Después de tres años sin este encuentro tradicional por razones deportivas, el destino vuelve a darle un guiño a la esperanza para nutrir una exposición de pertenencia de alta gama.
/La Capital |
El escritor Julio Cortázar dijo en Madrid en 1981: “Si algo sabemos los escritores es que las palabras pueden llegar a cansarse y a enfermarse, como se cansan y se enferman los hombres o los caballos. Hay palabras que a fuerza de ser repetidas, y muchas veces mal empleadas, terminan por agotarse, por perder poco a poco su vitalidad”. Ese pensamiento es una base de sustentación ideal para compartir el afán de recuperar el valor de los términos. Y desde hoy Rosario como sociedad tiene el desafío comunitario de revitalizar la palabra “clásico”, de empezar a devolverle la esencia que alguna vez tuvo, aquella que se fue desvaneciendo por la pérdida del sentido común en manos de la violencia.
Sí, hoy es el día para volver a empezar a edificar un clásico que merezca ser vivido como la propia palabra lo indica, porque clásico define al momento de mayor plenitud de una cultura o civilización, y es allí donde el reto rosarino es demostrarse a sí mismo y también al mundo lo que significa el fútbol sustentado en dos sentimientos diferentes, pero con un origen común y que paradójicamente coinciden en intensidad.
Después de tres años sin este encuentro tradicional por razones deportivas, el destino vuelve a darle un guiño a la esperanza para nutrir una exposición de pertenencia de alta gama, de una forma de sentir y expresar que moviliza la emoción de hasta el más indiferente. A la vez que constituye una nueva posibilidad para aprender a convivir con los avatares de un juego.
También clásico es aquello digno de imitar de un arte, de una ciencia y también del deporte.
Después de tres años sin este encuentro tradicional por razones deportivas, el destino vuelve a darle un guiño a la esperanza para nutrir una exposición de pertenencia de alta gama, de una forma de sentir y expresar que moviliza la emoción de hasta el más indiferente. A la vez que constituye una nueva posibilidad para aprender a convivir con los avatares de un juego.
También clásico es aquello digno de imitar de un arte, de una ciencia y también del deporte.
Claro que hay un contexto que no es clásico porque se aparta de lo tradicional, como el hecho de que se dispute sólo con socios del club local. Por eso es de esperar que en el camino de recuperar las buenas y sanas costumbres también el Estado en sus diferentes niveles logre que la seguridad y el fútbol sean para todos.
Tal vez con el transcurrir del tiempo a partir de este reencuentro deje de ser noticia el hecho de jugar, porque también se trata de recategorizar la potestad colectiva de cotejar, de medir, de confrontar en una cancha con pelota al pie y cabeza en alto, para así entre todos vencer el temor y la presión que fomentan los cultores de la violencia y sus funcionales de ocasión.
Rosario reestrena el clásico. Esta vez el primer capítulo será en el Gigante de Arroyito, mientras el Coloso del Parque espera con ansiedad el segundo juego para comenzar a escribir una nueva versión de esta obra inigualable y que sólo los rosarinos pueden producir. Una obra en la que la responsabilidad social impone una puesta en escena ejemplar. Y con un argumento hilvanado en el respeto por cada palabra, como tan bien lo sostuvo con su vida y obra el propio Cortázar. Un escrito en el que Rosario Central y Newell\'s Old Boys exhiban en toda su dimensión su rico contenido histórico, y también su laborioso presente. Allí donde la palabra hincha marque su distinción y se establezca la distancia con aquellos que sólo lucran con el falso fanatismo. Y en el que lo que se define como seguridad sea seguro, previniendo con educación y cortesía, y no reprimiendo con fiereza, para que así también el término policía sea sinónimo de protección y no antónimo de legalidad.
El clásico de Rosario está de regreso. Central y Newell\'s son los dueños de los sentimientos mayoritarios de la ciudad. Por eso los hinchas piden que hagan juego que corazón sobra.
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