SANTA FE: Arrebatos: a toda hora, en todas partes
Son pequeños actos
delictivos, muchas veces no deparan mayor daño que la quita de un bolso
con unos pocos pesos, la mayoría de ellos ni se denuncia. Pero se trata
de un delito tan extendido que ahora no sabe de horarios, barrios,
víctimas. Hay quejas de vecinos en todos los barrios de la ciudad,
aunque parece que hay sitios que presentan más recurrencia.
No hay un registro exacto de cuántos
arrebatos se producen por día en la ciudad ni puede haberlo: la inmensa
mayoría ni lo denuncia. En el mejor de los casos, se llama al Comando
más bien parra describir al delincuente que termina de robar una
cartera, unas zapatillas, un celular. Hay una especie de
“naturalización” del delito, y peor, hasta una “resignación”, por cuanto
en general, tras la primera conmoción, la víctima entiende que “la sacó
barata”.
Por cierto: no siempre la saca barata. Un arrebato
puede terminar con un anciano por el piso, con una quebradura, con
golpes y hasta con un asesinato, si el ladrón tiene un arma o si la
agresión deviene en una lesión grave. Tal fue el caso del denominado
caso Brondino, por el apellido de Marianela, una chica de 25 años a la
que quisieron arrebatarle la cartera, cayó pesadamente y falleció. El 28
de este mes, se cumplen dos años de ese crimen impune: nunca
encontraron a los culpables...
Pero por lo general, puede
suceder que no tengan un arma, sino sólo la decisión de hacerlo y algún
medio de escape: moto, bicicleta, a la carrera. Eligen al voleo una
víctima: suelen ser ancianos, mujeres de cualquier edad y niños, aunque
cuando actúa más de uno pueden animarse también con un hombre, que a
priori representaría una presunta mayor oposición.
A toda hora
Antes, el arrebato se perpetraba preferentemente con las primeras
horas de la noche, al filo del cierre del comercio. Aprovechaban y
aprovechan la vuelta del trabajo, la ida al almacén de barrio de a la
vuelta y en fin y cualquier acción en la calle que les ponga a una
persona en situación de potencial candidato para sacarle “algo”.
Ese algo, además, se sabe, siempre será una minucia, unos pocos pesos.
Muchas veces es más el daño físico y sobre todo psicológico (a veces
también administrativo: hay que denunciar tarjetas, volver a hacer
documentos, entre otras) que el material. Pero el ladrón sabe que
después de dos o tres golpes certeros, en un rato hará “la diaria”.
Tienen estos pequeños robos una enorme y silenciosa secuela, por
cuanto hacen palpable la “sensación” de inseguridad y dejan en las
víctimas una preocupación constante, una angustia que a veces puede
degenerar en fobias.
El mayor daño es en la autoestima:
personas que viven con miedo, que no salen de sus casas, que no pueden
ser dueñas de su tiempo y de su espacio. Cuando el niño es la víctima,
esa secuela puede ser una huella negativa para toda su vida.
Pero la noche no es el único horario: también la siesta es propicia para
los arrebatadores: mucha gente vuelve en solitario a su casa, se baja
de un colectivo, camina unas cuadras.
Y cuando hay intención
de arrebato, no importa que la comisaría o la seguridad del hogar se
encuentre a pocos metros: se trata de un segundo, de un manotazo, en el
mejor o peor de los casos, de un forcejeo. El arrebatador cuenta con el
factor sorpresa y hasta con el oficio: va directo al objeto y tira de él
con fuerza. Y generalmente, consigue su objetivo en cuestión de
segundos. Todo el hecho no dura, no puede durar más de dos minutos; casi
siempre menos.
Lugares: todos los lugares
Hay sitios que tradicionalmente son peligrosos, pero hoy no hay un
sitio a salvo. El arrebatador suele moverse en moto, y entonces puede
golpear en cualquier parte, lejos de la zona periférica incluso.
En barrio 7 Jefes es famosa una motito azul cuyos dos ocupantes han
arrebatado y golpeado sistemáticamente a decenas de mujeres. En barrio
Candioti, también los arrebatos ocurren a menudo. En el centro, son
comunes, cerca de los cajeros, cerca de los colegios y facultades, en
las paradas de colectivos.
En la zona de la Católica, apuntan
también; en la placita San José, en López y Planes. En la ciclovía,
dice otro. En la zona de vías, dicen otros. En barrio Roma, en
Barranquitas. Se puede hacer un ejercicio fácil: hay que preguntar en el
trabajo, en cualquier trabajo o en cualquier reunión de amigos o de
familia: todos tuvieron algún episodio de modo directo o conocen a
alguien que lo tuvo.
Esos pequeños delitos, que en algún
momento alguien rebajó a la categoría de mera rapiña -casi una
travesura- han armado una red de miedo y de cuidados, de impotencia y de
bronca, algo parecido a la impunidad. es que entre tanto episodio
reiterado, parece que también nos arrebataron la seguridad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario