miércoles, 13 de julio de 2016

“Borombombóm... es el equipo, del Cabezón”... A 20 años de un ascenso que conmovió al pueblo tatengue

Se armó de la nada, aparecieron los pibes del club y Trullet terminó construyendo un gran equipo que enamoró a los tatengues. El 13 de julio de 1996, Unión abrazaba la gloria en la fría noche cordobesa.
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Foto:Archivo El Litoral
El abrazo emocionado de dos responsables del gran logro: Carlos Trullet y Ángel Malvicino. Fue en el vestuario de Alta Córdoba, hace hoy 20 años.

Enrique Cruz (h)
deportes@ellitoral.com

Todos los ascensos han tenido sus historias, sus méritos y atesoran grandes recuerdos. Ver a Tremonti saliendo al campo de juego desde el túnel rompiendo aquella pelota gigante de papel y en medio de una lluvia de papelitos en el 66, el gol de Bravi en Campana, ni qué hablar de la histórica e incomparable final del 89 ante Colón, y más acá en el tiempo, los brillantes logros de la mano de Darío Kudelka y de Leonardo Madelón. Todos tuvieron lo suyo y no es cuestión de andar discutiendo niveles de importancia. Devolvieron a Unión a la máxima categoría y de por sí, ése es el exacto valor que todos tienen. Pero hoy se cumplen 20 años de un ascenso muy especial, distinto, con matices que en su momento dieron lugar a que, por ejemplo, su técnico (Carlos Trullet) dijera que se trataba de una “revolución social”.

El principio y el final de aquella gran historia, fueron de película. Recuerdo una entrevista con quienes en ese momento comandaban el fútbol amateur de Unión (el “Negro” Vergara, Oscar Frutos y Miguel D’Allarmi, entre otros), antes del comienzo del campeonato, hecha a oscuras porque en el club no había luz, ni gas, ni jugadores. Tampoco había comisión directiva, porque al frente había quedado el síndico (Ricardo Tenerello) con la tenacidad de varios dirigentes (Ángel Malvicino, Juan Leonardo Vega, Marcelo Martín y “Chiche” Flamini, entre otros) que apoyaban desde afuera y que luego formaron parte de la estructura principal de la nueva comisión directiva, y se formó un grupo entusiasta que comenzó a solucionar los problemas que acuciaban a la institución desde todos los aspectos. Y fue de película el final, con el apoteótico e inolvidable regreso desde Córdoba, al día siguiente (el 14 de julio), en un viaje que duró más de 8 horas porque resultaba intransitable la ruta y ni qué hablar del acceso a la ciudad y la llegada a un 15 de Abril con 25.000 almas colmándolo de punta a punta, sólo para ver a los jugadores dando una improvisada vuelta olímpica.

La idea, en el principio, era apostar a un trabajo a mediano o largo plazo, con un técnico de la casa y con muy poco dinero para refuerzos (la mayoría de ellos fracasaron: Marchi, Amodeo, D’Ascanio). Trullet apenas pidió que se quedara el uruguayo Noé (jugó poco en ese torneo) y algunos que venían del proceso anterior, como Juan Carlos Maciel. Derrota en el primer partido con los salteños, derrota por goleada como local en el segundo ante Talleres y derrota en el tercero ante Central Córdoba de Rosario. Esa tarde, en Rosario, una multitud acompañó a Unión y despidió al equipo con pañuelos blancos al aire y quedándose un largo rato gritando en la tribuna. ¡Increíble! Y creo que algo de aquella mística se empezó a gestar ahí mismo, en el Gabino Sosa.

De a poco, Trullet empezó a encontrar mágicamente el equipo. Empezaron a aparecer algunos pibes (su hijo Lautaro, el Bicho Mendoza, Zavagno, Clotet, Perezlindo, el Negrito Pereyra, Patita Mazzoni y Cachito Vera, entre otros), Cabrol se cargó la responsabilidad de ser el estratega adentro de la cancha, Bezombe le dio una gran dinámica al equipo y “Pochola” Sánchez agregaba también su calidad. A mitad de torneo, en el receso, llegaron los dos refuerzos que necesitaba para encontrar definitivamente el equipo: Alejandro Castro y un intratable José Luis Marzo que se cansó de gritar goles y cosechar elogios e idolatría.

Llegó la tarde en Mendoza, la última fecha de la fase regular ante Godoy Cruz. Había que ganar sí o sí para clasificar. Terminaba el partido y se esfumaban las chances. Córner para Unión, conecta Clotet y la pelota entra pidiendo permiso. Victoria y clasificación al octogonal, donde lo esperaban grandes equipos y siempre jugando en inferioridad por la posición y definiendo de visitante.

A Unión lo aguardaba nuevamente Godoy Cruz, en cuartos. Un brillante 3-0 en Santa Fe (dos de Marzo y uno de Cabrol) y otro no menos brillante 3-1 en Mendoza (Marzo, Cabrol y Garate). Llegó Talleres de Córdoba para la semifinal. Fue 3 a 1 en el 15 de Abril (Lautaro Trullet y dos de Cabrol) y otro 3 a 1 en Córdoba (Clotet, Cabrol y un golazo de Bezombe). El equipo arrasaba y faltaba la final ante Instituto. El 6 de julio de 1996, ante una multitud, fue victoria por 3 a 1 con dos goles de Marzo y el restando de “Patita” Mazzoni, el “relojito” que tenía aquel equipo en la mitad de la cancha. Pero el “Payaso” Bonfigli le daba, con su gol, un 1-3 que le brindaba chances a Instituto para el encuentro de vuelta. Pero ese 13 de julio, en un estadio de Alta Córdoba también colmado y con 7.000 enfervorizados simpatizantes tatengues, descargó la alegría que no tuvo fin. Klimowicz marcó el tanto de los cordobeses y apareció la enorme figura de la “Araña” Maciel, para atajarse todo en un partido dramático, porque un gol más le daba el ascenso a los cordobeses.

La noche del festejo, en Carlos Paz, fue inolvidable. El “Laucha” Garate cantando “La última curda”, don Angel Malvicino emocionado y llorando, jugadores e hinchas caracterizados hermanados en un festejo íntimo y la espera para partir al día siguiente, bien temprano, de vuelta a Santa Fe. Los últimos 80 kilómetros se hicieron prácticamente a paso de hombre. La gente se arrodillaba en la ruta, rosario en mano, agradeciendo a Dios y a esos jugadores por la alegría que estaban recibiendo. El cruce de la 19 con la autopista fue sensacional y sirvió de presagio para lo que fue la entrada a la ciudad y el espectacular recibimiento en el estadio.

Son imágenes que jamás se borrarán. Las de un equipo de pibes, muy de la casa, identificados al máximo con Unión, con un técnico muy capaz y que supo convertir aquella malaria en un recuerdo inolvidable. Dicen que 20 años no es nada y hay mucho de razón. Pasaron 20 años, pero nadie podrá borrar de su mente y de su corazón, aquella epopeya del equipo del “Cabezón”.

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