domingo, 8 de junio de 2014

ROSARIO: Cuatro barrios en donde la violencia cede y está dando paso a una nueva vida

Pacificando territorios. En Las Flores sur y este, La Granada y 17 de Agosto, los vecinos comenzaron a recuperar hábitos tan entrañables como pasear en la plaza.
./La Capital | 
Cuatro barrios en donde la violencia cede y está dando paso a una nueva vida

 Pacificar y devolverle la tranquilidad a los vecinos de los barrios Las Flores sur y este, La Granada y 17 de Agosto no parece una tarea sencilla. Pero por estos días, y tras el accionar inicial de Gendarmería, la tarea de la Policía Comunitaria y las unidades barriales va dando frutos, al menos en la prevención de hechos violentos, que tenían de rehenes a los vecinos. De a poco van recuperando hábitos sencillos y cotidianos que se vieron obligados a suprimir, como llevar un celular, una mochila, hacer las compras, acompañar los niños al colegio o barrer la vereda. Conductas cotidianas que, aunque parezca ilógico, les podían acarrear un trago más que amargo.
Las Flores Este y Sur, La Granada y 17 de Agosto fueron los barrios del sur de la periferia de Rosario elegidos por las autoridades para comenzar a desplegar una serie de acciones tendientes a revertir el flagelo de la inseguridad, una problemática compleja entrelazada con delitos vinculados al narcotráfico y que tiene consecuencias directas sobre las franjas más vulnerables de la sociedad.
El viernes al mediodía, La Capital llegó hasta ese sector de la ciudad, ocupado históricamente por la clase trabajadora, pero utilizado como escenario de batallas entre bandas delictivas que sembraron temor en los vecinos.
En la esquina de Moreno y Arrieta debutó el 19 de mayo la casa de la Policía Comunitaria. Desde allí se despliegan tareas de trato directo con los habitantes. Se patrulla caminando y en móviles, y esa sola presencia preventiva ya generó un descenso de delitos y un clima de mayor bienestar.
Los vecinos de esos populosos barrios dieron su conformidad y se mostraron satisfechos. La sensación que recogió este diario fue de un medido entusiasmo, sobre todo porque pudieron recuperar hábitos simples que habían abandonado.
Un ejemplo de ello es la conducta de Juan, que barre la vereda de su casa frente a la pequeña plaza 17 de Agosto, que tiene bancos hormigón, un par de hamacas y el oratorio de Jesús Misericordioso. En ese espacio público más de una vez escucho rechiflar los plomos, presenció secuencias de arrebatos y reuniones de pibes consumiendo drogas o alcohol.
"Esto cambió mucho, está más tranquilo, antes no se podía andar a ninguna hora. Venía gente de otro lado a la plaza y hacían cualquier cosa", dice mientras destaca la amabilidad de los policías.
Clotilde, en tanto, dice que sólo sale de su casa para hacer las compras, pero que conoce los vaivenes del barrio. "Mi hijo va en moto a trabajar a las cinco de la mañana y ahora sale más tranquilo. Antes yo rezaba todo el día para que no le pasara nada. Ya no tengo que andar pidiendo tanto por eso", asegura aliviada.
Manuel hace más de 30 años que reside en la zona. Emerge de un pasillo corto, de no más de 30 metros, que empieza en Moreno y termina en pasaje 518, detrás de la plaza.
Recuerda, con una acción cotidiana pero muy demostrativa, las precauciones que debía tomar. "Estaba muy complicado. Había que mirar para todos lados. Iba a las dos de la mañana a trabajar y con lo puesto, porque te robaban todo. Por lo menos ahora llevó el teléfono para escuchar música. Soy fanático de los Pasteles Verdes y Los Galos", dice el cincuentón.
Para otros, el panorama no cambió tanto. "Se corrieron a otro lado (los grupos de pibes conflictivos). A veces se juntan en la esquina de los pasillos a fumar, rondan en las motos y nadie les dice nada. Los policías pasan al lado y ni les preguntan qué hacen. Vengan a ver a las ocho de la noche como está todo", invita Celeste, de 30 años, mientras lleva sus hijos a la escuela.
Recuperar la plaza. En Las Flores Sur la situación que se vive es más compleja.
El populoso barrio de clase trabajadora quedó estigmatizado como campo de cruentas disputas territoriales de bandas delictivas.
El barrio enquistado en la periferia de Rosario y carente de accesos (sólo se ingresa por España al 6700), vive días de calma. En esa porción de la ciudad no interviene la policía comunitaria. Fue punto estratégico hasta hace pocos días de Gendarmería Nacional —que retiró los agentes— y ahora es transitado por patrullas y trinomios de policías (Unidad Barrial de la policía provincial).
Delia, que nació en el barrio y dice que vio "de todo", es optimista. "De diez", puso como nota al estado del barrio. "Antes estaban a los tiros acá mismo, en la plaza Itatí (Rosa Silvestre y Flor de Nácar). El espacio no era de los chicos, sino de los narcos. A toda hora se enfrentaban las bandas, incluso al mediodía cuando los pibes salían de la escuela. Nos teníamos que tirar al piso, debajo de los autos, era una locura. Por lo menos ahora podemos salir a hacer los mandados", asegura.
No obstante, remarca que dentro del barrio hay límites internos que se respetan y siguen configurando zonas peligrosas. "Yo no voy por Flor de Nácar al fondo. De la comisaría (sub 19º) para allá, no paso", explica sobre códigos que recomienda no transgredir. "Fijáte esa maestra que tiene el baúl del auto abierto y está guardando sus cosas. Antes le robaban todo", dice.
Hace frío, pero en la plaza Itatí hay una intensa actividad. En un costado, un grupo de personas comienza a desplegar prendas y productos. "Desde las dos y media y hasta las cinco hay trueque y venta de cosas usadas, y los chicos juegan. Se llena de gente. Está muy bueno", se entusiasma una doña.
Los tríos de policía apostados en los vértices de la plaza otorgan un respiro y la mayoría del barrio aprovecha esa paz que anhelaban. "Dale que ya tocó la campana", apura una mujer a su pequeño sobre el límite horario de ingreso escolar. "Antes se agarraban a los tiros acá, a la entrada de la escuela, a la salida, a toda hora. Usaban a los chicos como escudo. Yo estuve a punto de cambiar a mi hijo de escuela, pero por suerte todo cambió", dice una mujer.
Los micros de la línea 140 del transporte público (único servicio que ingresa al barrio), pasan repletos y paran en la garita de la plaza. "Por suerte ahora entran a toda hora", remarca una docente. Hasta hace unos meses y por los robos, la frecuencia se espaciaba demasiado y afectaba el traslado de los usuarios.
En un costado de la plaza, Walter y su familia improvisaron un pequeño carrito verdulero con productos frescos. "Vinieron por los traficantes y se las agarraron con los perejiles. Esto era el lejano oeste", arranca la conversación con una metáfora hollywoodense. Igual destaca que ahora la gente "circula, los chicos pueden jugar en la plaza, ir a la escuela tranquilos".
"El barrio está más calmado, pero de noche es otra cosa. A los gendarmes los respetaban más, a la policía no, eso está mal porque son autoridades. Hace unos días unos pibes se les rieron en la cara a tres policías que iban caminando, y cuando ellos se acercaron a preguntarles por qué, los sacaron a los tiros", cuenta sobre conductas que costará torcer.
Decenas de vidas se apagaron por las disputas criminales, los daños colaterales del narcotráfico, los robos y balas perdidas. Ahora, en esa porción del sur rosarino, se advierte una calma que otorga esperanza, y que sólo seguirá viva en la gente si hay continuidad en las políticas concretas sobre el territorio.

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