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domingo, 20 de octubre de 2013

ROSARIO: La corta y trágica vida de una chica que se ganó la plata y la muerte en un búnker

Tenía 19 años y reunía 300 pesos cada noche que vendía drogas. Hace un mes murió tras agonizar varios días después de ser quemada. La precariedad en la que vivió Soledad la empujó a trabajar vendiendo drogas.
La Capital | 
La corta y trágica vida de una chica que se ganó la plata y la muerte en un búnker

 Desde enero hasta octubre ya son 61 los muertos menores de 21 años en Rosario. Una de quienes integran esa trágica lista se llamaba María Soledad Nievas, quien ya no verá crecer a Iñaki, su hijito de 2 años, ni volverá a los boliches "que le gustaban". Tenía 19 años y la quemaron viva el 23 de agosto en un descampado de 27 de Febrero y avenida de Circunvalación. La piba murió 28 días después en el Hospital de Emergencias y lo que en aquel momento se dio a conocer como un femicidio, ahora es investigado por la Justicia como un crimen vinculado al mundo narco. Así lo sugieren los pocos datos que tienen los pesquisas a partir del relato de la familia y los vecinos que contaron entre silencios lo que sabe "todo" el barrio.
"Sole", como le decían, había nacido en otro barrio hace 19 años. Pero allí, casi en el límite oeste de la ciudad, conoció a su pareja, tuvo su hijo y vivió con su madre y cinco hermanos. Era morochita, flaca, alegre. "Le gustaba ir a bailes, a veces se iba uno o dos días. Pero cuando yo la llamaba me decía que estaba todo bien", contó con una mirada vacía doña Olga, su madre.
Fuego y destrucción. Sole fue quemada el 23 de agosto por al menos dos personas. En principio se tomó el caso por un femicidio y así fue tratado por la prensa. Sin embargo, rápidamente se vinculó el hecho a lo ocurrido cuatro días antes. Fue el 19 de ese mes que sucedió un hecho inédito en el barrio: los vecinos quemaron y voltearon un búnker que estaba en 27 de Febrero al 7600. Ese suceso marcó las horas siguientes de la vida de la joven.
La chica hacía tres meses que trabajaba en el búnker que fue destruido. Pero según su madre, "esa noche no fue, se quedó en casa". La que fue, la que estaba atendiendo el negocio era Daniela, su tía. "A ella la vimos correr a los gritos por 27 de Febrero. Entonces Sole, que estaba en la puerta de casa, se cruzó para hablar con ella y le preguntó qué pasaba. Ella le dijo que habían tirado una granada en el búnker, que no había explotado y que los habían cagado a tiros. Pero no fue así, todos saben", contó un vecino.
Soledad asistió a Daniela, habló por teléfono varias veces, fue a un lugar cercano a su casa y esperó. Entonces llegó al barrio el dueño del búnker en "una cuatro por cuatro". Después la chica dejó de ir a trabajar a los búnkers por tres días en los que "no tenía un peso", contó Johana, su hermana.
No hay secretos en ese barrio. "Daniela fue la que salió de ahí llevando en la mano merca y plata", dijo un testigo que quiere ser invisible. Y refiere que el quiosco de venta de drogas está ubicado a unos cien metros del cementerio La Piedad y a unos 50 metros de la avenida de Circunvalación, frente a un descampado.
Un vecino explicó que antes de que destruyeran el búnker, "hacía dos noches que andaban a los tiros. A mí me balearon la casa y en cualquier momento podían matar a uno de mis hijos". Y abundó que son dos grupos los que confrontan: "Una banda es de acá y la otra se mueve detrás del puente de Circunvalación". Esa noche los vecinos decidieron quemar la construcción en la que se encontraba Daniela, según afirmaron, era quien regenteaba el quiosco. "Salió corriendo pidiendo que no la mataran y se llevó la droga y la plata", contó otro vecino.
Eso explica en parte la desolación que embarga a Olga. "A mi hija la mataron confundida o la mandó al frente la otra (por Daniela). Nadie se acercó a decirme como fue ni por qué. Me llamaron del tribunal y me dijeron que les tenía que dar datos, pero ellos son los que tienen que investigar ¿no?", se pregunta la mujer de edad indefinida y piel oscura y curtida.
La última noche. Sole había parido su hijo cuando sólo tenía 16 años y "se creyó una mujer", dijo su madre. "Se liberan, piensan que una se los va a atender, que son grandes. Decí que Sole lo atendía igual al nene", se acuerda.
En la zona donde vive la familia, el Distrito Oeste, hay 39 asentamientos precarios y un tercio de la población vive en esas villas. La familia de Sole ocupa una franja muy pequeña de tierra detrás de una fábrica moderna e inmensa. La casa es un conjuro de chapas y ladrillos vistos, un patio que a menudo es comedor y una puerta por la que se entra a la cocina y a una habitación. La abertura está coronada por un espejo ovalado y con el marco roto. No hay perros dando vueltas.
"«Mami, me voy con un amigo», me dijo la noche que la mataron. Ella hacía tres días que estaba en casa, sin ir a trabajar al búnker y sin un peso. Después apareció rociada con kerosene". La reconstrucción de esa noche le duele a Olga. "La llamaron, ella no quería ir a los búnker, menos al de acá a la vuelta. Tres veces la llamaron esa noche y la convencieron. Un rato después la vieron comprando cerveza y con un pibe. A las 3 de la mañana me avisaron que estaba tirada y que la había apagado un muchacho que nunca apareció. Yo tenía una corazonada, no sé por qué la deje salir", contó doña Olga sin lágrimas. Después el silencio se hizo insoportable.
Si se sube el puente de Circunvalación, a lo lejos se ve Puerto Norte. Los edificios apuntan al cielo como cohetes. A la distancia, y en esos descampados, resulta un paisaje extraño. Pero para Sole no lo era tanto. "Ella hizo muchos trabajos en distintos búnker para los mismos encargados. Uno en el que está frente a los monoblock del río, los Fonavi esos del bajo", relató con total seguridad doña Olga. Y por un momento la duda fue dueña de la conversación.
— ¿Que Fonavis, que monoblocks?
— Las torres del río, dijo. Y señaló Puerto Norte.
"También estuvo en el (búnker) de Felipe Moré", dijo un amigo de Sole. Le pagaban 300 pesos por noche. Iba cuatro noches por semana entre las 20 y las 8, doce horas encerrada vendiendo droga. "Venía muy ronca. Es fácil, si vos estás entre los fasos, aunque no fumes aspirás igual. Pero le dejaba la plata a mamá", dijo la hermana de la chica muerta.
Números que empujan. Según el Observatorio Social, el programa municipal que desde 2008 releva las condiciones de vida de los habitantes de la ciudad, en el Distrito Oeste el 23 por ciento de las viviendas son precarias y casi el 44 por ciento de los habitantes tiene entre 5 y 24 años. Pero hay datos más duros: un 15 por ciento de mortalidad infantil y chicos que abandonan la escuela antes de llegar a segundo año. Por casi cinco mil pesos al mes, Soledad era una reina que trataba de escapar a esas estadísticas aunque no le gustaran mucho las doce horas restadas a su cuerpo cada noche.
Si uno de cada cuatro embarazos en Rosario corresponde a mujeres menores de 19 años, Soledad no era ajena a la estadística. Un morocho de ojos inmensos de nombre Iñaki era su rumbo. Lo único que tenía.
"El marido, que tiene 26 años, trabaja en Santa Fe y viene a ver a su hijo todas las semanas. Sole estuvo internada 20 días y pico y se despertó sólo cuatro veces. Cuando yo estuve ahí, con ella, me miraba y lloraba. No podía hablar por los tubos, pero se le caían las lágrimas", murmura Olga.
Según el parte oficial la chica llegó consciente al hospital la madrugada del 23 de agosto. "Tenía quemadas las piernas y un poquito los brazos, pero el cuerpo nada. Me dijeron que declaró quienes fueron y que preguntaba mucho por Iñaki por lo que los policías pensaron que ella estaba con su hijo esa noche", dijo la madre. Ella nunca hubiera llevado a Iñaki con ella, aunque una vez sí llevó a su hermano Rubén, de 13 años, a un búnker.
"Me dijeron que iban al centro pero yo después vi en la tele a Rubén. Lo habían metido preso en una búnker de Felipe Moré, casi la mato. Desde ese día nunca más metió a nadie a trabajar con ella", rememoró Olga meses después de aquel episodio.
Olga y sus vecinos tienen miedo, no quieren fotos, miran ladeado al hablar. No confían ni en el aire. Hoy, uno de los búnker está cerrado. Del otro, dicen ignorarlo todo. El mito urbano de esas cuadras dispersas entre carros y pobreza cuenta que quien se llevó el dinero lo enterró, que la droga fue a parar a sus dueños originales y que por eso "la cosa está tapada". Dice el mito que la policía pasó por el lugar tapando labios, y seguramente María Soledad Nievas será para ellos nada más que una estadística.

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