domingo, 22 de junio de 2014

ROSARIO: Municipio y provincia en una experiencia transformadora en el barrio Casiano Casas

El relato de los vecinos sobre cómo les cambió la vida para cubrir las necesidades básicas desde que se implementó el Plan Abre, por el que ahora tienen luz y agua seguras. El proyecto en el barrio forma parte de las tareas que se vienen realizando en las zonas con mayor exclusión.
La Capital | 
Municipio y provincia en una experiencia transformadora en el barrio Casiano Casas

 Desde que llegaron las primeras familias, hace 30 años, a poblar la descampada ribera del arroyo Ludueña y avenida Sorrento, el sector más empobrecido del barrio Casiano Casas evolucionó en habitantes, en necesidades, demandas, y también en respuestas por parte del Estado.
   La llegada del programa Luz y Agua Segura a la zona significó empezar a revertir una situación que connotaba el grado de exclusión social que imperaba en el barrio. “Una noche de frío como estas ya nos habríamos quedado sin luz, porque enganchados como estábamos saltaba todo cuando la gente empezaba a enchufar estufas. Y en el verano, ni la heladera funcionaba. Ahora hasta puedo tener lavarropas automático”, celebra Josefina, una de las beneficiarias de esta acción de la Empresa Provincial de la Energía (EPE) que se enmarca dentro del Plan Abre, que el gobierno de Santa Fe lleva adelante junto con la Municipalidad de Rosario, mediante un abordaje múltiple e integral por la inclusión social en 19 barrios de esta ciudad.
   Hoy son 220 familias del asentamiento irregular enclavado en los alrededores de Cavia al 1300, a metros del arroyo y el puente de la avenida Sorrento, que convinieron en dejar su conexión clandestina a la red eléctrica por un suministro normalizado, de calidad, y en condiciones seguras.
La inversión. El proyecto contempla en su etapa final normalizar 450 suministros en el barrio, con una inversión global de 2.250.000 pesos en mano de obra, y otro tanto en insumos y materiales.
   “La razón fue sencilla: al estar enganchados, a la gente se le quemaba la heladera o el televisor a cada rato. Entonces llevamos esta inquietud a la EPE, los propios vecinos hicieron sus cartas y las presentaron, y ahora comprueban que pagar 75 pesos por mes les sale más barato que comprar un televisor nuevo cada año”, expuso el sacerdote Jorge Aloy, a cargo de la parroquia del barrio que sirve como punto de encuentro del vecindario y de sus necesidades. “Acá hicimos las reuniones con la gente de la EPE, con los vecinos. Muchos lo entendieron y ahora ven que tienen energía de calidad y que pueden enchufar todo lo necesario. Lo pendiente es el gas, porque aquí se calefaccionan con electricidad, y ahora veremos qué pasa, porque es en invierno cuando se genera un consumo excesivo de electricidad”, acotó.
   “Pero antes ya habría saltado todo. Desde que tenemos el servicio normal, esto mejoró”, terció Josefina, vecina de la calle Calvo y beneficiaria del programa desde noviembre pasado. “Desde que vinimos, hace 30 años, tuvimos que engancharnos a una línea clandestina. Y a medida que esto se fue poblando la tensión era cada vez menos, sólo para prender una lamparita. La heladera no arrancaba, se nos quemaba el lavarropas. En invierno la gente enchufaba las estufas y pasábamos toda la noche sin luz”, relataron Josefina y su hermana, Antonia.
   Recordaron los conflictos que se suscitaban entre vecinos de otra zona, cuando desde un sector iban hasta otro para conectar irregularmente un cable en procura de energía. “Comprábamos cable entre los vecinos para llevarlo hasta 4 cuadras hasta engancharse, pero la gente de allá no quería porque los perjudicaba, entonces había bronca. Y al prendernos a una sola línea, saltaba todo. Y ahí salían todos con la escalera a buscar la luz y ver de dónde engancharse”, contaron.
   Mientras estas vecinas comparaban el antes y el después del plan de inclusión en el servicio eléctrico, Emanuel, de 15 años, entró al salón parroquial para mostrar el trabajo que lo concentró en los últimos días en el taller de carpintería: la dirección catastral de la iglesia, con número y nombre de calle tallada en madera.
   El obsequio despertó abrazos y elogios para el aprendiz, y la reflexión de Patricia Castelli, colaboradora parroquial y conocedora histórica del asentamiento debido a su trabajo pastoral desde 1998: “La gente vivía en condiciones muy precarias, y de a poco ha ido mejorando. Impulsamos distintos proyectos, como el Banquito Solidario gracias al cual mucha gente abrió su negocio, como el chico de la granja de acá al lado, la señora de la pollería, y tantos hombres que se emplean en la construcción y pudieron comprarse la hormigonera, una amoladora. Así gestionamos una escuela para adultos, que funciona aquí. Y ahora con la instalación de la luz mejoró muchísimo la calidad de vida. Además, porque se nota que se acostumbran al servicio y se sienten con derechos. Si hasta les preocupa cuando no llega la factura de la EPE”, explicó.
   Las necesidades abundan, pero también brota en los vecinos la percepción de que su participación influye en las respuestas del Estado.
   Josefina y Antonia comentaron con entusiasmo la construcción de red cloacal en el barrio. El párroco mencionó la obra del Aliviador 3, en la cercana Sorrento, que facilitará el escurrimiento de las crecidas del Ludueña y evitar el anegamiento de la zona.
   “Lo mejor de todo esto —concluyó Aloy— es que la gente comprueba que si se une, si participa, se consiguen cosas, aunque no sea con la inmediatez que uno quisiera. La llegada de la luz para el barrio ha sido una experiencia muy positiva”.

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