Marcelo Acosta decidió bajarse del barco en Montevideo. Falta de agua y comida y fallas en el buque, los problemas.
Decepción. Antes de partir, Marcelo soñaba con vivir una gran experiencia.
Marcelo Acosta llevaba poco más de un mes trabajando como sereno en el Sampan –el enorme buque que estuvo más de tres años amarrado en el puerto local– cuando los nuevos dueños de la nave le ofrecieron ser parte de la tripulación que llevaría el barco hasta la India. El joven santotomesino no lo dudó ni un instante y el viernes 1 de agosto zarpó con destino al país asiático, donde la nave iba a ser desmantelada.
Pero al poco tiempo de estar embarcado comenzaron a surgir los problemas. “Estábamos muy cortos con la comida y el agua. Además teníamos inconvenientes con los motores que se paraban cada dos por tres. Fueron muchas las cosas que empezaron a sumar”, le dijo a Diario UNO. “Salimos de La Plata y cuando llegamos a Montevideo la situación no había cambiado y ya empezaba a haber discusiones por la comida. Por eso decidí bajarme. Además no me pagaron nada de los 20 días trabajados. Lo único que me dieron fue un pasaje de Montevideo a Ezeiza, nada más”, aseguró Acosta que el jueves pasado se bajó en la capital uruguaya y el viernes llegó a Santo Tomé.
Luego agregó: “A los dos días de salir de Santa Fe se nos paró el barco. También nos había empezado a entrar agua y las bombas de achique del barco no funcionaban. Fueron varias las cosas que se fueron sumando para que yo tome la decisión. Pasé como tres o cuatro días sin comer. En 15 días bajé cinco kilos”.
Al ser consultado sobre cómo era la relación con el resto de los marineros en un contexto tan complicado, Acosta dijo: “La relación con el resto de la tripulación era buena, pero ya empezaban las discusiones por la comida. Esas cuestiones eran las que no me gustaban”.
“De esas cuestiones se tenía que encargar la empresa. Ellos compraron algunas cosas acá en Santa Fe y, supuestamente, tenían que comprar algo más en Montevideo. Pero el problema era que no tenían cámaras de frío y todo lo que era verdura se empezó a echar a perder. Estaba todo tirado en un camarote sobre una cama y sobre el piso. Mientras que en lo que era la biblioteca del barco tenían todo lo que era harina. Pero había ratas y se empezaron a comer todo, rompían todos los paquetes y nos querían dar de comer con eso”.
Acerca de cómo definiría esa experiencia, Acosta dijo: “No me arrepiento de lo que viví porque pude aprender muchas cosas. Pero la sumatoria de problemas hizo que me baje. Después de salir de Santa Fe empecé a tener problemas con una muela de juicio y en el barco no había un botiquín. Otro de los muchachos se quebró un dedo y no lo bajaron en La Plata. Eso no pasó en el medio del mar donde uno puede entender que no haya atención a mano. Por eso vi que a nivel empresa estaba todo mal”.
Luego aclaró: “Mientras estábamos en Santa Fe con el dueño de la empresa, estaba todo bien. Pero cuando arrancamos con el barco ya empezaron las quejas por la comida. Los mismos prácticos –los baqueanos que le indican al capitán por donde llevar el barco hasta llegar a mar abierto– que iban con nosotros me dijeron que me baje, que no me convenía seguir. Ellos mismos vivieron la situación que viví yo. Cuando estábamos navegando en La Plata íbamos de noche, con niebla y se nos apagó todo el barco porque había problemas en la red eléctrica. Cuando prendíamos las luces había olor a cable quemado. Las condiciones no daban y en un momento me pregunté donde me había metido”, finalizó el marinero santotomesino.
DIARIO UNO.
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