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domingo, 13 de mayo de 2012

ROSARIO: Historia de dos vidas truncadas por una trágica persecución

Ezequiel Cantero y Ricardo Rodríguez murieron el miércoles al estrellarse contra un árbol. No tenían antecedentes penales y los corría un patrullero que quiso identificarlos.

Sandra Aranda no puede superar el llanto. Su hijo Ezequiel murió la madrugada del miércoles cuando el Renault Kangoo en el que iba junto a su amigo Ricardo Rodríguez se estrelló contra un árbol mientras era perseguido por un móvil policial. El chico no tenía antecedentes penales. Trabajaba de albañil y estudiaba en un colegio nocturno. "Mi hijo era el mimado de la familia, algo sucedió para que se produjera ese choque porque el manejaba muy bien", cuenta Sandra, perdida en sus ojeras.
El hecho aún no está claro, la madrugada del miércoles efectivos de la comisaría 11ª que realizaban un control nocturno de transporte público en Necochea y Uriburu observaron el paso de un Renault Kangoo y decidieron identificar a sus ocupantes. Les hicieron señales de luces y con la sirena. Pero los ocupantes del auto se dieron a la fuga. Así empezó una persecución que se extendió 23 cuadras. En Ayacucho al 5800 el vehículo perseguido hizo una mala maniobra y se estampó contra un árbol. Los chicos, Ezequiel Alberto Cantero, de 20 años, y Ricardo Daniel Rodríguez, de 23 años, murieron casi en el acto. La primera información arrojó que sólo les secuestraron seis gramos de marihuana. Ni siquiera alcanzaría para penalizarlos.
Las víctimas no tenían contacto con el mundo de la ilegalidad. Sin antecedentes, sin armas, sin historias inconclusas ni rencores. A los padres de ambos les llama la atención que se haya encontrado marihuana entre sus pertenencias. "Mi hijo era asmático. No sólo no fumaba, tampoco quería que fumen a su alrededor, no soportaba el olor a humo", dice Sandra.
¿Por que escapaban llevados por mil demonios dos chicos "buenos" y sin travesuras nocturnas? Otra pregunta vacía. El choque fue infernal. Los peritos que trabajaron en la escena indicaron que el auto iba entre "los 120 y 150 kilómetros por hora", según un vocero. Las ruedas del Kangoo se despegaron del piso y el vehículo se enroscó en el tronco tras golpear con su techo.
Una persona de bien. Ese golpe también destrozó a Sandra, la madre de Ezequiel. "Cuando llegó la noticia se dijo de todo. Que la Kangoo era robada, que eran drogadictos, que tenían armas. Ahora ya se sabe, mi hijo era una persona de bien", cuanta la mujer en el jardin de su casa en la zona en que Villa Gobernador Gálvez apunta para el lado del río.
Sandra está sola y sostiene a sus cinco hijos realizando trabajos de ocasión. El más pequeño tiene 9 años y el mayor era Ezequiel. "El fue el primer hijo varón de la familia, era el más mimado de todos, sus hermanos lo amaban y yo a mis mis hijos les dí lo que pude y soy todo: madre, amiga, todo", cuenta.
La Kangoo la había comprado Sandra hace poco tiempo y con mucho esfuerzo. Aún debían hacer la transferencia. "La íbamos a usar para trabajar, para hacer fletes. Como el decía, para trabajar y tener una vida bien", como le escribió a su madre en un mensaje de texto.
"Mi hijo manejaba muy bien, pero era un poco distraído y había perdido el carné de conducir la semana anterior. Andaba sin ese documento esa noche", dice Sandra como hablando desde una nebulosa. Su hijo Luciano lloriquea a su lado, fue el primero en llegar al lugar del accidente.
Un video a observar. "Hay un video en que se ve que mi hijo viene por Ayacucho y se le pone un patrullero adelante. Y por no chocar a unos chicos que venían en otro auto volantea y choca. Los chicos a los que esquivó bajaron del auto y empezaron a pedirle a la policía que ayuden a mi hijo. Pero nadie reaccionaba". La información oficial dice otra cosa: durante la persecución, todos los movimientos fueron reportados a la central del 911. "La dotación de la patrulla les hizo señales de luces y un toque de sirena para que se detuvieran a los efectos de identificarlos, pero huyeron rápidamente", dice la clara letra de la foja.
La foto que tiene Sandra muestra a Ezequiel sonriente, con los pulgares apuntando hacia arriba y la consabida gorrita blanca. "El era así, siempre así". Y relata la historia que, dice, le contaron: "Hay una versión de que un patrullero lo tocó desde atras y lo desestabilizó. El estaba con Rodríguez, un pibe muy amigo que vivía acá cerca. Hace unos meses se les había muerto un amigo y Ezequiel sufría mucho por eso, para mí que por eso también estaba con miedo".
Ezequiel Cantero vivió desde siempre en esa calle perdida a un costado de la avenida Circunvalación. Parte de sus días los compartía con Cintia, su novia, y trabajaba como ceramista. Pretendía "vivir bien", como le escribió a su madre.
"Ezequiel sabía lo que nos costaba todo y tenía conciencia de que la chata era importante. Se la llevó por que su hermano tenía la llave y él se la pidió. Para mí que cuando vio a la policía se asustó. Pensó «mi mamá me mata» y por eso corrió. Además era negro y llevaba puesta gorrita. Lo siguieron por las dudas, por la cara", mastica Sandra entre lágrimas y abrazada a la realidad por su hijo Luciano.
Fue él quien llegó al lugar del accidente y se quiso acercar al auto de su hermano. Pero se lo impidieron. "Yo sabía que mi hermano tenía puesta una campera fucsia o bordó. Pero se la había cambiado con Rodríguez. Entonces pensé que ya había muerto por que el otro pibe estaba destrozado y lo confundí con Ezequiel, por la campera. Pero no, el estaba en el Heca", masculla con los ojos fijos. "Lo que me llamó la atención es que la policía fotografiaba el móvil que persiguió a mi hermano", expresa con aires de dudas.
Ezequiel era "un chico que tenía siempre su ropa planchada, su perfume, que si se le ensuciaban las zapatillas de cuero con el barro las limpiaba con un trapito. Mi hijo manejaba bien y no era ladrón, quiero lavar su nombre", insiste la madre y sabe que su hijo no está, aunque le cueste dejarlo ir.

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