domingo, 23 de septiembre de 2012

Torazo en rodeo ajeno en Santa Fe




Un cajón peruano tocando una compleja y furiosa subdivisión ternaria, con aires piazzoleanos; un piano de jazz latino (¿a lo Bebo Valdés?), de la sutileza al tumbao; un contrabajo en manos de un cubano que va del arpegio de milonga a la cadencia del jazz; y una guitarra tocando solos de rockabilly, como un Brian Setzer de los Stray Cats, con vibrato Bigsby incluido. Y todo esto para tocar “La bien pagá”, quizás el tema más ibérico de la noche. Claro que sobre ese conglomerado manda la áspera voz de Diego El Cigala, la que hace estallar el flamenco en todo su esplendor.

Porque ese es el camino que tomó este cantaor, a partir de aquel “Lágrimas Negras” junto a Valdés que lo colocó en la atención del mundo, hasta el actual “Cigala&Tango”: una ida y vuelta entre las márgenes del Atlántico, la misma que enriqueció las músicas de España y de sus ex colonias; y un aporte más a la esfera de las fusiones que algunos gustan de llamar “world music”.

Cristo gitano

Sobre esos discos armó su repertorio, para un gran final con “Dos gardenias”, de su disco “Dos lágrimas”, el “intermedio” entre los dos. Sobre ese mítico bolero de Isolina Carrillo aprovechó para presentar a la eficiente banda acompañante, integrada por Jaime Calabuch “Jumitus” al piano, Yelsy Heredia en contrabajo, Isidro Suárez en percusión y el rockabillano Diego García Gallardo (también compañero de ruta de Andrés Calamaro, su hermano, como lo describieran en declaraciones a El Litoral), en guitarra eléctrica.

Justamente ellos fueron los encargados de abrir la noche con un set instrumental, vacía la banqueta del cantante, con su mesita al lado. Hasta que entra él, de perfecto traje oscuro y blanca camisa con gemelos, que contrasta con sus cabellos negros y su piel morena, casi la estampa del Cristo de los gitanos al que cantara Antonio Machado en “La Saeta”, aquel poema que musicalizara Joan Manuel Serrat y que supiera interpretar genialmente Camarón de la Isla, aquel maestro con el que se lo compara al Cigala, más allá de que hace tiempo tomó su propio rumbo.

Por la senda del tango

Y ese rumbo lo llevó a viajar por el tango, en arreglos instrumentales que se acercan y se alejan de la ortodoxia, y con una interpretación vocal que juega con las acentuaciones, reiventando los clásicos al salirse de los clichés del género (aunque metiendo algún cambio en la letra, vicio propio de los tangueros más inveterados). Así, “Garganta con arena” hace temblar más en los versos de Humberto Vicente Castagna que en el estribillo, y “El día que me quieras” suena prístino, donde la letra de Alfredo Le Pera es llevada sólo por la melodía de Charles Romuald Gardes (y ahí estaba la semilla de la fusión: un brasileño y un francés escribieron algunas de las más argentinas de las canciones argentinas).

Como “Soledad”, que se lució en una sutil versión a piano y voz, donde el nacido como Ramón Jiménez Salazar pudo mostrar más matices, sin tanto arreglo. De todos modos, siempre quedó claro que el que está al mando del barco es él, repartiendo los solos entre los instrumentistas y regulando las intensidades del grupo. Que mostró buenas versiones de “Nostalgias” (doliente interpretación de la obra de Cobián y Cadícamo, especialmente sentida en el “hermano...”), “Las cuarenta” y “Tomo y obligo” (a la altura de los versos de Manuel Romero, otro de los letristas gardelianos).

Esa fue la tónica del concierto, un fluir sin fisuras, con unos pocos agradecimientos con sabor andaluz, aunque Madrid fue la cuna del cantaor, que se permitió carraspear un par de veces (estas giras son un desafío para las gargantas) y beber varios vasos de una bebida anaranjada que le servían desde las bambalinas.

Versos y fusiones

La interpretación de “Alfonsina y el mar”, en un trabado tiempo jazzístico, la alejó de la simpleza de otras versiones de la zamba de Ramírez, pero no perdió la macabra belleza de la letra de Félix Luna: así, el flamenco pudo decir con dulzura frases como “Cinco sirenitas te llevarán/por caminos de algas y de coral/y fosforescentes caballos marinos harán/una ronda a tu lado”, siempre terribles si las pensamos como la escenografía de un suicidio.

Y otra ovación mereció su interpretación sobre arpegios de milonga, como los que podría tañer el propio Martín Fierro, de los versos de José Hernández: como el gaucho más guapo, el cantaor se animó a decir “Yo soy toro en mi rodeo / Y torazo en rodeo ajeno; / Siempre me tuve por güeno / Y si me quieren probar, / Salgan otros a cantar / Y veremos quién es menos”, ante el estallido de aplausos.

Clásicos


De “Lágrimas negras” llegarían una rendición de “Inolvidable” llena de matices vocales y el esperado tema que dio título al disco, ya con el público en el bolsillo.

De ahí tomó también “Niebla del riachuelo”, el primer escarceo que tuvo con la música ciudadana, y “Se me olvidó que te olvidé”, el bolero de Lolita de la Colina que se lució en una versión divertida.

Luego vendrían los saludos, las reverencias y los besos arrojados al aire de uno y otro lado, antes y después de la canción de despedida. El telón se cerró, pero la gente demoró en irse, pidiendo un poco más de la química que yacía al otro lado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario