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viernes, 15 de junio de 2012

Murió ayer Juan Carlos Rodríguez F.; Chau, Flaco

 Foto:Archivo El Litoral
Foto:Archivo El Litoral

Una noticia ha provocado hondo pesar en la cultura santafesina. Ayer, en las primeras horas de una tarde gris, se murió el Flaco Rodríguez. Juan Carlos Rodríguez F. (esa F. que tanto quería y que lo identificó durante toda su vida). Tenía 65 años y soportaba estoicamente -luchando con toda su quijotesca figura- una larga y muy penosa enfermedad.

Absolutamente en todo lo que encaraba, ponía su sello distintivo. El del talento indiscutido. Como artista plástico, como docente, como empleado público. Y como actor. El teatro era su pasión y se le iluminaban los ojos cuando se hablaba de la escena local.

Desde su Recreo natal, viajaba a Santa Fe para estudiar arte en la Escuela Provincial de Artes Visuales Profesor Juan Mantovani. Se recibió con grandes honores y comenzó su etapa de artista plástico. Sus dibujos fueron una marca identitaria. En el mismo organismo, se recibió como maestro, carrera que también construyó con el amor. Luego, en su vida, apareció el teatro. Y su dedicación fue hasta casi obsesiva.

Por aquellos años estudió en el taller de Carlos Thiel, y del Teatro de Arte pasó tras un tiempo a la escuela del Teatro Llanura en la Biblioteca Moreno, dirigida por Jorge Ricci, Jorge Conti y Ricardo Gandini. Tras excelentes montajes escénicos nació Nuestro Teatro, otro grupo emblemático en la historia de las artes escénicas santafesina. Ahí concretó su primer protagónico: “Mustafá” de Discépolo, un gran éxito de público. Como lo fueron, de igual modo, “El jorobadito”, de Roberto Arlt; “La Biunda”, de Carlos Carlino; “Los disfrazados”, de Carlos Mauricio Pacheco o “Un pequeño dolor”, de Harold Pinter, por citar otros rotundos trabajos.

También, se dedicó a la radio y concretó dos programas en LT10, “Almacén de ramos generales” y “En el país de la noche”. En tanto, la televisión santafesina lo contó como protagonista en programas como “Un periodista en el tiempo”, “Mi primo del campo” o “La oficina”, con el que alcanzó una popularidad indiscutible. Incursionó, asimismo, como actor en varias películas locales.

En 1991, fue designado director de la Casa de la Cultura, el edificio de bulevar Gálvez y Güemes. En ese ámbito desarrolló junto a sus colaboradores un foco de irradiación cultural que no puede olvidarse. Expresiones musicales, presentaciones de libros, conciertos de música clásica, de rock, muestras fotográficas, televisión, cine, teatro. Todos los artistas tenían en ese lugar la posibilidad de exponer sus obras, de mostrarse. A todos les abría las puertas. Hasta que, como suele suceder, la ineficiencia y la ceguera de la burocracia oficial hicieron que se cerraran sus puertas para ser tapadas con plástico negro, un duelo aún doloroso.

La inundación del 2003 lo marcó dolorosamente. Perdió gran parte de su obra, sus antecedentes, sus fotos, su historia, que poco a poco logró reconstruir.

En una reciente nota publicada por El Litoral, le contaba a Ana Laura Fertonani que “cuando era chico, dibujaba en el patio de tierra de lo que era mi casa, y me disfrazaba con la ropa de mis padres; habíamos creado con un grupo de chicos un circo cuya carpa era un sauce y éramos trapecistas, payasos... locuras”. “Me voy adecuando a las nuevas formas del pensamiento y a las nuevas de traducir en lenguaje artístico ese pensamiento. Creo que ahora estamos en una grave crisis cultural, los fines y principios de siglo nunca fueron fáciles, y nosotros todavía no sé si terminamos el siglo XX... creo que el arte va a terminar salvándolo a este mundo como siempre lo ha salvado. Siempre me creí un instrumento. Esto que nace de mí no me pertenece, tan sólo soy una vertiente, así lo siento...”.

En esas mismas páginas sostuvimos que entre los muchos adjetivos que definen a Juan Carlos Rodríguez F. la palabra grande es la que más le calza. Sólo un grande como él ha podido transmitir en los diversos roles que ha interpretado las profundidades más lacerantes y las más felices de los seres humanos, en esta Santa Fe que muchas veces desconoce a los grandes hacedores de su cultura, esta ciudad que tanto amaba y a la que tanto dedicó su obra. Y hacemos ahora hincapié en sostener que su labor como hombre de la cultura fue siempre un elaborado juego poético, que él transformó en reflexión. Porque supo, siempre, que el pensamiento es la esencia del hombre. Por eso, y como corresponde, lo despedimos como mejor le gustaría: con un aplauso y un: Chau, Flaco.

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