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domingo, 20 de mayo de 2012

María Kodama y un recorrido por la vida de Jorge Luis Borges, exclusivo de Diario UNO

Un profesor de árabe, Mick Jagger y la musicalidad en la obra del escritor se cruzan en el diálogo que mantuvo Santiago De Luca con la viuda de Borges y la principal promotora de su obra.

 

Laberinto. El escritor santafesino Santiago De Luca junto a María Kodama en un bar de la Recoleta porteña.
Laberinto.  El escritor santafesino Santiago De Luca junto a María Kodama en un bar de la Recoleta porteña.

Hace tiempo que mi recurrente visita del universo borgeano me llevó a María Kodama por dos asuntos en particular: por un lado, un profesor egipcio que le enseñó árabe a Borges antes de morir, y a quien a Kodama le gustaría volver a encontrar, estuvo en el Instituto Cervantes de El Cairo, donde yo daba clases de literatura. Por otro lado, junto con la Fundación Internacional Jorge Luis Borges que preside Kodama, voy a llevar la cátedra Jorge Luis Borges en la Universidad Nacional de San Luis. En un bar de la Recoleta porteña pudimos conversar de éstos y muchos otros temas.

— Entre todos estos cruces azarosos y laberínticos que venimos comentando, hay una historia que de alguna manera nos involucra y nos hace coincidir en algún punto. Es una historia que tiene que ver con Egipto y con personas, algunas de las cuales los dos conocíamos antes de conocernos. Es una historia que me contaste y que comienza cuando estabas con Borges en Ginebra y éste te pidió, poco tiempo antes de morir, que llamaras a un profesor para estudiar árabe. Ésta es una historia que llega hasta estos días.

— En realidad él quería continuar el estudio del japonés que habíamos comenzado básicamente cuando tuvimos que viajar a Japón. Y había un instituto cerca que daba clases de japonés. En ese instituto los profesores tenían la prohibición de dar clases privadas. Y lógicamente Borges estaba enfermo y con el frío de Ginebra, Borges no podía ir y salir a la calle. Bueno, entonces una noche, serían como las diez de la noche, hojeando un diario veo un anuncio que dice: “Profesor egipcio de Alejandría da clases particulares de árabe”. Entonces me dice: “Ah magnífico, llamémoslo porque así vamos a poder saber un montón de cosas que tengo interés”, y seguramente yo también, “sobre las Mil y una Noches”. Entonces irreflexivamente pido el teléfono en la recepción, llamo y atiende el profesor egipcio. Claro, yo no me di cuenta que diez de la noche en Ginebra es como llamar acá a las tres de la mañana. El egipcio me pregunta para qué llamaba. Bueno le digo que había leído el aviso. Entonces el egipcio, porque desconfiaba, me dice por qué. Le expliqué que yo era profesora de literatura, que me había recibido en la Universidad de Buenos Aires, que me gustaban las lenguas, que esto, que lo otro. Y el egipcio volvió a preguntarme por qué quería estudiar árabe. Entonces yo ya desesperada le digo: “Mire, todo lo que le dije es verdad. Pero yo estoy desesperada”. Y era la verdad. Entonces el hombre sintió que era algo grave. Y me dice: “Está bien señora, adónde voy a dar clases”. Yo le digo que tiene que ser el fin de semana, yo estoy en un hotel. Me dice: “Bueno el sábado voy”. Cuando llega el profesor egipcio, yo estaba esperándolo en el hall, en la recepción del hotel. Era como un bajorrelieve egipcio. Bajito, delgadito, con unos ojos enormes. Era divino. Bueno, me dice: “¿Vamos a tomar clases acá?”. Yo le digo no, no, en el cuarto. El egipcio debió pensar, no sé, que yo me lo iba a comer. Entonces, me dice: bueno. Y cuando subimos en el ascensor, yo le digo que en realidad no es para mí sola, también hay otra persona que va a tomar clases. “Ah, bueno”, me dice el egipcio. Cuando yo abrí la puerta, Borges estaba impecable, sentado, esperando su primera clase de árabe. El egipcio se pone a llorar. Yo cierro la puerta y le digo: “Pero qué está haciendo usted. Usted quiere arruinar todo el trabajo que yo estoy haciendo”. Él me pregunta: “¿Está muy enfermo? Sí, le digo, está muy enfermo y se va a morir y él sabe que se va a morir. Lo que le quiero decir es que usted no llore porque si llora lo va a echar. Eso en primer lugar. Además, las reglas las pone él. Si él habla de su enfermedad, usted habla. Si él no dice nada de su enfermedad, usted no habla. Es él quien impone las reglas en este juego”. Entonces me dice: “Sí, comprendo, por qué no me dijo usted que las clases eran para él también”. No, le respondo, porque yo creo en el destino. Si él tenía que partir estudiando el árabe, ok, usted tenía que aceptar que una señora lo llamara a las diez de la noche, lo citara en un hotel, usted no entendiera para qué, y tenía que aceptar. Usted no aceptaba, era que no tenía que estudiar el árabe. Usted aceptó y acá está. Pero por Dios, no llore. Entramos y fue una cosa maravillosa. Bueno, establecimos una relación divina, de preguntas, de curiosidades que Borges tenía; además, el egipcio había leído toda su obra. Lo había leído en árabe. Fue maravilloso.

—¿Y no se sorprendió de que Borges comenzara un estudio que no iba a poder terminar?
—No, la mente oriental es distinta. Por ejemplo en Japón está el aprendizaje hasta los ochenta años. Bueno, ahora viven hasta los ciento diez. Pero bueno, está el aprendizaje a los ochenta años. A los ochenta años una persona empieza a estudiar algo. Lo que quiera. Si esa persona en su juventud quería ser trapecista, nadie tiene derecho a decirle: usted tiene ochenta años, no puede. Usted quiere ser trapecista, muy bien, vamos a conseguir un profesor para que usted sea trapecista.

— Me contabas que el profesor egipcio no le quiso cobrar.
— Fue muy divertido. Yo estudiaba el alfabeto todas las noches. Entonces el profesor me dijo que me iba a tomar un dictado porque Borges le había dicho que yo aprendí el alfabeto. Entonces me dice: “¿Puedo hacer un dictado?”. Yo le dije sí. Y me dice: “¿Está segura que lo sabe? Vamos a hacer una cosa. Si lo sabe cuando yo dicto o usted escribe con pocas faltas, entonces no les cobro las clases”. Borges le dijo: “Si ella dice que estudió, estudió y usted va a perder el dinero. No haga ninguna apuesta, tómele el dictado”.

—María, hablabas ahora del destino. Y es curioso porque esta historia sigue. Este profesor egipcio, a quien después intentaste volver a contactar, estuvo en el Instituto Cervantes de El Cairo donde yo he dado clases de literatura. Y a su vez un director del Instituto Cervantes, Antonio Gil, con quien yo hablé hace unos días y está en el Instituto Cervantes de Estambul en esta época, te encontró en una conferencia y te dijo que había estado con el profesor egipcio que le enseñó árabe a Borges en Ginebra. ¿Cómo fue ese encuentro?

—Yo estuve en Cádiz dos días porque me habían invitado de la Universidad para hablar con un grupo de graduados sobre la obra de Borges. Entonces, se creó una relación muy linda con los estudiantes, la conversación, las preguntas que me hacían. Fue muy agradable. Entonces en un determinado momento, uno de ellos, que había hecho su doctorado, me dice que me iba a hacer una pregunta, que no tenía nada que ver con los temas literarios que estábamos tratando y que si yo quería la podía contestar, y si no, entendía porque no tenía nada que ver con el tema, me daba toda la libertad, y me pregunta sobre el aprendizaje de Borges de árabe, cómo había sido. Entonces, yo a todo esto termino diciendo: “Bueno, en realidad, fue una pena porque después conseguimos un departamento a través de unos amigos de Alianza Editorial, fue una cosa muy rápida y yo estaba muy angustiada y perdí el teléfono del egipcio. Por eso, como yo creo en el destino, algún día el destino lo pondrá frente a mí para decirle gracias”. Entonces, en la conferencia de Cádiz, desde la última fila, era una especie de anfiteatro, se levanta una mano y me dice, “María, yo soy el destino”. Perdón, le digo, yo soy miope. Entonces me dijo que era el director del Instituto Cervantes de El Cairo y que él estaba en viaje para ir a Israel. Ése era el único día que él tenía para pasar a saludarme y por eso había ido allí. Al día siguiente se iba y yo también me iba. Él tenía un amigo que conocía al egipcio y cuando supiera el teléfono me lo iba a dar. Bueno, hasta ahora no pude contactar al egipcio.

—Yo hablé con él por teléfono hace unos días y me dijo, desde Turquía, que cuando él era el director del Instituto Cervantes de El Cairo, después de un evento cultural, en el patio del Instituto (patio que yo frecuenté numerosos días y algunas noches) se le acercó una persona y le dijo: “Yo fui profesor de árabe de Borges”. Era un egipcio que vivía en Ginebra y estaba de paseo en El Cairo. Me dijo que se arrepiente hasta el día de hoy de no haberle pedido los datos.

—Qué pena.

—Pero ahí estuvo. Andamos cerca. Ya lo vamos a encontrar. Mi amiga, Ana Isabel del Puerto Gil, gran lectora de Borges, es la bibliotecaria del Instituto Cervantes de El Cairo y está siguiendo el camino del destino preguntando a los egipcios con relación con Ginebra si alguien conoce a este profesor…  Cambiando de tema, yo te quería hacer una pregunta sobre Borges y la ceguera. Hace unos días cuando me mostrabas la Fundación Internacional Jorge Luis Borges y veíamos unas fotos, nos detuvimos en una y me dijiste: “Éste era un gesto típico de Borges cuando se concentraba y yo sabía cuando movía los dedos si me iba a dictar una poesía o si iba a ser prosa”. ¿Qué relación había entre la ceguera y el proceso de creación?


—En esa foto Borges tiene los ojos muy apretados. Esa foto me encantaba porque era para mí el gesto que Borges tenía cuando comenzaba a concentrarse para dictar algo. Y era como si la ceguera no fuera suficiente para entrar dentro de sí mismo, sino que aún más fuerte tenía que cerrar los ojos como para profundizar en sí mismo y sacar de sí mismo lo que tenía.

— Aun estando ciego cerraba los ojos.
—Exactamente. Era la sensación de estar más en sí mismo, ¿no? Entonces yo sabía lo que me iba a dictar porque si comenzaba con los dedos en el aire a contar, era que me iba a dictar un poema. Si no, era prosa.

—¿Pensás que su literatura se hizo más musical cuando estuvo ciego?

—Quizás sí. La prosa de Borges es una prosa poética. En el sentido que es una prosa que tiene un ritmo, muy especial. Es lo que Borges decía, la prosa también tiene que tener un ritmo. Si no tiene ritmo es una nota periodística. Es decir, el ritmo, como él me explicaba, no es sólo la poesía, sino que la prosa de un escritor tiene también un ritmo.

—¿Cuál es el trabajo que realiza la Fundación Internacional Jorge Luis Borges y que vos presidís?

—Mirá, la Fundación Internacional Jorge Luis Borges se creó para de alguna manera reunir a aquellas personas que estuvieran interesadas, no solamente en la literatura de Borges, sino en la literatura. Entonces, a partir de allí, comenzamos muy lentamente a fomentar premios para chicos del colegio secundario, lanzamos ese premio Haiku, que ya hace dieciséis años que lo llevamos. Empezamos con cinco colegios de hijos de amigos y ahora tenemos unos ciento cuarenta, no recuerdo bien exactamente de todo el país. Y a mí me encantó lo que nos dijeron los profesores que los chicos les decían a ellos que lo que les gustaba de este concurso era la continuidad. Acá tenemos la idea de hacer las cosas… como te puedo decir, para mostrar, pero son como fuegos artificiales. Después caen en el vacío. Entonces me gustó que la gente sintiera la importancia de una continuidad. Eso me gustó muchísimo. Después hemos hecho actos con distintos profesores que han venido de España, de México, de Colombia, de Perú, para dar charlas. Y ahora se ha organizado la primera maestría en Literatura Argentina Contemporánea que comenzó el año pasado. Y también en marzo inauguramos la Cátedra Borges-Japón para poder desarrollar allí el estudio de la relación y la admiración de Borges por la literatura y cultura japonesas. Vamos a desarrollar todo el conocimiento de manera profunda de la literatura y la poesía de Japón. Contamos con una cantidad de videos muy interesante que nos va a prestar la parte cultural de Japón.

—María, veo que estás muy activa. Muchos viajes también. Me imagino que habrá sido siempre muy intenso pero también muy arduo ser la heredera de la memoria de Borges en el país.
—Sí, es muy difícil. Todos conocen que han sido veinticinco años de difamaciones. Personas inexistentes desde el punto de vista de conocer nada de la historia, de saber nada. Terrible eso. Muy, muy difícil eso.

—¿Y todavía hoy sentís eso?

—Sí, veinticinco años han sido. Y creo que mi paciencia terminó con esta historia.

—¿Y por qué terminó ahora?

—No lo sé. Supongo que por una conversación muy interesante que yo tuve con mi abogado francés. Supongo que eso es lo que me hizo cambiar. Fue muy duro pero creo que se lo voy a agradecer.

—María, hay una anécdota que a mí me gusta mucho y que me contaste en alguna de las varias charlas de café que tuvimos. Es una anécdota que muestra una dimensión muy humana de Borges y que lo muestra de una manera diferente a la leyenda del Borges frío y “deshumanizado”. Es el momento en que conocieron a Mick Jagger.

— Sí, fue muy divertido. Estábamos en España en el Palace Hotel. Estábamos sentados esperando que nos vinieran a buscar para comer. Estábamos esperando que la gente nos pasara a buscar. Y entonces él estaba sentado y de pronto… yo soy miope, cuando lo veo ya estaba arrodillado, tomándole una mano a Borges, Mick Jagger. Borges estaba sentado en el hall del hotel esperando que vinieran a buscarnos. Entonces, Borges le dice: “¿Usted quién es señor?”. “Maestro, yo lo admiro, yo he leído toda su obra. Yo soy Mick Jagger.” Entonces Borges se inclina para atrás y dice: “Ah uno de los Rolling Stone”. Mick Jagger casi se muere y dice: “No me diga maestro que usted conoce mi obra”. Y Borges le dice: “Sí, gracias a María”.

—Eras vos la que le hacías escuchar a los Rolling.

—Sí, claro. Me encantan. Estuve acá cuando vino. Y a él también le gustaba ese tipo de música. Tal es así que en los cumpleaños de Borges siempre ponemos The Wall porque vimos esa película muchísimas veces de Pink Floyd y él decía que esa música le daba fuerzas (risas). Es terrible, bueno, yo no sé, en fin, a él le daba fuerzas. Cada uno siente las cosas de distinta manera.

—Y para terminar, ¿qué es de la vida de María Kodama hoy?

—Trabajo, trabajo y trabajo. Y el placer de encontrar y reencontrar amigos a lo largo y ancho del mundo.

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