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jueves, 7 de febrero de 2013

“Bonafini construyó un imperio económico”

Desde su exilio francés, una víctima de la dictadura denuncia el uso K de los DD.HH.


A pesar de que la Argentina vive en democracia desde hace 30 años, las heridas abiertas por la guerra sucia siguen intactas, sin poder cicatrizar. Esas heridas volvieron a sangrar cuando el ministro de Justicia, Julio Alak, organizó un asado para 2.000 personas en la ex Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), donde funcionaba el principal centro de detención clandestina de la dictadura entre 1976 y 1983, convertido en Espacio Memoria y Derechos Humanos.
Ese episodio desencadenó un vendaval de condenas políticas y fue la gota que colmó el vaso y el detonante que indujo a Elena Alfaro a escribir una carta abierta desde Francia en la que critica el uso de los derechos humanos que hace el Gobierno, y la “actitud de algunos sobrevivientes que actúan como si se les hubiera extorsionado la memoria con ventajas materiales, reconocimientos, glorias y deriva moral”. En ese documento de extrema dureza, también critica a la “camándula de los derechos humanos” y califica a las dirigentes Hebe de Bonafini, Estela de Carlotto, Lita Boitano y Taty Almeida de “politiqueras oportunistas y ladronas de la realidad vivida por nosotros en los campos”.
Elena Alfaro —que acaba de cumplir 60 años— fue secuestrada en Buenos Aires en abril de 1977. Aunque no era militante activa, pagó el precio de haber sido compañera de Luis Alberto Fabbri, dirigente de la Organización Comunista Poder Obrero. Es una de las pocas sobrevivientes del centro de detención El Vesubio, donde fue torturada y sometida a vejaciones durante siete meses hasta que fue liberada en noviembre. Embarazada, durante su cautiverio, varias veces fue trasladada —como otras secuestradas— al Hospital Militar de Campo de Mayo, pero fue la única que sobrevivió para contarlo. Veinte días después de su liberación nació su hijo, que ahora, como ella, vive en Francia.
Incómoda. En estos 30 años prestó testimonio en el juicio a las juntas militares de 1985, declaró ante los tribunales de los Estados Unidos, Italia, España, Francia y Alemania y, por último, en el 2011 fue la testigo más importante en el juicio a los responsables del centro de detención El Vesubio. “Nunca rehuí de mi responsabilidad cuando hubo que testimoniar o aportar pruebas, pero intenté no dejarme manipular por grupos o dirigentes”, afirma. Esa actitud de independencia y libertad explica, acaso, el aislamiento que sufre desde hace algunos años. Las prueba más clara se advirtió en el 2006, cuando Francia le concedió la Legión de Honor, máximo reconocimiento que otorga el Estado francés, por su militancia en defensa de los derechos humanos. La ceremonia, por misteriosas razones, no se pudo hacer en la misión diplomática argentina de París, como ella propuso. Después de haber dado su acuerdo, el entonces nuevo embajador Eric Calcagno le dijo que era imposible: “Nos van a bajar a los dos juntos”. Sorprendida, le escribió para denunciar el caso a Jorge Taiana, a quien conocía de épocas de juventud militante, pero jamás recibió respuesta.
Esa serie de incidentes es lo que le hace pensar que algunos dirigentes de las organizaciones de derechos humanos se han convertido en una “camándula”.
“No tengo nada contra las organizaciones que, en definitiva, persiguen los mismos objetivos de justicia a los que yo aspiro”, declara en un diálogo que mantuvo con NOTICIAS en París. “Pero no puedo aceptar que una líder importante de las organizaciones de derechos humanos —se refiere a Hebe de Bonafini— haya declarado que ‘todos los sobrevivientes son traidores’ o que hable de ‘desaparecidos dudosos’”.
Lo que más la irrita es que el tema de los derechos humanos “haya sido expoliado por algunos que no intervinieron en la resistencia contra la dictadura, no estuvieron en la cárcel, no sufrieron persecuciones ni vivieron el exilio” y “recién aparecieron cuando nosotros estábamos en los campos”. Poco a poco esos dirigentes convirtieron a los derechos humanos en una herramienta de sus ambiciones personales y progresivamente, explica, fueron derivando hasta convertirse en una nomenklatura. En lugar de cumplir con la función de equilibrio que debe ejercer todo gobierno, afirma, el kirchnerismo “favoreció la obsecuencia de las dirigentes que pusieron sus organizaciones al servicio de una política de acumulación de poder. Adueñarse de los derechos humanos le permitió al Gobierno crear estructuras, que son un verdadero ejército, trabajan al servicio de esas políticas de acumulación de poder en un sector de la sociedad que es particularmente sensible a ese tema, como otras organizaciones trabajan en el frente estudiantil o en los barrios”.
Modus operandi. “Esos dirigentes operan como fuerzas de choque del Gobierno en ciertas peleas con otros sectores de poder”, sostiene. En esa esfera, explica, hay dirigentes que pontifican, imparten doctrina y pretenden transformarse en “jueces” (tratando de promover juicios populares a la Iglesia, a la Justicia, a periodistas y a medios de difusión). “Al mismo tiempo —asegura—, desarrollaron una estrategia de divisiones, denuncias, intrigas y ajustes de cuentas. Ese comportamiento, que parece inspirado en la política de terror que aplicó Robespierre después de la Revolución Francesa, es indigno de una defensora de los derechos humanos”.
“Es cierto que Néstor y Cristina Kirchner han logrado recuperar el país después de la crisis del 2001. Pero, en lugar de consagrar los recursos del Estado a programas de desarrollo, han invertido una gran parte en crear las estructuras de poder que hoy rodean al Gobierno. El tema de los derechos humanos, con la cantidad de dinero que maneja, ha dado para todo el mundo. Algunos prefieren los honores y la gloria, e incluso aspiran al Premio Nobel de la Paz”, alude a Carlotto. “A otros —dice sobre Bonafini— les permitió construir un imperio económico, mediático y hasta abrir una universidad”, precisa.
Esas derivas fueron posibles, a su juicio, por la desaparición de valores que “fueron disueltos por el neoliberalismo, que comenzó con los militares, exterminando nuestra generación por portar valores diferentes, dejando un espacio vacío y facilitando así la instalación del sistema neoliberal de los años ’90, sin mucha resistencia, hasta nuestros días”.
“Estas dirigentes —agrega— son hijas de la inmoralidad neoliberal, de la codicia, de la idolatría del dinero y de la pasión por los honores y la gloria. Eligieron esa opción en lugar de profundizar, inventar, crear y buscar la promoción de los derechos de la mujer, los derechos de los pobres, la protección de nuestro planeta que también son la esencia de los derechos humanos”.
“El pasado —concluye— debe servirnos para inventar un futuro que el presente necesita con urgencia”.

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