Foto: Gentileza Producción
Ignacio Andrés Amarillo
iamarillo@ellitoral.com
El domingo desde las 20, en el Centro Cultural 12 de Septiembre (25 de Mayo 1940), Dady Brieva regresa a su tierra con su espectáculo unipersonal “Dadyman: Recuerdos de barrio”. De manera distendida, y recordando al histórico Jorge Reynoso Aldao (“él nos hizo las primeras críticas, desde que debuté en un encuentro de teatro estudiantil en 1973”), Dady le bajó el tono a las habladurías sobre cancelaciones y reflexionó sobre el oficio de hacer reír con nostalgia.
Calumnias
—Andan diciendo cosas de que suspendiste fechas por supuestos escraches...
—Hay dos maneras de producir: voy a Santa Fe y arreglo un porcentaje, se pagan los gastos y me llevo mi parte. La otra manera es por fijo, como hacemos con un señor en el norte: le vendés según la capacidad de la sala. La gira que iba a hacer era Tucumán, Salta, Termas y Santiago del Estero, pero la venta de anticipadas estaba por abajo del margen para pagarme. Faltando una semana, le digo: “No hay posibilidad, me vas a pagar, te voy a romper el culo y vas a perder plata”. “Gracias Dady, te agradezco mucho”. Le devolví la plata y me quedé jugando con los chicos.
Después, en las redes sociales trabajan desde hace mucho tiempo, algunos espontáneamente y otros corporativamente. A mí, como a (Juan José) Campanella alguna vez, como a Ricardo Darín, como a Madonna, como al Papa, como a Mauricio (Macri) y como a Cristina (Fernández de Kirchner), los esmerilan de un lado y del otro. A mí me dan desde el año pasado. Hay una cantidad increíble de gente que me quiere, nos sacamos fotos; y hay algunos que me dicen que mato gatos y perros, que me fui con una pendeja con las tetas hechas, que me olvidé de todo.
A (Fabián) Doman le dicen “gordo puto”, que se cree que es lindo. Mirtha Legrand se bancó hace dos veranos quilombos parecidos. Nunca hice nota con esto, salió en lo de Doman porque mi mujer trabaja ahí, eso pasó hace un mes. Yo no soy de los que lloran ni de los que se victimizan. Me la banco, pongo el cuerpo, lo más fácil sería sacar el cuerpo y contar chistes y “siga siga”, dijo Lamolina. No soy así: he sido peronista toda la vida, adherí al kirchnerismo, y he sido muy crítico también en la radio donde trabajé. El día que me contrataron les dije: “Yo soy crítico del kircherismo, no adhiero a tranquera cerrada”.
Soy un tipo que se había enamorado de Perón, y el kirchnerismo no ponía los símbolos, no cantaban la marcha. Después me fui involucrando, vi que había cosas buenas y que tenía que adherir a las cosas buenas. Así estoy, haciendo teatro, siguiendo con lo mío.
—No cambiaste tu forma de vida...
—Nada, ni me hice rico con el kirchnerismo. Me saqué una foto con Cristina faltando una semana para que se vaya (risas); me saqué una foto con Perón cuando estaba muerto en el cajón en la CGT; lo fui a visitar a Carlos Monzón cuando estaba en cana en Junín, no cuando le ganó a Benvenutti. No soy de los que se sacan la foto con el campeón cuando está coronado.
Me tocó trabajar en Bragado, que ganó el PRO, y metí 800 personas; me tocó en Paraná, donde metí 500 y el intendente (Sergio) Varisco se sacó una foto conmigo. Esto no pasa en todos lados, lo fomentan mucho los medios de Buenos Aires, que viven de eso y hablan de algunas cosas para no hablar de tantas otras. Voy al almuerzo de Mirtha Legrand y con Horacio Rodríguez Larreta charlamos, pelotudeamos, no lo tomo como algo personal.
Vidas compartidas
—Uno sabe cómo va a funcionar el espectáculo en Santa Fe, pero ¿cómo funciona en otras partes?
—En todos los lugares se ve más o menos parecido, porque la historia atraviesa generaciones, regiones y estratos sociales. En Río Grande (Tierra del Fuego), por ejemplo, hice el estadio Margalot, con 800 personas: la segunda comunidad más grande en esa provincia es la santafesina (la primera es la cordobesa). Aparte de que santafesinos hay en todos lados (fui a lo de Doman, estaba una chica que espera un trasplante de médula, y el padre era de Villa María Selva), en todas las provincias mi historia es como la de Luis Landriscina: uno la escucha porque la está comentando alguien que uno supone que la vivió. No es como el standupero que habla de las diferentes formas de lavar la cabeza con champú. El stand up se construye con cosas en las que uno pudo haber sido protagonista o no. Los que contamos historias, como Cacho Buenaventura, hablamos de cosas que nos involucran y de las cuales no hay mucho registro. Se apela al dominó de activar la memoria colectiva. Debo haber metido 800.000 personas en cinco años: en Paysandú hice la Fiesta de la Cerveza en un anfiteatro con 12.000 personas.
—Debe ser raro que el material con que uno trabaja sea la propia vida...
—No es tan autobiográfico. Por ahí mamá me dice: “¿Qué tía Elvira?”. “Mamá, esto es un laburo, no te creas todo”. Es como en la televisión: una vez me llamó mi suegra para decirme: “Soy la última en enterarme de que la Chipi está embarazada”. Le dije: “La Chipi no está embarazada, va a estar, pero todavía no”. Por ahí, cuento una tía que tiene algo de la mía y algo de la tuya, y de la tía que me contó alguien. Entonces nos atraviesa a todos.
Épocas
—Venís trabajando en el humor desde...
—Hace 34 años.
—¿Qué cambió en los públicos?
—Noto cambios en plataformas multimedia, mis hijos que juegan con tal o cual cosa. Pero si tenés un cuento lindo para contar, la gente escucha. Hay público para hacer Cirque du Soleil y para lo que yo hago. Cuando la historia es interesante, el formato no cuenta mucho. Hay cosas que son tradiciones: la otra vez hablábamos con Mario Pergolini de las plataformas que hace, y tengo la sensación de que uno coquetea con eso pero tarde o temprano vuelve al papel: tomar mate y leer el diario, o escuchar radio (salvo que escuches streaming porque vivís en Finlandia). Tarde o temprano se vuelve al tango, uno boludea por la vida y al final se vuelve al lugar que lo ha acogido durante más tiempo.
El Litoral sigue siendo vespertino. Yo recuerdo al canillita que iba por Villa María Selva y entraba por Sarmiento y pasaje Parpal, diciendo: “diario El Litoral” a las seis de la tarde, y eran las noticias del día anterior. Ahora, tenés una cámara en el momento en que está pasando un robo, pero estas cosas siguen funcionando.
—Los ídolos de los pibes son los standuperos. Cambiaron los lenguajes...
—Mi mujer bailó desde los ocho años en el Colón, en la época de la escuela rusa, que les pegaban en las piernas y las subían en las balanzas. Bailó con (Hernán) Piquín, con Julio Bocca, con Maximiliano Guerra. Después apareció un programa donde baila la Mole Moli, la enana Noelia (Pompa), Doman, (Martín) Liberman. Cualquiera puede bailar y cantar, después hay gente que vive del baile y se ha preparado.
Con esto pasa lo mismo: yo hace 34 años que hago monólogos, con Midachi, con “Agrandadytos”. Ahora aparece esto del stand up, que me parece bárbaro, hasta mi hijo anda pelotudeando con el stand up, y hay escuelas. Después es como la zaranda, van quedando los que son de verdad.
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