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sábado, 4 de julio de 2015

"Todos quieren creer que aún hay gente buena en el mundo

Su testimonio de superación personal conmovió a muchos lectores que se ofrecieron a ayudarlo. Volvió de Europa y contó su experiencia.
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Foto:Gentileza Luis Britos
Luis (segundo desde la derecha) valoró el encuentro intercultural del evento estudiantil. Fue el único argentino entre 400 universitarios de todo el mundo.

Luis Britos, el joven de barrio San Lorenzo que conmovió a muchos corazones con su historia de superación personal, regresó al país desde Alemania, adonde estuvo participando de un encuentro internacional de estudiantes universitarios. “Todos quieren creer que aún hay gente buena en el mundo, será por eso”, responde, ante la pregunta de por qué piensa que su historia impactó en tantos lectores.


Antes de su viaje, le llegaron ofertas de colaboración de distintas personas que se sintieron “tocados” por su singular esfuerzo y sus ganas de alcanzar las metas. “Con la plata que me dio la gente pude viajar, porque a mi familia no le dejaron comprar euros”, dice.


Luis tiene 25 años, vive en un sector postergado de la ciudad, y es el primer universitario de su familia, compuesta de padres trabajadores que se las rebuscaron para criar a cinco hijos. Sufrió un accidente cerebral tres años atrás, pero nada -ni su contexto adverso ni la enfermedad- le impidió llegar al 4to. año de la UTN con la mira puesta en graduarse de ingeniero civil.


“No quiero regalos, ni souvenires, sólo ver tu progreso”, le dijo un ingeniero que lo ayudó con unos euros para el viaje y que también se hará cargo del costo de la rehabilitación del ACV que le dejó el costado derecho con algunos dolores. Luis había contado, en la nota anterior, que su mamá enfermera se encargó de hacerle ejercicios caseros con una pelotita.

El “mecenas” de Luis, que prefiere mantenerse en el anonimato, le ofreció también comprarle una moto para ir a la facultad y hasta suplir con su dinero el monto mensual que gana por trabajar en un laboratorio de la UTN, con una beca de servicio. “No le acepté nada de eso porque no me sentiría cómodo. Se lo conté a mi familia y ellos habrían hecho lo mismo”, indica el joven que volvió de Alemania con una barbita incipiente, el pecho inflado y la sonrisa aún más amplia que la última vez que anduvo por acá.

El estudiante también destacó, entre tanta gente que le tendió una mano, a su señorita de primaria Daniela Quiroga, que le dio euros y le dijo que tenía una gran alegría de que él siguiera estudiando porque “ya no hay alumnos así”. Y a la mujer que tenía un amigo llamado Luis que en su momento la ayudó mucho, y ahora ella veía la oportunidad de devolver algo de lo recibido con alguien que lleva su mismo nombre y que vale la pena. Quizá no se equivoca el joven cuando dice que “todos quieren creer que aún hay gente buena en el mundo”.

En Alemania, no pasa

“Los otros días me robaron la bici, enfrente del Cullen, adonde fui a buscar mi historia clínica. Creí que era mi memoria porque a veces me olvido de las cosas, hasta que encontré el candado cortado. Y pensé: esto en Alemania no pasa”, sostiene, con una sonrisa socarrona. Es que Luis volvió impactado de la limpieza y el orden del país germano, del respeto a las leyes de tránsito y de que en el tren “podés dormir tranquilo porque nadie te toca nada”.

Es el segundo viaje que hace a Europa tras ganar la beca para participar del Iswi (International Student Week in Ilmenau) y asegura que esta vez lo disfrutó más, quizá porque estaba un poco más holgado de dinero y porque no tuvo contratiempos ni se perdió en aeropuertos ni en trenes. Y también porque se tomó unos días para ir de turista a Múnich.

“Estuvo bueno porque pude ver cómo es la cultura alemana, que apunta a la productividad. Ellos primero se perfeccionan, luego buscan comprar el auto, la casa, y después tienen familia. Por eso, Alemania tiene una tasa de natalidad baja y necesita de inmigrantes para la mano de obra. Me gustó como lugar para ir a vivir”, confiesa.

Intercambio

En el encuentro estudiantil, que congregó a 388 universitarios de 80 países, él fue el único argentino. Participó de conferencias sobre la internalización de las instituciones, sobre corrupción en América Latina y Africa y dio un taller sobre libertad sexual y autodeterminación junto a un chico chileno y una joven mexicana, entre otras actividades.

“Las conferencias no fueron tan interesantes como las del Iswi 2013 y los participantes tampoco fueron tan aplicados ni comprometidos. Pero la experiencia en general estuvo buena, porque la esencia del evento es el encuentro intercultural, el intercambio y la amistad”, considera.

“En uno de los talleres, un grupo de nigerianos se enojó con la exposición de una activista lesbiana de Uganda y me llamó la atención porque yo pensé que África estaba toda unida y porque uno de los requisitos del evento es ser tolerante y tener la mente abierta. También ahí uno valora lo que tiene en su país, como las libertades sexuales y de religión”, recalca.

En el campus de la universidad estuvo alojado con un estudiante alemán y compartieron las diferentes miradas que tenían sobre los países de cada uno. “Él pensaba que los argentinos son todos vagos, que les gusta el fútbol y el tango y a mí no me gusta el fútbol, tampoco el tango ni soy vago. Yo pensaba que todos los alemanes eran serios, estrictos y amargados. No es así, porque son amistosos y tienen sentido del humor, sólo que raro. La pasé bien porque me llevó a conocer su familia y a visitar Erfurt. Claro que él, como universitario, tenía pasaje en tren gratis, pero yo me tuve que pagar el mío. Allá le dan movilidad gratuita a los universitarios y 100 euros por mes para fomentar el estudio”, cuenta.

De pronto, la idea de algún día radicarse en Europa se le cruza de nuevo por la cabeza. “Ahora que me robaron la bici, se me fueron las pocas ganas que tenía de quedarme a vivir acá”, cierra Luis, mientras sale del diario a buscar la bicicleta vieja que reparó para “zafar”.

Y sí, Luis, no te equivocás... Todos queremos creer que, como vos, aún hay gente buena en el mundo.
Por el mundo

Múnich. “Me alojé gratis en la casa de un alemán que contacté por Internet. Mi host (anfitrión) era un profesor que enseña idioma a hijos de funcionarios extranjeros. La sorpresa fue cuando me asomé por la ventana y vi a los vecinos de enfrente hacer una barbacoa desnudos. ¡Era un edificio nudista! Fue nuevo para mí”.


Película. “Esta vez no me perdí en los trenes, como en 2013, así que disfruté mucho. Sólo que en Holanda, donde el avión hizo escala, se me acercaron dos perros policías. Yo me hice toda la película que me quedaba detenido ahí. Habían olido la plata que llevaba en una riñonera, pero era poca y no pasó nada”.


Argento. “En el campus de la Universidad Técnica de Ilmenau me hicieron una entrevista para que explique qué era el dulce de leche. Llevé 3 kilos de dulce y alfajores santafesinos. ¡Se comieron todo! A veces nos daban comida vegana en el comedor: un sándwich untado con algo y medio pepino crudo”.

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