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domingo, 5 de octubre de 2014

Manifestaciones en Hong Kong: una rebelión que podría alterar la historia china

Por: Pascual Albanese

Esta semana, y ante el asombro del mundo, centenares de miles de jóvenes salieron a las calles a exigirle al régimen comunista de Pekín elecciones libres y transparentes. Análisis de los reclamos y un repaso por la historia de esta ex colonia británica

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Crédito: AFP1 de 4Las decenas de miles de manifestantes que inundan las calles de Hong Kong para reclamar una liberalización de su sistema político pueden marcar un punto de inflexión en la historia china. Lo que ocurra en esta "región administrativa especial", devuelta por Gran Bretaña a la soberanía china en 1997 tras un prolongado período de ocupación colonial iniciado en 1842, repercutirá inevitablemente en el coloso asiático. Pekín lo sabe, pero la clásica lentitud burocrática de la dirección del Partido Comunista choca con la vertiginosa aceleración de los acontecimientos.

Cuando Deng Xiaoping negoció con Margaret Thatcher el reintegro de Hong Kong, que era para China una reivindicación histórica de dimensiones aún más trascendentes que lo que representa para la Argentina la recuperación de la islas Malvinas, acuñó la fórmula "un país, dos sistemas". Esa original formulación tenía un triple significado. Primero, garantizaba a la población de Hong Kong la continuidad del sistema capitalista y las libertades civiles que existían bajo la ocupación británica. En segundo término, abría una ventana de negociación para el diálogo con Taiwán. En tercer lugar, legalizaba un enclave capitalista en territorio chino, lo que facilitaba el avance de las reformas económicas iniciadas en la década del 80.

Pero esa negociación no implicaba un cambio de fondo en el sistema político. Hong Kong, como colonia británica, tenía un gobernador general designado por Londres y un parlamento local, integrado por partes iguales por diputado electos por el voto popular y representantes de las organizaciones empresarias y sociales de la isla. Ese sistema, con pequeñas variantes, permaneció intacto. La autoridad designada por Londres pasó a ser nombrada por Pekín.

El vigoroso movimiento de protesta que ganó las calles de Hong Kong y acorraló al gobernador Leung Chung-ying exige la elección directa del mandatario local. Pekín ya había aceptado esa demanda e impulsó una enmienda en el estatuto local, para posibilitar que esa elección tuviera lugar en 2017, pero introdujo una salvedad que motivó el airado rechazo de los manifestantes: los candidatos tenían que contar con la previa aprobación de un tribunal electoral en el que el Partido Comunista cuenta con un virtual poder de veto.

Una característica singular de las protestas es su carácter masivo entre la juventud. El líder de las movilizaciones, Joshua Wong, es un estudiante de 17 años, quien a los 15 años fundó "Scholarism" una agrupación de estudiantes secundarios, para oponerse al programa de "Educación Nacional y Moral", que pretendían imponer las autoridades chinas, al que rechazaba por su contenido de propaganda ideológica. Las marchas de "Scholarism", que llegaron a congregar a más de 100.000 jóvenes, obligaron entonces al gobierno central a dar marcha atrás con su decisión.

Pero hay otra particularidad inédita en esta rebelión juvenil: Hong Kong tiene uno de los índices de ingreso por habitante más altos del mundo y una población con un altísimo nivel de educación. No hay ningún trasfondo económico en las protestas. La reivindicación es estrictamente política y la respuesta de Pekín no podrá eludir ese carácter. Aceptar la exigencia de los manifestantes supondría reconocer que la fórmula "un país dos sistemas" no tiene ya un contenido económico, sino político. Ya no se trataría de reconocer que una parte de China sea económicamente capitalista, tal cual sucedió en 1997, sino admitir que una región china adopte la democracia occidental como sistema político.

¿Espejo de lo que vendrá?




AFPHay un agravante: en el imaginario colectivo de la nueva clase media china, Hong Kong es el espejo adelantado de China. Hasta la década del 60, Hong Kong tenía una economía atrasada y un bajo nivel de vida. Su único atractivo era su carácter de ventana al exterior de una China encerrada en sí misma. A partir de entonces, experimentó un formidable proceso de crecimiento, que la erigió en uno de los cuatro famosos "pequeños tigres" asiáticos, junto con Corea del Sur, Singapur y Taiwán, que fueron los primeros países en la historia de capitalismo que, en un lapso de apenas tres décadas, pasaron del subdesarrollo a la condición de economías desarrolladas.

El propio Deng Xiaoping se inspiró en el ejemplo de los "pequeños tigres" para impulsar en 1979 el giro copernicano que en treinta años convirtió a China en la segunda potencia económica mundial, en camino de transformarse en la primera en 2019, y promovió la aparición en Shangai y demás ciudades de la costa de una clase media de alto poder adquisitivo que está cambiando las características de la sociedad china, acercándola precisamente a los parámetros de Hong Kong.

Esos cambios sociales y culturales son irreversibles. Este año se cumplió el vigésimo quinto aniversario de la masacre de Tiananmen, cuando el Ejército Rojo aplastó las masivas movilizaciones estudiantiles que reclamaban una apertura del régimen político. La reiteración por parte de Pekín de una respuesta semejante a la de 1989 desataría hoy reacciones inimaginables.

Más de 50% de la población china tiene acceso a Internet. La rígida censura que intenta imponer el régimen a la trasmisión de información a través de la red es una batalla perdida. Con las nuevas tecnologías, la información es como el agua, que siempre termina por encontrar un cauce para circular. A lo sumo es una cuestión de tiempo.

Lógico resulta entonces que la cúpula del Partido Comunista Chino se preocupe al ver que centenares de miles de sus compatriotas escuchan a un joven de 17 años que proclama que "no es el pueblo el que tiene que temer al gobierno, es el gobierno el que tiene que temer al pueblo". Porque es inevitable, en días, semanas o meses, que a pesar de la censura esa voz recorra toda China y esos miles de oyentes sean decenas o quizás centenares de millones.

Sometido al azote de lo imprevisto, el gobierno de Pekín acaba de ordenar a Leung Chun-ying que dialogue con los manifestantes. La primera respuesta no fue alentadora. Los líderes de la revuelta sólo aceptan ese diálogo si es público, o sea trasmitido en simultáneo por radio y televisión. ¿Puede imaginarse la repercusión en China de una escena semejante trasmitida en tiempo real a través de Internet?

El autor de la nota es Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico.
infobae.com

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