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domingo, 29 de noviembre de 2015

NACIONALES Superministros de Economía, una tradición que llega a su fin

La decisión de Mauricio Macri de partir el área en seis pone punto final a la costumbre de los funcionarios todopoderosos que supieron ocupar el cargo.
Infobae | 
Superministros de Economía, una tradición que llega a su fin

 La determinación del presidente electo de que no haya en su gabinete superministros de nada, y especialmente de Economía, constituye toda una novedad. En primer término, ahuyenta el fantasma del súper-salvador cuyas decisiones solían acabar en desastres, especialmente sociales. Esto en un país que por décadas soportó economistas que decidían todo a su manera, incluso sin chequear sus medidas con los requerimientos políticos de sus gobiernos.
Los superministros trabajaban solos, rodeados de un miniequipo y sus declaraciones eran sacrosantas, sus decisiones también.
Antes del primero de estos "súper", Adalbert Krieger Vasena (1920- 2000), quien acompañó los destinos del gobierno de Juan Carlos Onganía, aquel militar que en 1966 derrocó la administración del radical Arturo Illia y soñó con parecerse a Francisco Franco, el dictador español, hubo otras figuras temperamentales que pesaron mucho en las decisiones nacionales.
Uno de ellas fue Federico Pinedo hijo (1891-1975), bisabuelo del actual legislador del mismo nombre. Formado en el socialismo -fue un gran entendido de la obra de Marx-, Pinedo aplaudió el golpe militar de 1930 y, como "independiente", participó decididamente en una década de crisis y sufrimientos. Esos diez años terminaron por ser benignos a la clase media pero castigaron en demasía a los pobres y desposeídos. Pinedo fue tres veces Secretario de Hacienda. En ese entonces no había Ministerios de Economía. Al finalizar la Primera Guerra Mundial (1914-1918), Europa no pagó sus deudas pendientes con Buenos Aires por los suministros con que Argentina había alimentado a las tropas aliadas y cortó el abastecimiento fluido desde el Río de la Plata.
Argentina se había quedado sin mercados para colocar uno de sus principales productos de exportación, la carne. Por eso el 1 de mayo de 1933 Pinedo aprobó el Pacto Roca-Runciman, firmado en Londres, que garantizaba una cuota de importación argentina no inferior a las 390.000 toneladas pero era Londres la que distribuía monopólicamente las exportaciones de sus frigoríficos en Buenos Aires y sus cercanías. Más otras discutibles concesiones.
Todo ello fue enjuiciado en el Parlamento por el senador Lisandro de la Torre. El fundador de la Democracia Progresista, de gran presencia en la provincia de Santa Fe, mantuvo durísimas polémicas con Pinedo y especialmente con Luis F. Duhau, ministro de Agricultura y Ganadería. De la Torre presentó dos proyectos en defensa de la producción ganadera poniendo entre paréntesis el acuerdo con los ingleses. Propuso que los ganaderos argentinos enviaran la carne directamente a los puertos británicos sin la intermediación de los ferrocarriles ingleses.
A mediados de 1934, De la Torre exigió una comisión investigadora para verificar si los precios que pagaban los frigoríficos guardaban relación con sus ventas. Los datos fueron ocultados en bolsas en el vapor "Norman Star" que despachaba carne a Gran Bretaña.
La comisión investigadora allanó el barco y cuando comprobó la estafa estalló un escándalo. En mayo de 1935 los frigoríficos fueron acusados de fraude y evasión. Aquello fue un debate histórico en el Congreso que terminó cuando un guardaespaldas del ministro Duhau, Ramón Valdez Cora, disparó en pleno recinto contra Lisandro de la Torre. Enzo Bordabehere, amigo y compañero de bancada, se interpuso para cubrirlo y recibió la herida mortal.
Ese acontecimiento y otros problemas en su vida personal llevaron a De la Torre al suicidio unos años más tarde.
Para entonces Argentina ya se había estabilizado. El equilibrio entre exportaciones e importaciones permitió un saneamiento del sistema bancario y la proliferación de lo que se dio en llamar "industria sustitutiva de importaciones". Impactó la declinación productiva industrial inglesa. La importación reemplazada estaba relacionada con la industria textil, ya que Argentina contaba con materia suficiente y apta. También se multiplicaron los talleres de algunas ramas de la metalurgia -máquinas, vehículos y equipos-, productos químicos y farmacéuticos, artefactos eléctricos y derivados del caucho. Más allá de todo, la industrialización era limitada e inorgánica. Pero propició en la segunda mitad de los años treinta el crecimiento de la postergada clase obrera, con mano de obra que migró del campo a las grandes ciudades del país, Buenos Aires, Rosario, Córdoba, conformando el grupo humano que dará nacimiento a las bases militantes del peronismo.
De todas maneras, las restricciones financieras perjudicaron a la pequeña industria, sobre todo a los establecimientos que recurrían al crédito. La década del Treinta presenció la estrategia dominante de reunir capitales para conformar una nueva empresa industrial. Capitales extranjeros se asociaron a los argentinos. La evolución de la industria argentina fue, hasta 1940, semejante a la de otros países latinoamericanos.
La Segunda Guerra Mundial era inminente. Pinedo gestó un plan para que Argentina se defendiera con estrategias sustitutivas de importaciones, para reemplazar los insumos del exterior que quedarían en origen por ser indispensables en el conflicto bélico. El plan contemplaba una amplia reforma financiera que propendía a la creación de un mercado de capitales de largo plazo y otorgaba nuevos instrumentos al Banco Central para el manejo de la política monetaria. La Unión Industrial apoyó con entusiasmo el Plan Pinedo, pero la Sociedad Rural y la Bolsa de Comercio pusieron reparos a lo que consideraron un "fomento excesivo a la industrialización". El plan quedó cajoneado en el Parlamento sin ser aprobado por la resistencia de legisladores radicales.
La modernización de Krieger Vasena
Volvemos a encontrarnos con un súper-ministro recién tras la caída de Perón, en el gobierno de los militares que terminaron cediendo el poder en 1958 a Arturo Frondizi, el citado Adalbert Krieger Vasena, por entonces un directivo de la Banca Morgan a escala mundial, estuvo a cargo del Ministerio de Hacienda durante unos meses. Elaboró los lineamientos para que los bancos argentinos recuperaran su autonomía, tras una década de dependencia del Banco Central. Pero la reforma no dio autonomía a los bancos sino que, en los hechos, los mantuvo al servicio de los sectores del establishment que los utilizarían para reforzar sus posiciones dentro de la propia estructura de un Estado que ya era socio del Fondo Monetario Internacional desde 1956.
En la madrugada del 28 de junio de 1966, los militares lanzaron otro zarpazo a la democracia sacando de la Casa Rosada a los radicales. Ese golpe tuvo aceptación en los sectores financieros y el optimismo se reflejó en la Bolsa de Comercio.
En sus inicios, las primeras medidas de Krieger Vasena, ya a cargo del Ministro de Economía, fueron ortodoxas. Devaluó el peso un 40 por ciento, liberó el mercado de cambios, congeló los salarios por veinte meses y rebajó los aranceles de importación un 50 por ciento. Un ajuste a la manera clásica, aunque agregando disposiciones heterodoxas. Se apoyaba en el criterio de que la "modernización de la Argentina" requería "competencia", situación a la que el "estatismo" no ayudaba, agravando la estructura industrial del país.
El criterio de "modernización" incluía, para Krieger Vasena proyectos de obra pública monumentales. A su manera, este ministro era el jefe de un "Estado Burocrático Autoritario", como más tarde lo definirá el politólogo Guillermo O\'Donnell. Pero el sector nacionalista dentro del poder de Onganía comenzó a protestar. Si se exceptuaban algunas empresas estatales, como YPF, Entel (telefónica), Fabricaciones Militares, Segba (eléctrica) y Somisa (Siderúrgica), las compañías multinacionales controlaban el grueso de la economía argentina. Durante 1966 salieron del país 151 millones de dólares en concepto de utilidades e interés, en el mismo momento en que las reservas del Banco Central apenas arañaban los 700 millones de dólares.
Todas las decisiones fueron articuladas por Krieger Vasena, un superministro con especial autonomía, que impuso la "ideología privatizadora". Fue el mismo discurso de la dictadura de 1976 con la economía manejada por José Alfredo Martínez de Hoz (1925-2013).
Mientras Krieger Vasena disponía la apertura de la economía, las empresas privadas nacionales se presentaban en concurso y quebraban. En abril de 1968 el Fondo Monetario acordó con el país un nuevo crédito stand -by a un año de plazo por 125 millones de dólares para sostener el "plan de estabilización del gobierno".
La carrera de Krieger se truncó con el Cordobazo, el 29 de mayo de 1969, un estallido popular encabezado por obreros de militancia "clasista" y estudiantes de Córdoba y otras provincias, que algunos jefes militares no quisieron reprimir. Esto forzó la salida de Krieger Vasena. Las instituciones empresariales les retiraron el apoyo a Onganía y a su superministro.
De Gelbard a Martínez de Hoz
El proyecto nacional-popular del ministro José Ber Gelbard, un hombre surgido de las filas del empresariado nacional cayó pronto en desgracia por la muerte del presidente Perón, pocos meses después de asumir, el 1 de julio de 1974. Pero Gelbard ya estaba acorralado por el shock petrolero de 1973 y la falta de producción de hidrocarburos en el país, por la parálisis del comercio internacional y por la descapitalización de la industria privada. A Gelbard lo sucedieron gran cantidad de ministros hasta la llegada de Celestino Rodrigo, designado por Isabel Perón. El 4 de junio de 1975, el titular de Economía anunció un paquete de medidas explosivas, que desencadenaron un terremoto político y económico. Rodrigo era un ignoto profesor de Geografía Económica en las facultades de Ingeniería y Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires. El
"Rodrigazo" consistió en una megadevaluación del ciento por ciento, incrementos de tarifas del orden del 175 por ciento, un aumento de los combustibles de casi el 80 por ciento y del 120 por ciento en el transporte. Más la elevación del 50 por ciento de la tasa de interés en créditos de corto plazo e imposición de restricciones a todo tipo de préstamos. El paquete fue presentado por las autoridades como un "sinceramiento de la economía".
Las organizaciones sindicales enfurecidas (junto con distintos estratos de la clase media) le quitaron apoyo al gobierno en tanto se desataba una feroz inflación y se concretaba una recesión mayúscula.
Una manifestación multitudinaria echó del poder a López Rega y a Rodrigo, mientras Isabel Perón era el centro de enfermedades e internaciones frecuentes. En el mes de marzo de 1976, en vísperas del golpe de Estado, la inflación anual trepaba al 1.000 por ciento. La jefatura militar fue implacable y la represión de la que se valieron definitivamente exterminadora y sin reparos legales constitucionales. Cuando José Alfredo Martínez de Hoz asumió en el Ministerio de Economía tenía preparado un Plan de Acción ya trabajado y pulido por el famoso Consejo Empresario Argentino.
El flamante superministro prometió apagar tres incendios: la inflación, la deuda externa y la recesión. Para achicar el gasto público, dispuso límites a los aportes y transferencias a los Estados provinciales y a las empresas estatales, obligándolos a apelar al mercado financiero mundial. También puso en práctica una reforma financiera. En los hechos, en el primer año de gestión, el salario real cayó más del 32 por ciento. A partir de allí, y hasta el arribo de la democracia, en 1983, los incrementos salariales fueron nulos, del 0,23 acumulativo anual.
Sólo la fuerza de las bayonetas y el terror hicieron posible que Martínez de Hoz se dedicara a cerrarles todas las puertas a los industriales nacionales como culpables de la inflación, cercenándoles subsidios. Campañas publicitarias intensivas en televisión, radio y prensa gráfica mostraban una industria nacional enclenque, cara, poca efectiva en calidad. Por otra parte, al utilizar los aranceles como una espada de Damocles para forzar una baja de los precios en el mercado criollo, no hubo fronteras estipuladas de antemano. Se produjo una invasión de bienes de consumo masivo y suntuario del exterior. Después fue el turno de la Reforma Financiera. A esta vino a sumarse otra de la carta Orgánica del Banco Central.
Martínez de Hoz de alguna manera consiguió la "transnacionalización" de la economía. Con él vino la fiebre de la especulación financiera.
Con el reacomodamiento de la cúpula militar, el 19 de marzo de 1981, cayó Martínez de Hoz. Su creación, la "Tablita Cambiaria", saltó por los aires arrastrando a sus sucesores en el Ministerio de Economía.
La convertibilidad de Domingo Cavallo
Fue bajo la presidencia de Carlos Menem, desde 1989, cuando apareció el último superministro, conocido por su carácter explosivo e incontenible, que pudo lidiar con dos fantasmas que acosaron al inicio al Presidente y sus funcionarios: la inflación y la deuda externa.
En febrero de 1991, Menem le ofreció la titularidad del Ministerio de Economía a Domingo Cavallo, un impetuoso y reconocido economista cordobés. El 19 de ese mismo mes, Cavallo envió al Parlamento un proyecto de Ley que establecía la "libre convertibilidad" entre el austral argentino y el dólar, eliminando los mecanismos de indexación. El nuevo ministro aseguró que la base monetaria estaba totalmente respalda por reservas en dólares y en oro y que no habría emisión sin la consiguiente contrapartida en divisas estadounidenses. Coincidentemente, se debatió en el Congreso la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central.
Cavallo necesitaba sanear el déficit fiscal para asegurar el pago a los acreedores externos y conseguir, en consecuencia, que los capitales extranjeros arribaran al país en cantidades suficientes. Esa meta se cumplió, porque se cubrió el déficit fiscal y se pusieron relativamente al día los intereses de la deuda. Todo gracias al "uno a uno", el nuevo mito argentino, la convertibilidad que financió una catarata de importaciones. Desregulación mediante, la entrada de productos extranjeros minimizó el mercado local, reduciendo a la nada a sectores de mano de obra intensivos, como las industrias del calzado y metalmecánica. Junto con ello se privatizó gran parte de las entidades estatales, quedando muchas de ellas en poder de capitales extranjeros.
El 27 de julio de 1996, renunció Cavallo y lo reemplazó Roque Fernández. Desde entonces, los Ministros de Economía se sucedieron a gran velocidad.
Los superministros no pueden conocer toda la extensa y complicada vida económica, financiera y representativa de las economías regionales. Pueden no saber acerca de la problemática del campo o de las necesidades del interior provinciano. Y además necesitan el visto bueno presidencial, habida cuenta de las urgencias de otro tipo, como las políticas por ejemplo.
Un trabajo en equipo ayuda a no enajenarse y meditar mejor cada una de las decisiones. En este momento de complejidad, la humildad es imprescindible. 

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