viernes, 19 de octubre de 2012

ROSARIO: "El que disparó fue Matías, pero al que manejaba la moto no lo vi"


Mayra Racoski vio morir a su hija de 4 años y a su pareja acribillados el domingo en Ayacucho al 4700, en la Ciudad de Rosario. Niega haber señalado a nadie más que al matador. Y describe el atroz momento del hecho.
La Capital | 

"Cuando doblamos por Ayacucho una moto dobló atrás nuestro. En un momento vi que mi marido miraba por el espejito y me di vuelta. En ese momento lo vi a Monedita apuntando. Y cuando le quise decir a Leo lo que pasaba ya le habían pegado. Nos caímos los cuatro de la moto. Pensé que ellos iban a frenar para rematarnos". Con la mirada perdida en el espantoso recuerdo de la tarde en que su vida cambió para siempre, Mayra Racoski afirmó que Matías N. fue quien asesinó a balazos a su marido y a su pequeña hija de 4 años. Sin embargo, aseguró no haber distinguido quién manejaba la moto. En este sentido, sostuvo que jamás apuntó contra los dos hombres a quienes fuentes de la investigación ubicaron junto al tirador: Luciano César, asesinado de nueve balazos la misma noche del doble crimen; y Marcelo A., conocido como Moco y arrestado el martes a la noche acusado de una balacera contra tres adolescentes en un pasillo de Ayacucho y Ameghino.
El domingo pasado, minutos antes de las 17, dos hombres en una moto atacaron a la familia de Mayra en Ayacucho al 4700. Vecinos aseguraron haber oído entre cinco y siete disparos. Triana Racoski, una nena de 4 años, murió en el lugar al recibir un balazo en el cráneo. Y su papá —en rigor, el marido de su mamá— Leandro Ojeda, de 23, falleció varias horas después en el Hospital de Emergencias. Había recibido un tiro en la espalda y otro en el brazo.
Entre ambas muertes ocurrió el violento asesinato de Luciano Casimiro César, de 28 años, acribillado de nueve balazos en Hipócrates y Lola Mora luego de una salvaje persecución tras la cual se colectaron 29 vainas servidas. Si bien fuentes allegadas a la investigación del doble crimen vincularon ambos episodios y deslizaron que César era quien manejaba la moto desde la que atacaron a la familia de Mayra, ella lo desmintió.
"No sé quién manejaba la moto y tampoco conocía a ese muchacho. Sólo vi al que disparó, que yo lo conozco. Fue Matías", señaló la madre de Triana respecto de Lucas Matías N., el joven de 18 años que se entregó el lunes luego de que la policía allanara su domicilio en el Fonavi de Alice y Gutiérrez.
Broncas de grupos. Según comentan por estos días varios vecinos de la zona, la muerte de Triana y su papá se inscribe en el marco de una feroz escalada de violencia entre adolescentes de dos grupos antagónicos de la zona: "Los de Centeno" y "Los de Ameghino", en referencia a las calles que habitan y "ocupan". Broncas que alguna vez los padres de estos pibes supieron dirimir reventándose a patadas, pelota mediante, en un potrero. Y que ahora, desde hace dos o tres años, parece que se resuelven a los tiros.
Como publicara ayer este diario, esa irracional disputa parece incluir entre sus episodios el asesinato de Claudio Caio Colli, ocurrido el 21 de septiembre del año pasado cuando el chico de 18 años se subía a un colectivo 143 en 1º de Mayo y Centeno para ir a celebrar el Día de la Primavera a La Florida.
Si bien por el homicidio de Caio está detenido el joven Brian A., los familiares de Colli sostienen que el asesino fue Luciano Ojeda, un hermano menor de Leandro, el muchacho asesinado el último domingo.
Un día después del crimen de Caio unas 200 personas se agolparon frente a la casa de los Ojeda en Ayacucho al 4200. Allí balearon e incendiaron la vivienda.Luego de ese episodio Leandro, que trabajaba desde hacía seis años como albañil, junto a Mayra y sus dos hijas pequeñas se mudaron a la zona norte con intenciones de no regresar jamás a su barrio natal.
"Ya no íbamos a ese barrio porque es cualquiera. Por miedo a que pasara lo que al final pasó", cuenta la chica de 22 años a este diario con su mirada inexpresiva y perdida.
De remate. Pero el domingo a la tarde tuvieron que volver. Tras pasar un rato en un parque, Mayra y su familia fueron a la casa de su suegra, ubicada en pasaje Benedetti y Uriburu, para buscar un dinero que les iba a prestar "para pagar una cuenta". Luego la pareja y sus hijas subieron a su moto de 125 centímetros cúbicos y recorrieron unos metros por Uriburu para doblar por Ayacucho hacia el sur.
Según refiere la joven, una moto "con dos hombres" los siguió. Ella presintió algún problema al notar que Leandro miraba mucho por el retrovisor. Y cuando giró su cabeza hacia la derecha se encontró con ese rodado casi a la par, "a centímetros" de ellos. El que iba en el asiento trasero les apuntaba con un arma de fuego.
Segundos después se encontró caída sobre el asfalto. Ensangrentada, su hija mayor agonizaba en sus brazos. Su marido Leo todavía hablaba. Y entre los vecinos que se acercaban desesperados a la escena, alcanzó a ver merodeando al asesino.
"Cuando caímos de la moto pensé que iba a frenar y nos iba a rematar a todos", recuerda Mayra, con su nena más chica —la otra sobreviviente de la matanza— durmiendo en sus brazos. La muchacha cree que el homicida no lo hizo porque la cuadra se llenó de gente que empezó a gritar, especialmente al notar la presencia de las niñas en la espantosa escena.
Sin embargo, la chica supone que "Matías se quedó en el lugar para asegurarse de haber matado a Leo".
¿Por qué? Una respuesta atinada para explicar este doble crimen demandaría un análisis exhaustivo de lo que ocurre por estos días no sólo en esa sufrida barriada de la zona sur de Rosario sino en todo el mundo. Una violencia cultural —o una cultura de la violencia, el rótulo es lo de menos— que no reconoce fronteras en esta sociedad globalizada, más allá de las diferencias que pueda haber entre un pibe que revienta a tiros a quien se le cruce por el patio de una escuela estadounidense o los chicos argentinos que se exhiben por internet con armas de fuego como si fueran regalos de Reyes.
Una situación arraigada culturalmente que, ya es evidente, no se resuelve con más patrulleros ni cámaras de videovigilancia.
Mayra, sin embargo, no puede quedarse sin respuestas. "Me contaron que un día antes este pibe le contó a una chica que ya no aguantaba más y que le iba a pegar a cualquiera. Y al otro día pasó esto".
—¿Cansado de qué?
—No sé, si mi marido y yo no los molestábamos.
"Le quiso hacer daño a la familia de mi cuñado", afirma Mayra, tocada por esa lógica circular que con el tiempo convierte a víctimas en victimarios. "No tienen idea de lo que hicieron".

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