Vecinos de un sector de Ludueña
volvieron a destruir un \"búnker\" por segunda vez en tres días. Afirman
que \"los narcos ofrecen plata para comprar ranchos\" y amenazan a
quienes se oponen.
Es una lonja de 900 metros al lado de
la vía, que va de Cullen a Casilda y se la conoce como "una" de las
villas de barrio Ludueña. Los vecinos del sector se cansaron de los
transas, como los llaman, y ya destruyeron dos búnkers de venta de droga
en menos de tres días. Sin embargo, los narcotraficantes no quieren
abandonar ese territorio ganado y no dudaron en amenazar a los vecinos
con que iban a "quemar 30 ranchos".
El barrio parece sublevado, los pobres
no quieren ser míseros ni estigmatizados. "No queremos más narcos que
nos maten a los chicos", dicen en rebelión mujeres y hombres amenazados
por un grupo de narcos que el martes fue echado de un quiosco de venta
de drogas en Tupac Amaru y Garzón.
Pero los delincuentes vuelven y ofrecen
dinero. Así compraron un ranchito de lata en Cullen y Tupac Amaru —a
200 metros del quiosco que fue quemado el lunes pasado— para construir
otro local de venta de drogas.
Fue en ese marco que amenazaron a los
vecinos. "Nos decían que si no los dejábamos poner el quiosco nos iban a
quemar los ranchos".
Estallido. Los hechos
se iniciaron el lunes pasado, cuando más de cien vecinos protagonizaron
una rebelión contra un quiosco de drogas de Tupac Amaru y Garzón, y le
prendieron fuego luego de que un soldadito de muy corta edad empezara a
disparar en una cancha de fútbol de Campbell y Barra e hiriera a Ricardo
T., un joven del barrio que recibió dos balazos en el pecho.
El estallido se desató la tarde del
lunes y para controlarlo intervinieron efectivos de las comisarías 12ª y
14ª, además de los bomberos. Al finalizar la jornada se contabilizaban
un detenido, dos prófugos, un búnker incendiado y un centro comunitario
destruido y saqueado por los vecinos. Estos sostuvieron que desde ese
lugar también "se vendían drogas".
En aquel búnker arrasado se encontraron
al menos tres cartuchos de escopeta calibre 16. En el centro
comunitario Vecinos Unidos, que estaba junto al quiosco, los vecinos se
apoderaron de documentación que acredita el trabajo social realizado por
quien lo administraría, Mónica Beatriz E.
Las planillas y los DNI, al igual que
los cartuchos, seguían ayer en manos de los vecinos. "Ella también los
cubría", es el secreto a voces en esas cuadras caprichosas surcadas de
pasillos y zanjas con agua servida.
Otra vez. Dos días con
sus noches transcurrieron con cierta calma, pero el jueves los
narcotraficantes volvieron al lugar. "Amenazaron a la gente que vive
cerca del quiosco que les rompimos. A un hombre le dijeron que le iban a
abrir la panza si los denunciaba" contó Ana, una antigua vecina. "Yo
les paré el carro, a mí no me van a decir lo que hay que hace. Nadie los
quiere, ni siquiera los pibes del barrio que consumen", dijo otra
vecina de la zona.
El mismo jueves los narcos recorrieron
el lugar. Siempre van cuando cae el sol. Esa noche ofrecían de 4.000 a
6.000 pesos, una moto y una casa, en Magallanes y Solís, a cambio de un
sitio donde poder poner un búnker.
Inmobiliaria. Lo
informal de las operaciones inmobiliarias dan cuenta de la realidad de
estos pasillos. "Los narcos le compraron una casa a una piba y ella se
las vendió. Pero además le vendió la misma casa a su hermana. La piba se
llevó un montón de plata", ahondaron unas vecinas.
Pero sucedió que la muchacha que compró
el ranchito se mudó el jueves y el viernes al atardecer tuvo visitas no
esperadas. "Me dijeron que ellos también habían comprado la casa —piso
de concreto y chapas acanaladas— y me sacaron. Tengo miedo", dijo la
compradora del inmueble, de unos 20 años y más flaca que su sombra. Su
bebé tiene seis meses y mira su mundo acurrucado en el regazo.
Esa tarde los narcos dejaron a otra
chica en la casa que decían haber comprado por 6.000 pesos. "El transa
dejó a una piba con dos nenitos. Pero después volvió para romper todo,
sacar las chapas y levantar el quiosco. Entonces la piba se fue", contó
Claudia, otra vecina.
Cerca de las 20 la joven se refugió en
la casa de otra hermana, a metros del ranchito vendido dos veces. A esa
misma hora aparecieron montados en motos y autos cinco hombres con masas
y martillos dispuestos a echar abajo las chapas y construir un búnker
de ladrillos. Pero los vecinos no los dejaron y llamaron a la policía.
Los malvivientes se fueron pero un par
de horas después estaban allí nuevamente. "Viene uno al que le dicen
Walter el Gigantón. Ese tiene auto pero otros andaban en una Suzuki 100
roja. Paraban por Tupac Amaru y nos decían que nos iban a quemar todo y
que tenían banca", arriesgó un muchacho que no quiso dar su nombre y
cubría su cara con una gorra.
Finalmente los malvivientes no
volvieron y los vecinos, indignados pero con mucha garra, se dirigían
ayer a hacer la denuncia en la seccional 12ª (ver aparte). "Ellos están
arreglados con los narcos, porque estos son los mismos que tenían el
búnker en Tupac y Garzón. Pero al menos dejamos constancia, si no vamos
directo a tribunales. No queremos que haya más de esos tipos en el
barrio. No es por nosotros, es por los chicos", dicen casi al mismo
tiempo varios de los vecinos, en su mayoría mujeres que cuidan a su
cría.
De compras. En tanto,
las anécdotas en el barrio se suceden, pero no son graciosas. "Ayer vino
uno a comprar en una bicicleta linda. Los pibes le dijeron que no se
vendía más y le sacaron la bici, la plata y las zapatillas. Ese no
vuelve", contaron. Y de sus dichos se infiere una realidad compleja.
Otros suponen que lo que buscan los
narcos es un dinero que quedó dando vueltas la tarde en que los vecinos
quemaron el quiosco de Tupac y Garzón. "Ese día en el lugar había como
15 mil pesos. Alguien se los llevó y a la noche en el barrio se hicieron
unos asados bárbaros", cuentan. Pero es posible que este hecho, con los
años, sea un mito urbano de la villa de Ludueña.
Una villa que quiere ser un barrio y en
el que viven cinco mil personas está de pie. Allí las vecinas cuidan lo
único que tienen: sus hijos. Y el resto cuida su vida y su dignidad de
pobres que al menos les dé la esperanza de "no morir en un callejón sin
tener nada que ver y en manos de estos guachos".
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