Unión festejó con glamour europeo y calor criollo su sexto ascenso a la A. En una modalidad sin precedentes, el micro descapotable se abrió camino entre la multitud.
Se dice que para gozar primero hay que saber sufrir. Y el hincha de Unión puede dar fe, en carne propia, de esta frase. Sin dudas que lo primero que surge solo, después de haber visto la manera —en cantidad y en calidad— de festejar anoche este sexto ascenso a la Primera División, es que para la gente rojiblanca valió la pena el sufrimiento, la ansiedad y el suspenso de estas dramáticas e impensadas últimas fechas que lo devuelven al lugar que se merece por historia, estructura y convocatoria popular.
Se despertó como un verdadero gigante dormido el Unión 2011. Adentro y afuera de la cancha. Porque este plantel de Kudelka le ganó la pulseada a varios pesos pesados que, cuando arrancó todo hace un año, amenazaban con atropellar el ascenso. Y en el entorno, por lo visto anoche con la multitud en las tribunas —anoche sí que la frase “no entra un alfiler” quedó chica— y por el interminable éxodo callejero, sacó a relucir toda su grandeza como institución.
Con varios minutos de imponentes fuegos artificiales que hicieron temblar el 15 de Abril y que prolongaron una Navidad tatengue en julio hasta las primeras horas de hoy domingo, también Unión dejó en claro para las nuevas generaciones por qué a su barra más bullanguera que va detrás del arco de López y Planes se la conoce como “La Barra de las Bombas”. Es que el detonar de las bombas de estruendo fue, además de un buen ingreso para las casas de pirotecnia en la ciudad, algo sostenido, interminable y ruidoso como muy pocas veces se vio y escuchó en el cielo de Santa Fe.
Hay que escribirlo con todas las letras: Unión festejó este esperado ascenso como sólo festejan los grandes de verdad. Con todo y con todos. No se privó de nada, ni en la cancha ni en las calles. Con miles y miles de camisetas rojiblancas, con banderas, con cualquier cosa que se moviera con ruedas —bicicletas, autos, motos, camionetas, camiones, todo estaba permitido— para armar la caravana feliz.
Unión fue un extremo y el otro en ese estallido pasional contenido. Fue la camioneta importada ni siquiera patentada y el “carrito de ciruja” con el caballo disfrazado con un gorro rojiblanco. Estuvo el noble y el villano. Se vio al prohombre y al gusano, todos bailando, gritando, cantando y dándose la mano sin importarles la facha.
Fue la hora de Unión... es la hora de Unión en Santa Fe. Si bien cada ascenso de estos seis tiene su valor en la historia tatengue, creo que éste era —por lo que se vio al comienzo de la temporada— el más impensado de todos. Por las dificultades que tuvo Kudelka para armar un plantel casi nuevo y por el lastre que generaban no sólo los ocho años en la B sino la sensación increíble de la temporada anterior, donde Unión arrancó matando y se quedó sin nafta hasta quedar afuera incluso de las Promociones. Y porque, además, todo el mundo del ascenso anticipaba que “hay un ascenso menos, porque Rosario Central lo gana de punta a punta”. Nadie puede desconocer esto que digo.
Unión ganó de guapo un torneo donde nadie esperaba el fracaso canalla, se gastó todo Atlético Tucumán armando una plantilla que triplica a Unión, San Juan con la incidente estructura de su gobierno en este sprint final, los cordobeses siempre candidatos y además Chacarita con sus 100 años en cancha nueva. Y Rafaela, con otro tipo serio como Trullet, dándole continuidad a un proyecto de dos años.
El dato inolvidable de este festejo lo puso, sin dudas, la ocurrencia del transportador oficial de este plantel de Unión en la interminable geografía del ascenso en la Argentina. La idea de Dino Pacot, Rafael Ramírez y compañía le aportaron algo nunca visto, no sólo en Santa Fe sino hasta nunca visto en el interior de la Argentina. Lo hizo Estudiantes cuando volvió con la Copa Libertadores y Vélez hace algunos días.
Cuando la voz del estadio anunció que Kudelka y los jugadores de Unión recorrerían las calles de la ciudad en el micro descapotable, la multitud enloqueció en las tribunas del 15 de Abril. Hubo una clonación del glamour europeo —así festejó el Barsa de Messi la reciente Champions contra el Manchester— pero con el calor criollo: cuando el micro ploteado con la leyenda “En Primera jugamos todos” salió del playón de estacionamiento, no podía girar para tomar Bulevar por la cantidad de gente que había. Ni qué hablar en la Rotonda. Pablo Pérez y el “Coto” Correa parecían hinchas ahí arriba, la “Chancha” Zárate —lejos— el más ovacionado y el primer cántico que estalló enfrente del club fue “Kudelka no se va... Kudelka no se va”.
Unas cuatro horas duró ese recorrido. No importó la llovizna, todo lo contrario: sirvió para inundar aún más de tatengues las colapsadas calles de esta bendita ciudad de Garay.
Volvió a Primera el viejo y querido Unión. Y volvió a las fuentes, como en 1907 cuando en la casa de la familia Baragiola lo bautizaron Club United, por la influencia europea de este juego loco de ingleses. Cuando se hizo criollo, fue simplemente Unión de Santa Fe.
Con un inédito festejo a la europea, con el micro abriendo paso entre la multitud sin final, Unión pegó la vuelta. Lo hizo con todo y con todos. A lo grande, como es Unión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario