Es la asociación civil que agrupa a las 110 familias que viven de la clasificación y venta de residuos. Además participan en talleres para aprender oficios, como herrería, telar y costura.
En la ciudad hay 110 familias que viven de la venta del papel, los cartones, los vidrios y los plásticos, que se recuperan de la basura en la nueva planta de residuos. Están nucleadas en la Asociación Civil Dignidad y Vida Sana. Su presidenta, Josefina Morales, habló con El Litoral sobre los comienzos de la organización, que cumple 14 años de vida y lucha.
“Antes la basura se tiraba a cielo abierto y cada uno iba a procurar su sustento diario. Iban familias enteras -mamá, papá y hasta el más chiquito de los hijos- al volcadero Los Caniles (detrás del Mercado de Abasto), a buscar papeles, botellas y plásticos, que son los materiales que se pueden vender”, relató Josefina.
Pero en 1997 se aprobó la creación del Relleno Sanitario -en Altos de Noguera-, se cerraron las cavas de la ciudad y los cirujas quedaron sin acceso a la basura. Ese fue el disparador para el nacimiento de Dignidad y Vida Sana. “Decidimos unirnos para que el intendente nos atendiera. Recibió a algunos representantes, entre los que estaban mi esposo, mi hermano y mis cuñados, y se decidió hacer una planta de clasificación de residuos, al lado del relleno sanitario”, señaló Morales.
En ese momento eran cerca de 600 familias que vivían de la basura, pero con el tiempo varios se fueron yendo. “Hubo gente que creyó en el proyecto y otros que no”, recordó Josefina. Hoy la asociación nuclea a 110 familias -unas 600 personas- que trabajan en dos turnos en la nueva planta de residuos.
“Antes trabajábamos bajo el sol, el agua y con el barro hasta las rodillas. No había día feo porque hay que comer todos los días. Ahora, con la planta, tenemos un techo, un comedor y llevamos la vianda para nuestra familia. Se ha modificado mucho en la educación de las personas, en el valor que se le da a lo que hemos obtenido como grupo”, contó orgullosa la mujer.
La recolección diferenciada de residuos -en secos y húmedos- favoreció el trabajo de los recicladores. “Llega en más cantidad la basura que se puede recuperar, pero todavía falta mejorar la calidad: a veces viene mezclado lo seco con lo húmedo”, detalló Morales e instó a tomar conciencia: “La persona que hace la separación en su casa no sólo nos está ayudando, sino que también está cuidando el medioambiente”.
Talleres productivos
Juntamente con la Fundación Equipo de Producción y Construcción Alternativa (Epyca), se está desarrollando un proyecto de Red de Escuelas Productivas, que consiste en la capacitación de los recicladores y sus familias. A través de talleres, pueden aprender herrería, carpintería, a fabricar trapos de piso, costura, telar y fileteado.
“La idea es que aprendan el oficio mientras van produciendo. Pretendemos preparar bien grupos pequeños para que puedan seguir enseñándoles a sus compañeros”, señaló Celina Veloteri, al frente de los talleres.
“Hemos intentado concretar la Red Escuela Productiva, que permita -a mediano plazo- una línea adicional de ganancia económica familiar a partir de lo que producen. Luego de tantas experiencias fallidas de microemprendimientos que no soportan el mercado de trabajo, pensamos la idea de un entramado de unidades productivas”, explicó Mercedes Gagneten, presidenta de Epyca.
“La idea es empezar a manejarnos dentro de las ferias barriales y contactarnos con otros grupos que estén trabajando en lo mismo, a través de mercados solidarios”, concluyó Celina.
1.000 pesos mensuales obtiene, en promedio, cada socio de “Dignidad y Vida Sana” por su trabajo en la planta recicladora. El gobierno provincial aporta $ 400 por mes y los otros $ 600 los obtienen de la venta de los materiales recuperados.
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