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domingo, 28 de septiembre de 2014

50 años de Mafalda, una obra maestra que nos ayuda a entendernos

La tira del dibujante mendocino Quino cumple 50 años. Aquí, personalidades de diversos ámbitos ofrecen su tributo.



Fernando G. Toledo
toledo.fernando@diariouno.net.ar

Una vez descubrimos que somos sánguches de carne entre la tierra y el cielo. Caímos en la cuenta de que eramos antes que una sociedad, una “zoociedad”. Coincidimos en que hay un “no sé qué de encíclica papal” en ciertas miradas. Nos sentimos una niña inteligente pero incapaz de entender el mundo. Nos reímos al saber que no éramos los únicos en soñar, a cierta hora de la mañana, con que han destruido el colegio al que vamos sólo para que no haya clases.

Es notable que estos descubrimientos, estos golpes de madurez o esta genialidad admirada haya venido a muchos de nosotros gracias no sólo gracias a una lección de nuestros padres, ni al magisterio de un filósofo prominente, ni al de un poeta genial o una película reveladora. Es notable que haya venido a través de la expresión poderosa de una viñeta de historieta, con la voz imaginada de una niña adorable y dibujada, pensada y creada por un mendocino universal, Quino.

Mafalda, la niña en cuestión que da nombre a la tira más famosa de Joaquín Lavado (el historietista que la creó) cumple mañana 50 años, y ese medio siglo desde su primera aparición no hace más que confirmar que el tiempo no ha hecho mella en las virtudes de la tira. Sigue siendo hoy en día tan graciosa como entonces, igual de reveladora de las grandes injusticias que acosan al planeta, y sigue siendo capaz de regalarnos algunos momentos que ya forman parte de nuestros genes culturales.

Pero cuando la tira de Quino alcanzó los ojos de sus primeros espectadores este quizá no vislumbraba la magnitud planetaria y eterna que iba a alcanzar con sus modestas viñetas.

Una génesis azarosa

Todo empezó a propósito de una frustrada campaña publicitaria para la cual contrataron en Buenos Aires a un talentoso dibujante y humorista gráfico de Mendoza que estaba dando sus primeros pasos en la gran urbe.

La campaña para los electrodomésticos Mansfield sin embargo le sirvió a Quino para trazar la galería de personajes de Mafalda, la tira que (a razón de dos entregas por semana) comenzó a salir como tal el 29 de setiembre de 1964, en la revista Primera Plana.

Las dos primeras tiras eran una verdadera síntesis de lo que iba a venir: el carácter perpicaz y crítico de los diálogos de una pequeña de seis años (con rasgos gráficos que Quino seguiría trabajando) y con un mensaje acerca de la “fuga de cerebros” que sufre un país que no da trabajo a sus profesionales.

Tras seis meses en Primera Plana, la tira salta al diario El Mundo, que cierra en 1967 y deja a Mafalda sin aparecer por cinco meses.

Cuando vuelve al ruedo lo hace a lo grande el 2 de junio de 1968, en la revista semanal Siete Días Ilustrados y a razón de cuatro tiras por número.

En este semanario llega la consagración definitiva de Mafalda, no ya sólo en nuestro país, sino más allá de las fronteras. De hecho, al año siguiente se editará la primera traducción de la tira: bajo el título Mafalda la contestataria, el prestigioso Umberto Eco la publica como un álbum en Italia.

“Mafalda vive en un continuo diálogo con el mundo adulto, mundo al cual no estima, no respeta, hostiliza, humilla y rechaza, reivindicando su derecho a seguir siendo una niña que no quiere hacerse cargo de un universo adulterado por los padres” diría de la creación de Quino el autor de El nombre de la rosa.

El fin es el principio

Mafalda le asegura a su autor mendocino una fama y un prestigio que no bastan, sin embargo, para que decida dejar de dibujarla. Por agotamiento o por cambio de intereses, Quino firma entonces su última tira el 25 de junio de 1973, nueve años después de su primera entrega.

Pero esto no significó el fin de Mafalda sino que allí, de algún modo, nació su perennidad. Porque aunque su autor estaba agotado de clavar día a día su bisturí sobre la realidad circundante, a esa altura sus personajes comenzaban a ser publicados en recopilaciones diversas. Y así, Mafalda, Felipe, Miguelito, Manolito, Susanita, Libertad, Guille y todos los demás comenzaron a ser atesorados por lectores que crecían año a año, con cada edición de esos libros.

La reunión de las tiras permitió, al mismo tiempo, sopesar de una manera más abarcativa el fenomenal poder de la creación de Quino. La manera en que el mendocino destinó su humor y su crítica social a través de su más célebre creación sigue aún sorprendiendo.

Las claves para que esto haya ocurrido son muchas. En Quino puede verse una capacidad sorprendente, en especial con Mafalda, para incorporar a su humor las más amargas cuestiones que las noticias diarias van entregando. Lo curioso es que en los otros trabajos de humor (como los que ilustran la contratapa dominical de Escenario) puede verse al Quino más sutil, en Mafalda esa capacidad queda traducida al mundo de esos personajes que hacen más amable y digerible, en suma más popular, todo lo que el mendocino tiene para decir.

Al tratar preocupaciones tan universales encontrando, en la anécdota, la ley, Quino logra a través de Mafalda una obra capaz de perdurar con una jovialidad que disimula el medio siglo que desde mañana cargará sobre sus espaldas. Hay allí un crédito para el artista, claro, pero también una responsabilidad ajena a él, según la perspectiva del mendocino: “Me sorprende que hay temas que 40 años después parezcan dibujados ese mismo día. A lo largo de la historia uno se da cuenta que el mundo repite siempre los mismos errores, es increíble”, dijo una vez.

El gran dibujante

Si lo que tiene que ver con el concepto ideológico y político de su humor y sus argumentos aseguran la vitalidad de la tira, algo parejo puede decirse del nivel gráfico alcanzado por Quino.

En más de una ocasión el mendocino ha contado cómo sorteó con sus viñetas desafíos diversos. Uno de ellos tenía que ver con hacer convivir, por ejemplo, los personajes de los niños con los adultos. Por la diferencia de altura, entonces, tenía que elegir, por ejemplo, presentar al padre sentado o tirado en el suelo para arreglar sus plantas.

Pero Quino va más allá de resolver esos inconvenientes y pone en juego muchos recursos expresivos que le otorgan mayores relieves a su tira. Entre ellos están los cambios tipográficos de los diálogos, la utilización de viñetas “mudas” u otros efectos como el invertir el eje de la historieta (poniendo a los protagonistas “patas para arriba”). También, en una tira inolvidable, Quino llega a inspirarse en la técnica del fotógrafo Eadweard Muybridge para una secuencia que muestra a un Felipe enamorado que intenta seducir a una niña pero se arrepiente y se aleja de ella avergonzado: todo en una sola viñeta.

Para conseguir una obra maestra en cualquier rama del arte hacen falta que se conjuguen muchos aspectos. Debe haber pericia técnica, novedad y belleza. Pero conseguir que el resultado obtenido sea popular es aun mucho más difícil. Todo eso consiguió Quino con Mafalda y a 50 años advertimos (con alegría y orgullo) que ese logro sigue siendo capaz de influir por mucho tiempo a las generaciones venideras. A esas que serán también, como lo hemos sido nosotros, meros sánguches de carne entre las nubes y el polvo.

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