Las sucesivas administraciones
socialistas no se cansan de declamar que se seguirán abriendo "balcones
al río" para que, en paralelo con el avance de proyectos premium
privados, el resto de los rosarinos también pueda disfrutar del paisaje
del Paraná.
Sin embargo, hay un lugar clave sobre la
costa —no sólo por su emplazamiento estratégico, sino también porque es
público— que lleva "años y años" clausurado y convertido en una ruina.
Se trata del espigón Maciel, continuidad del puente que cruza avenida
Colombres al 1000 y se adentra unos 200 metros en el río bordeando las
caletas de cuatro clubes náuticos. Los vecinos dicen que, además de ser
una postal del abandono y la basura, el lugar se ha vuelto especialmente
inseguro.
El solado de ondas blancas y negras característico de
todo el Paseo Ribereño también supo ser la calzada del espigón, que a
su izquierda bordea el Yatch Club Rosario y por la derecha contiene la
caleta que comparten Cirse, Amistad Marina y el Club de Velas.
Para entrar en él, viniendo desde la calle Maciel por
el puente peatonal que cruza la avenida, hay que sortear los restos de
una valla metálica que coronan dos carteles.
En uno se puede leer "Espigón Maciel", "Muelle en
reparación", "No pasar" y "Ciudad en obras", coronado por el
inconfundible logo anaranjado de la Municipalidad de Rosario.
El otro cartel abunda con eslóganes igualmente prometedores: "En acción", "Rosario se arregla", "Rosario es tuya".
Sin embargo, a lo largo de varios años, el único
trabajo encarado por la Intendencia en el sector parece haber sido el
reforzamiento del vallado. Obras, ninguna.
El propio secretario de Obras Públicas, Omar Saab,
reconoció ayer que se trata de una intervención largamente postergada,
aunque intentó relativizar la demora al recordar que se trata de una
tarea "pendiente" en el marco de la "importante inversión que se ha
venido realizando en la costa". Y prometió avances (ver aparte).
"Perdí la cuenta". "¿Qué cuántos
años lleva cerrado el espigón? Y... fácil, fácil, cinco años, si no más,
unos siete capaz, yo ya perdí la cuenta", calculó ayer Pepe, portero
del Club de Velas desde hace un cuarto de siglo.
"Da lástima verlo así, porque antes la gente
caminaba, se acercaba a mirar el río, iba a pescar. En cambio, ahora
solamente se ve derrumbe, y hay gente que lo ocupa, es un desastre",
abundó.
Los vecinos dicen que el lugar se ha transformado en
un "aguantadero", que muy de vez en cuando recorre personal de
Prefectura o de la policía.
Al menos por lo que se ve, la nota dominante es de
completo abandono. La calzada está destruida y reiteradamente obstruida
por espesa vegetación (espinillos y arbustos) que en algunos puntos
llega casi a los tres metros, lo que hace pensar en que lleva largo
tiempo creciendo entre los hundimientos del suelo.
Más cerca del extremo se advierte un profundo socavón
que literalmente fractura el muelle. Y la basura, como no puede ser de
otro modo, se enseñorea entre los yuyos y las baldosas sueltas. Para más
datos, falta buena parte de la baranda al río.
Bajo el impiadoso sol del mediodía, solamente un
carrito de supermercado con algunos enseres delata alguna presencia
humana, de gente que vive como puede en una franja de la ribera y al
otro lado del espigón. Un perro y una parrilla con comida a medio hacer
completan la imagen hogareña de algún pobre solitario o de un pescador.
La paradoja es que, por ubicación, por paisaje, por
entorno, el espigón debiera ser un lugar privilegiado para disfrutar del
río. Más porque en varios centenares de metros es el único de acceso
libre, no ocupado por clubes náuticos, que se adentra en el Paraná.
Las promesas de una obra no concretada
“Vamos a intentar tenerlo listo para la próxima
temporada”, arriesgó ayer el secretario de Obras Públicas, Omar Saab,
respecto del futuro del espigón Maciel. El funcionario dijo que existe
un proyecto “en líneas generales” para intervenir el muelle, aunque
resta elaborar los pliegos para la licitación con un presupuesto que no
bajará de los tres millones de pesos.
De hecho, Saab no pudo precisar cuánto tiempo lleva
cerrado el acceso al río (no menos de cuatro años, desde que asumió en
su función, dijo), aunque recordó que hace unos meses debieron reforzar
el vallado de clausura. Un trabajo en vano, visto que hoy cualquier
persona puede pasar sin siquiera tener que agacharse.
“Efectivamente es una obra pendiente y costosa, y que
se podrá encarar con el río bajo porque hay que hacer un tablestacado,
una contención del suelo sobre el que se apoya el espigón”, adelantó.
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