SALUD: La leche, sus derivados y la activa "vida interior"
El consumo de lácteos
fermentados propicia la incorporación de microorganismos saludables y
funcionales para el organismo humano. La “hipótesis de la higiene” y el
incremento de las enfermedades autoinmunes.
El marketing televisivo tiene acostumbrados a los consumidores a ver en
la pantalla escatológicas publicidades sobre las dificultades que genera
el tránsito lento en las personas (una manera elegante de aludir al
estreñimiento) y la consecuente “regularización” del sistema con sólo
tomar diariamente un pote de yogur. Y a niños que cobran la fuerza de
“Popeye el marino” o la misma familiaridad con el gol del “titán” Martín
Palermo al ingerir otra cantidad similar del producto lácteo milenario.
Que la leche humana y animal es un producto funcional y
fundamental en la vida de las personas no es novedad, pero ¿cómo actúan y
qué aportan al organismo en estado natural y los derivados? En una
rigurosa primera respuesta es posible afirmar que suministran
microorganismos o bacterias (sin ánimo de atemorizar) y desde una mirada
una tanto más “espiritualista” es preciso asegurar que colaboran en la
vida interior de la especie humana.
El doctor Miguel
Gueimonde, científico titular del Instituto de Productos Lácteos de
Asturias (España) llegó a Santa Fe para participar del café científico
“Microbiota intestinal: nuestra vida interior”. Su especialidad de
estudio son las leches fermentadas y los microorganismos (bacterias)
utilizadas para la elaboración.
En diálogo con El Litoral,
Gueimonde acercó algunos conceptos sobre cómo se componen los lácteos
para aprender a elegir adelante de las góndolas e incluirlos en la dieta
diaria.
— Desde el sentido común se asocia a las bacterias con enfermedades ¿es así o también hay otras que son saludables?
— Ocurre que hay microorganismos patógenos que han creado innumerables
problemas en la historia de la humanidad y eso tal vez llevó a que se
entendiera que era necesario erradicarlos pero existen muchos otros que
no lo son. En otras épocas esos microorganismos no eran conocidos porque
los esfuerzos se centran en erradicar a los patógenos, sobre todo
cuando había una infección o una plaga.
— ¿Qué son y cómo funcionan las que hacen bien?
—En ese caso, es necesario decir que una bacteria probiótica no es
diferente de una patógena: ambos son microorganismos y tienen muchas
similitudes. El problema es que las patógenas tienen o presentan genes
que las capacitan para atravesar las barreras naturales que tenemos en
el organismo, atravesar las mucosas, llegar a la sangre y causar una
infección. Las probióticas carecen de esas características patológicas.
— ¿Cómo tenemos contacto con las probióticas?
—A través de la leche y sus productos elaborados. Aquí entra a jugar
el aspecto histórico cultural; la leche es un alimento perecedero y
desde que se consume la de animales en la dieta humana se observó que
ocurrían transformaciones que no eran perjudiciales, eran fermentaciones
espontáneas que al final se terminaron constituyendo a preservarla por
mucho más tiempo y es lo que comemos como queso, por ejemplo. Antes de
que exista la pasteurización, el mecanismo más tradicional para
conservar la leche era la fermentación que ocurre mediante la actuación
de microorganismos. El yogur es un producto de 4.000 años y lo
consumimos como probiótico. Cuando éramos niños y estábamos malitos de
la barriga mi abuela me daba yogur sin entender qué era lo que ocurría
en nuestro interior. Antes de que definiéramos los probióticos y que nos
preocupara la microbiota intestinal el consumo era parte del legado
cultural.
—¿Cómo es esa vida interior?
—Tenemos
un sistema microbiano de una complejidad incomparable con ningún otro
ecosistema del mundo; tenemos 10 veces más células bacterianas en
nuestro intestino que las células que constituyen el cuerpo, es una vida
interior realmente muy rica. El papel que cumplen es básico para el
desarrollo fisiológico, para la maduración de los intestinos, para la
estimulación del sistema inmune y que funcione de manera adecuada. Esa
microbiota va a hacer que las sustancias que ingerimos con la dieta o
que se producen en el intestino, que de otra manera no usaríamos porque
carecemos de las actividades enzimáticas para metabolizar esas
sustancias, lleguen al colon, se metabolicen y se produzcan compuestos
como vitaminas o ácidos grasos de cadena corta que luego absorbemos y
utilizamos.
—Entonces, es fundamental la incorporación de lácteos y, particularmente yogur y el queso en sus diferentes variedades.
—Es que los fermentados son un gran aporte de microorganismos. En el
pasado se consumían muchos más lácteos fermentados porque no había
tantas técnicas de conservación pero con el paso de los años se
disminuyó considerablemente la exposición a microorganismos y eso
conlleva un incremento concomitante de las enfermedades autoinmunes. De
hecho, existe una teoría que se conoce como ‘la hipótesis de la higiene’
que dice que el sufrir menos infecciones en la infancia, cuando el
sistema inmune está madurando, hace que después tengamos una mayor
propensión a enfermedades autoinmunes, que se generan por una respuesta
anómala del sistema de defensa. Eso indica que deberíamos incrementar
nuestra exposición a los microorganismos seguros que están en los
alimentos que son ricos, saludables y nutritivos, como son los lácteos
fermentados.
Trayectoria
Miguel
Gueimonde participó del café científico: “Microbiota intestinal. Nuestra
vida interior” organizado en el marco del segundo Simposio Argentino de
Lactología.
Es doctor en Biología por la Universidad de
Oviedo, realizó su tesis doctoral en el Instituto de Productos Lácteos
de Asturias para lo que estudió las leches fermentadas y los
microorganismos utilizados para su elaboración. Se desempeñó como
investigador postdoctoral en la Universidad de Turku en donde se centró
en el estudio de los microorganismos probióticos y sus efectos sobre
microbiota intestinal.
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