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domingo, 27 de mayo de 2012

ROSARIO: Quince días de misterio e impunidad por el crimen de un limpiavidrios

En la esquina donde mataron a Sergio sus amigos aún trabajan. En una persiana estamparon su recuerdo. \"Tiraron por tirar, de la bronca que tenían. Cuando vimos venir los colectivos nos cruzamos de vereda porque siempre nos tiran cosas. No les dijimos nada, pero nos dispararon a nosotros. A mí un balazo me rozó la cabeza y después pegó en la chapa de la verdulería de la esquina. Y otro tiro le dio en el estómago a Sergio\", indicaron los limpiavidrios.

Con la mirada perdida entre el tránsito incesante que ve pasar desde hace cinco años en la esquina de Pellegrini y Provincias Unidas, Hernán revive los últimos minutos que pasó junto a su amigo Sergio Víctor Fernández, con quien compartía días limpiando parabrisas de los autos que bajan de la autopista Rosario-Cordoba. Palomino murió un par de horas después, en un episodio atribuido a la violencia en el fútbol pero —si cabe— aún más absurdo: Fernández era hincha de Newell\'s pero ya hacía frío y se había puesto un buzo verde que le tapaba su camiseta rojinegra.
Fernández tenía 31 años y fue baleado el sábado 12 de mayo cerca de las 18.30, cuando escoltados por la policía una decena de micros que transportaban hinchas de Unión eran escoltados por la policía con rumbo a Santa Fe luego del partido que el equipo de la capital provincial había perdido con Newell\'s. A partir de los dichos de testigos, la policía rosarina detuvo el paso de uno de esos colectivos, de color verde, en la salida de la autopista hacia Santa Fe, a casi 8 kilómetros del lugar del hecho.
Tanto los hinchas que viajaban en ese micro como los que iban en otro similar, que fue detenido una hora y media más tarde en jurisdicción de Coronda, fueron identificados y sometidos a pruebas de dermotest para determinar si alguno de ellos había disparado un arma de fuego (ver aprte).
Porque sí. "Palomino hizo cosas que no tenía que hacer, pero justo ahora que estaba haciendo cosas buenas y con la idea de volver a formar una familia viene a pasarle esto. Tiraron a la nada, porque sí. Y en cinco minutos mi hermano ya no estaba". La frase de Gastón Cardozo, de 22 años y uno de los hermanos de Fernández (aunque no compartían el apellido son hijos del mismo padre) no sólo resume lo absurdo del crimen del muchacho sino también su historia, comparable a la de tantos jóvenes de la ciudad: infancia difícil en la villa Banana, drogas, delitos, prisión, rehabilitación en instituciones, contención religiosa y changas que no podían superar el umbral de lo informal. Una vida atrapada en un círculo donde la reinserción social es una pelea diaria contra las duras condiciones socioeconómicas y también contra el propio pasado turbio que insiste en interferir en cada idea de un mejor futuro. Y cuando un día parece que sale el sol, de pronto la fatalidad vuelve a poner las cosas en el peor lugar.
No es necesario preguntar para que los familiares de Fernández cuenten que Sergio tenía antecedentes por robo. Y que eso, sumado "a los cortes y los tatuajes", le dificultaba conseguir un trabajo estable. También cuentan que "él quería cambiar" y que últimamente iba "a la iglesia del pastor Carlini, en Provincias Unidas y 27 de Febrero".
Fruto de distintas parejas Palomino tenía cuatro hijos, de 13, 5, 4 y 2 años, y además otro en camino. "El los veía a todos, les llevaba cosas. Y ahora quería formar una familia", cuenta Lorena, cuñada del muchacho.
Su lugar. "Palo: te Keremos. Los Pibes. Naza, Hernán, Gastón, Rana, Mea". La pintada de aerosol negro en la persiana baja de un negocio sobre Pellegrini recuerda a Palomino. "Acá lo querían todos", repiten sus familiares, aferrándose a lo único que les queda para afrontar estos días de profundo dolor: los buenos recuerdos. "Acá" es el cruce de calles donde Sergio se las rebuscaba desde hacía un par de años, a la vuelta de la casa de Ecuador al 1700 donde vive Gastón con su familia. Y "todos" no sólo son sus familiares sino también los comerciantes y vecinos del lugar.
"En el súper de los chinos le daban mercaderías. Cada tanto me traía cosas para que cocinara. También le daban juguetes, zapatillas y ropa para sus hijos. Era muy querido", lo recuerda Lorena con una sonrisa triste.
Incluso, uno de los vecinos le había facilitado una residencia peculiar: "Si te querés quedar, de paso me cuidás el auto", cuenta Claudio que le dijo a Palomino cuatro meses atrás. Desde entonces, Fernández vivía en un viejo Ford Falcón blanco estacionado donde Pellegrini comienza a elevarse hacia la autopista.
"Es de mi viejo, pero no lo estaba usando", cuenta el vecino señalando el auto donde todavía pueden verse, entre otras pertenencias del muchacho asesinado, los implementos que utilizaba para lavar parabrisas. Claudio dice que se hizo amigo de Sergio por verlo todos los días en la esquina de su casa. "La señora de enfrente le hacía de comer", graficasobre la relación que entablaba Palo con algunos de los habitantes de la cuadra.
"Mi hermano era muy compañero con todos, sobre todo con la gente mayor", explica Gastón, mientras junta efectos de Sergio para hacerle con su familia y amigos "una capillita en la tumba" de La Piedad.
De todo. "Una vez los de Boca nos tiraron un paraguas porque estábamos con la camiseta de Newell\'s, ¿te acordás, papá?". La anécdota que refiere la nena de unos 10 años apelando a la memoria de Gonzalo pinta una parte del paisaje de esta zona de la ciudad, por donde llegan y se van los colectivos que llevan hinchas de distintos equipos que llegan a jugar a la ciudad.
Según cuentan los chicos que limpiaban vidrios con Sergio en esa esquina del oeste rosarino, luego de que una tarde hinchas de Colón les arrojaran agua hervida decidieron cruzar de vereda cada vez que se aproximan los micros. Eso es lo que hicieron aquel sábado fatal ante el paso de "unos ocho colectivos" llenos de hinchas tatengues.
Sin palabras. Hernán no quiere hablar, tal vez porque no quiere recordar. Difícilmente la bala que le rozó la cabeza y casi le quita su gorra lo haya atemorizado, el miedo no debe ser tan habitual para un pibe de 18 años que desde los 13 se rebusca el sustento diario limpiando vidrios por monedas entre autos que van a mil. Sin embargo, su mirada perdida en el tránsito incesante y sus palabras a cuentagotas evidencian una angustia devastadora.
Con sus ojos clavados en el lugar donde días antes ocurrió todo, cuenta que "tiraron desde el tercer colectivo. No les dijimos nada, ni siquiera los miramos. Pero nos tiraron a nosotros", afirma el limpiavidrios, descartando que las balas pudieran tener otro destino.
"Cuando lo hirieron, Sergio se cruzó hasta un patrullero para avisar que le habían dado (un tiro). Pero la policía no le dio bola". Fernández no sangraba, lo que suele ocurrir con las heridas causadas por las balas de pequeño calibre, como la 32 que le sacaron en el Hospital de Emergencias antes de morir.
El pibe no encuentra explicación. "Tiraron por tirar", resume, y niega que estuvieran vestidos con los colores de Newell\'s. "Sergio siempre vestía algo de Ñuls, pero en ese momento se había puesto un buzo verde encima porque hacía frío", cuenta Gastón, y enumera el resto de la indumentaria de su hermano: una "remera finita" que usaba debajo de la camiseta, un vaquero, zapatillas, una gorrita y una bufanda blanca y negra.
Coches de todo tipo siguen pasando por la esquina de Pellegrini y Provincias Unidas. Cada tantos segundos el semáforo los hace detener, algunos dejan una moneda para los pibes que limpian vidrios y siguen viaje. Vecinos y comerciantes, ricos y pobres, locales y visitantes, conviven en ese espacio según las marcaciones de un guión cada vez más mediocre e insostenible, en el que oscuros y cobardes personajes como la locura y la imbecilidad le restan cada vez más protagonismo a las personas de carne y hueso como Palomino.

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