza, el desempleo y unos
colapsados servicios públicos, todos temas que ayudaron a fomentar la
revuelta del año pasado.
¿Dónde estará el poder?
Nadie puede predecir con seguridad quién será el
ganador entre la decena de candidatos, ya que existe un fuerte contraste
entre estos comicios y las ficticias instancias electorales celebradas
durante los treinta años de gobierno autoritario de Hosni Mubarak.
Tampoco se sabe qué poderes tendrá el presidente, el
Parlamento, el ejército o las cortes, debido a que Egipto aún no ha
logrado redactar una nueva Constitución.
"La relación constitucional está totalmente en el
aire", dijo Rashid Khalidi, profesor de estudios árabes de la
Universidad de Columbia en Nueva York. "Este es el principal
interrogante en Egipto. No es si el presidente será musulmán
fundamentalista o no, o si estarán los Hermanos Musulmanes o no, es si
el sistema será parlamentario o presidencial, y dónde residirá realmente
el poder", explicó.
Los generales egipcios —acostumbrados a imponer las
leyes a los civiles— niegan tener el deseo de dirigir los asuntos
cotidianos, pero pocos dudan de sus ambiciones de retener sus vastos
privilegios y preservarse una poderosa autoridad detrás de escena.
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